«Queridas compañeras:
Sé que no nos conocemos. Nunca hemos estado juntas, pero es más lo que nos une que lo que nos separa.
Como vosotras, soy una de las protagonistas de las obras de Federico García Lorca, rebelada ante la absoluta incapacidad de existir como mujer libre. Presiento que ha llegado el momento de romper nuestro silencio».
Así arranca Las mujeres de Federico (Lunwerg, 2021), una obra escrita por la periodista y profesora e investigadora en la UOC Ana Bernal-Triviño e ilustrada por Vanessa Borrell, más conocida como Lady Desidia.
El planteamiento es sencillo. Rosita, la protagonista de Doña Rosita la Soltera, envía una carta a las otras mujeres de las obras de Lorca y las invita a acudir a la Huerta de San Vicente, la casa familiar del poeta donde imaginó a muchas de ellas. Su propósito es reunirse con su autor para expresarle su dolor y su inconformidad por su existencia. Y, de paso, que cada una de ellas pueda contar en primera persona y desde su experiencia el verdadero relato de sus vidas.
Ana Bernal-Triviño se convirtió en lorquiana leyendo La casa de Bernarda Alba en el instituto. Aquella obra fue la puerta de entrada en el universo del poeta, al que se siente muy cercana «por tener sus raíces muy cerca de las mías, y sentirme muy identificada también con su pensamiento, a través de leer sus cartas personales».
Qué pensarían esas mujeres de Lorca sobre la realidad actual, qué hubiese ocurrido con sus vidas si hubieran tenido otras opciones eran preguntas que le rondaban por la cabeza desde entonces y son el germen de esta novela.
«Yo, hasta ahora, siempre he hecho ensayo, textos académicos… pero ahí siento que hay un techo de lectura. Y veo tanta deriva con la historia de las mujeres… No sabemos apenas nada de la historia de violencia que arrastramos. Ahora cada vez veo a la sociedad más perdida sin conocer nuestras raíces como mujeres, y pensé que quizás era momento de usar otros registros para llegar a más personas a través de la novela».
Los problemas que vivían las mujeres que retrató el poeta granadino son los mismos que existen hoy, a pesar de lo mucho que hemos avanzado. Doña Rosita, Yerma, Bernarda, Belisa, la Novia, la Zapatera… todas ellas representan una forma de represión patriarcal. Al fin y al cabo, como recuerda Bernal-Triviño, Federico es el poeta y autor teatral más representativo que explica la historia de las mujeres haciéndolas protagonistas de sus obras. «Nadie las ha tratado y reflexionado como él, poniendo al frente temas universales sobre las mujeres que aún hoy día resultan polémicos y generan, lamentablemente, mucho debate».
A lo largo de las páginas de la novela, las mujeres de Federico ponen voz a todo el sufrimiento que las marca. Despreciadas por no encontrar marido, condenadas a una vida de trabajo esclavo por la falta de educación y oportunidades, atadas a matrimonios no deseados, condenadas a no vivir libremente, ni a sentir ni a opinar, sometidas al deber de ser madres y menospreciadas si no lo son… Y aunque sus historias son diferentes, todas ellas están marcadas por dos losas: silencio y culpa, las mismas que siguen pesando sobre nosotras todavía.
«Justo eso quiero reflejar en el libro. Que hemos podido avanzar mucho en teoría, pero hay algo dentro de nosotras que lo seguimos arrastrando de nuestra educación y cultura, que es el silencio y la culpa —remarca Ana Bernal-Trivño—. Cada vez rompemos más el silencio, pero si habláramos todas… Yo en esta parte he tenido ventaja porque, por mi trabajo, he hablado con muchas víctimas siempre y sé los porqués de sus decisiones, de sus obstáculos y frenos. Y esas voces las he plasmado en estas protagonistas».
No hay represión que no hayan sufrido los personajes de Federico que no siga cayendo hoy sobre las mujeres. Incluso la que parece más anacrónica, esa maternidad de Bernarda Alba superprotectora de la honra de sus hijas.
«El mito de la mala madre sigue más vigente que nunca —nos advierte la autora de Las mujeres de Federico—. Mira el caso de Roció Carrasco, más actual no puede ser. Bernarda es el prototipo de mala madre porque siempre, por un factor u otro, somos juzgadas. Si eres madre, porque tienes que ser «buena madre»; y si nunca llegamos a ser madres, también somos juzgadas. La maternidad es un peso social. Pero esa realidad de Bernarda sigue vigente no solo en ciudades, sino en pueblos. Y si se ve mejor en España, cruza a Marruecos, cruza a centenares y centenares de países donde la honra y el honor sigue dominando todo».
Por eso es necesario seguir alzando la voz, seguir gritando, si es preciso, que no todo funciona como debería en la igualdad entre hombres y mujeres.
«Nosotras podemos estar hablando, pero la corriente negacionista está en aumento y los datos del último barómetro de la juventud no son nada alentadores, como tampoco lo es que haya, entre tanto pensamiento progresista, tanta incultura sobre nuestra memoria histórica feminista, manipulando el origen del feminismo para, de paso, desacreditarlo», se lamenta Bernal-Triviño.
Paternalismo, violencia machista, cosificación de la mujer… son problemas que sufrieron aquellas mujeres que retrató Lorca y que seguimos padeciendo hoy. «Yo añadiría la poca falta de autoridad que aún representamos, y más las voces feministas. Cuando llega la hora de la verdad, siempre somos a las que nos estigmatizan o señalan cuando lo que planteamos desde nuestra teoría molesta a la otra parte. Yo no veo que tengamos un camino fácil y hará falta mucha pedagogía para afrontarlo todo».
Por eso es importante otro de los puntos fuertes femeninos que nos pone ante los ojos la novela de Ana Bernal-Triviño: la importancia y la fuerza de la sororidad. «Sin sororidad no seríamos nada. Este libro quiero poner en relieve que las experiencias comunes, más allá de nuestras diferencias (y ellas las tienen, porque cada una tiene una historia diferente), hay un punto de unión y de red entre todas nosotras. Y solo con ese reconocimiento podemos avanzar».
A la fuerza del relato de la periodista y profesora de la UOC se une la belleza de las ilustraciones de Lady Desidia. Cuenta la ilustradora que enfrentarse a estas mujeres tan potentes y tan emblemáticas le provocó, al principio, cierto vértigo. No resulta fácil alejarse del imaginario de Lorca (quién no visualiza los dibujos del poeta cuando se dice su nombre), pero tampoco es algo que quiso evitar Vanessa Borrell.
«Yo he querido hacer lo contrario y me he sumergido de lleno en esa imaginería suya que rebosa tanta poesía. Toda su obra está atravesada por sus metáforas sorprendentes, por su poesía y por unos símbolos que están muy presentes en esos dibujos, así que he puesto los ojos en ellos y he utilizado algunos retazos para hilvanarlos desde el respeto y cariño en las ilustraciones. Están presentes sus jarrones, algún marinero enamorado, sus rostros desdoblados o esas manos cortadas que él tanto dibujaba y que para mí simbolizan los deseos no alcanzados, al igual que las manos de estas mujeres».
También asegura que hay mucho trabajo de documentación detrás de sus ilustraciones para este libro. Antes de empezar a bosquejarlas, se empapó de los textos que le iba pasando Ana Bernal-Triviño a medida que escribía. Y en paralelo, releyó las obras de teatro lorquianas para profundizar más en cada personaje, así como en las escenografías que se hicieron en vida de Lorca, en los carteles de la época, en las entrevistas y cubiertas de los libros del poeta y en los figurines que el propio Federico hizo para las representaciones de sus obras. «He disfrutado mucho con todo este trabajo de documentación antes de empezar a esbozarlas a través de mi mirada», concluye.
Para reforzar más la inspiración, las dos autoras visitaron la Huerta de San Vicente. Respirar, en cierto modo, el mismo aire que el poeta granadino, recorrer las estancias donde fue feliz les ayudó a sumergirse más en el espíritu del mundo lorquiano.
«Para mí, esa visita que hicimos juntas fue esencial para poder trabajar en la recta final de las ilustraciones ya que es ahí donde tiene lugar toda la historia. Pasear por las habitaciones tan luminosas de la casa, entrar en esa cocina donde La Criada rompe a llorar y Poncia le acerca una de las ollas de cobre… Subir al dormitorio donde Federico escribía, ver de cerca los bordados que hacía su madre y que acarician las hijas de Bernarda Alba en el libro, que está todo impregnado de esos detalles…».
«La Huerta de San Vicente es una casa llena de luz que parece haber atrapado toda la felicidad de esos días en los que la familia pasaba allí sus veranos. Una casa rodeada de naturaleza y árboles frutales, donde Federico hacía tonterías, tocaba el piano y cantaba con sus hermanas; donde siempre había visitas y estaba rodeado por las mujeres de su familia. Me quedo con la emoción y con esa felicidad con aroma a jazmines que parece que lo envuelve todo».
Quizá gracias a eso el simbolismo lorquiano está presente también en las imágenes que ha creado Vanessa Borrell: los peces que en la poesía de Lorca marcan el camino hacia la luz y al amanecer; las flores, con esa rosa mutabile que marca el tiempo de la novela de Bernal-Triviño y que es también la vida deshojada de Rosita; la corona de azahar que lleva la Novia, trenzada con las espinas de la culpa que arrastra, las mismas que ahogan la garganta de Yerma cuando no puede hablar…
Y el verde, ese color tan cargado de simbolismo en la obra del poeta granadino y que también lo ha trasladado ella a sus ilustraciones. «Para Lorca, el verde simboliza muchas cosas: es vida, es deseo y también es muerte. Al vestir de verde a Adela y a la Zapatera, subraya así los deseos de libertad y la rebeldía de estas dos mujeres ante las normas sociales que las pretenden ahogar».
«Todas las imágenes beben de los textos de Ana Bernal-Triviño y hemos ido trabajando casi a la par», explica Lady Desidia. «Cuando yo trabajaba en el primer capítulo, Ana lo hacía con el segundo y así hasta concluirlo. Seguir este ritmo nos ha permitido compartir notas, sugerencias, afrontar problemas, y ha hecho que para ambas sea un camino todavía más emocional. Por otra parte, no pretendo que las imágenes sean literales al texto, sino que aporten algo más que un acompañamiento a lo que se describe. Por eso hay ilustraciones que son más alegóricas y personales, siempre intentando reflejar la atmósfera y el misterio de la historia».
Quizá lo que más choque sea el contraste entre la intensidad y la tragedia de las protagonistas y la serenidad y el equilibrio, propios del estilo de esta ilustradora, con las que las ha dibujado Borrell.
«Hay ilustraciones más trágicas, pero tienes razón, me resultan más sugestivas las emociones contenidas y huyo de los aspavientos. A pesar de la aflicción que rodea sus vidas, ellas, al principio, se muestran cautelosas y reservadas, y es muy poco a poco cuando se van abriendo a las demás, compartiendo sus sentimientos con prudencia. Yo quería, sobre todo, reflejar esa luz que desprende la obra de Ana y la luz que desprenden también estas mujeres».
Por eso el color es un elemento narrativo más, un detalle que describe a cada protagonista y que nos ayuda a entenderlas.
«Federico García Lorca nos deja notas de cómo son estas mujeres, de los trajes que visten según la época en la que transcurre el drama o incluso cómo se adornan el cabello —aclara Lady Desidia—. Doña Rosita, en el primer acto, luce un vestido rosa almidonado del 1900 y la he querido vestir con el mismo traje que llevó en el estreno de la obra Margarita Xirgú. Yerma, por el contrario, es salvaje, ella se siente como tierra árida, como un manojo de espinos. El rojo de Belisa nos muestra su sensualidad y su pasión. Y Bernarda, con su negro luto, está retratada sobre un fondo teñido de azul porque la pureza, la limpieza y la blancura de su casa se han ido perdiendo a pesar de sus esfuerzos tiránicos por mantener la honra».
¿Cuál es el mayor reto que se te ha presentado al escribir este libro?, le preguntamos como colofón a la autora del texto.
«Para mí, el mayor reto era que las personas que leen el libro identifiquen cuándo habla cada personaje. Que por su vocabulario, forma de comunicar, la sintaxis… se sepa cuándo habla Zapatera, Bernarda o Rosita, porque su forma de hablar también las define y forma parte de su psicología y posición ante la vida. Y, por supuesto, que cuando está Federico, la gente identifique que quien habla es él, con su forma de ser explosiva, y alegre pero a la par reivindicativa o nostálgica. Y esos cambios de registros tenían que fluir y ser naturales en el texto», explica Ana Bernal-Triviño.
«Sobre el imaginario, quizás me resulta más fácil porque he releído sus obras y cartas durante décadas y forman parte de mí e incluso de mi pensamiento. Y sí he tenido que hacer un ejercicio de empatía e imaginación con estas mujeres para explicar por qué reaccionan de la forma en que lo hacen en determinados momentos».