Las prisas nos hacen ir despacio

En el centro comercial hay dos escaleras para subir, una junto a la otra. Una escalera para subir está abarrotada; la otra, vacía. «A ver si compramos rapidito», dice una mujer a su marido haciendo cola para acceder a la escalera de subir abarrotada.

PRISAS Y GREGARISMO
No es la primera vez que esta situación se produce en el centro comercial. Esto significa que pocas personas han observado que hay dos escaleras para subir, dos, y que por la segunda va una pareja o está vacía. (Hace tiempo que mi mujer reparó en ello y de manera automática tomamos la segunda escalera).
Otra paradoja se produce a la hora de pagar: muchos clientes hacen cola en unas cajas, mientras que otras cajas hay un cliente que pasa una barra de pan y una caja de leche o un par de camisetas. Quienes hacen cola, ansiosos por ponerse en una caja, no han querido recorrer cincuenta o cien metros más hasta otra caja. El gregarismo o la costumbre podrían explicar en parte las ilógicas acciones, pero sin duda las prisas tienen la mayor culpa. De alguna manera, las prisas obnubilan la percepción e impiden ver cómo hacer las cosas con mayor eficacia y rapidez.
¿Quién no ha salido con prisas de casa para el trabajo o un asunto personal o una cita, y a medio camino recordar que algo importante dejamos atrás…? ¿Los documentos, los papeles para la gestión que pretendemos hacer, el regalo de cumpleaños…? ¿Quién no se ha vestido con prisas y ha descubierto estando fuera de casa que la camiseta está al revés, que los calcetines tienen distinto color e incluso que los zapatos son de distinto modelo?
¿20 SEGUNDOS PARA COMPONER UNA SINFONÍA? 
Las prisas son las culpables de que 20 segundos sean percibidos como una montaña de tiempo. 20 segundos que fastidian a algunas personas de un bloque de viviendas hasta el punto de obligar al presidente de la comunidad a tomar medidas. El resultado aparece en un comunicado:
A partir de la próxima semana el mando del garaje también servirá para cerrar las puertas. Así algunos se ahorrarán esperar los 20 segundos que tardan en cerrarse.
Hice un cálculo rápido: supongamos que un vecino conduce al trabajo, vuelve para comer, vuelve a salir para el turno de tarde y regresa cuando acaba. Esperar a que la puerta se cierre para persuadir a los ladrones de entrar no le llevaría en conjunto, al final del día, más que un minuto y veinte segundos. ¿Qué harán los que se ahorran 80 segundos al cabo del día? ¿Leer un párrafo de una novela rusa del siglo XIX? ¿Acabar la fase de un videojuego? ¿O quizá se pretende llegar 20 segundos antes al trabajo para tomar un café hirviendo de un sorbo en el bar de abajo?
LA LENTITUD DE LA COMIDA RÁPIDA
Sin embargo, las prisas por dejar atrás el garaje no puede eludir la hilera de semáforos en rojo de la avenida. Las prisas tampoco harán que la cola para pedir la hamburguesa americana avance con mayor rapidez. ¿A quién no le ha pasado? Alguien dice: vamos a comer algo rapidito, vamos al American Burger…
Y encontrarlo lleno de parejas agobiadas, cumpleaños infantiles y turistas… Las parejitas, ansiosas por estar a solas; los turistas, ansiosos por ganar tiempo para ver todo lo que tienen que ver según las guías de viajes. Y los niños, ansiosos por los globos, los payasos y los regalos… Y esto ocurre porque la gente lleva prisa y no quiere cruzar la plaza, ir al final de la calle o atravesar el centro comercial hasta otros locales de comida con mucho menos ruido y un servicio más eficiente.
EMPRESAS QUE VIVEN DE LAS PRISAS AJENAS
Parece claro que las prisas son malas para las personas y buenas para algunos negocios. La prisa de las personas por llevarse algo caliente al estómago y quizá un trozo de pastel es la estrategia de negocio de una conocida red de cafeterías en el mundo. Así lo señala Tim Harford en su ensayo El economista camuflado. Esta cadena ha procurado que cada pasajero del metro de Londres lo primero que vea al salir a la superficie sea de una de sus cafeterías; una en cada esquina: a la izquierda y a la derecha. El pasajero del metro suele entrar con prisas en uno de estos establecimientos y por las mismas prisas está dispuesto a pagar un simple café a un precio mayor que un establecimiento situado a trescientos metros.
TENERLA O NO TENERLA LARGA
Las prisas también propician situaciones grotescas como las que cualquiera puede ver con frecuencia en las gasolineras. Hay coches que cargan la gasolina por la izquierda y coches por la derecha. De manera que algunas calles son más cómodas que otras para cargar. Y aunque en principio todas las mangueras tienen la suficiente extensión para surtir a cualquier depósito, tenga donde tenga la toma, en la práctica no siempre sucede así.
Y allí estábamos dos coches, yo el segundo, esperando a que otro tipo llenara su coche. El que estaba delante de ti tenía barba de leñador —llamarlo hipster se me antoja excesivo— y el gesto huraño. Ese tipo no podía esperar más, y de manera un tanto brusca abandona la fila para situarse en el surtidor de la derecha, así que tendrá que estirar todo lo que pueda la manguera… En este caso no funciona el principio de ir a la caja más rápida… Aquí funciona el principio de lo larga que sea la manguera… El tipo fue a pagar, volvió, tiró de la manguera, pero esta se negaba a llegar hasta su objetivo…
Cuando me fui, todavía luchaba el hombre de la barba de leñador por alargar la manguera al depósito. Aquello amenazaba con ser un llenado interruptus. Y todo porque el supuesto leñador no quiso esperar tras otro vehículo uno o dos minutos.
LAS PRISAS POR TODO PARA NADA
Las prisas por divertirse son lo que conduce a las personas de un disco-bar abarrotado a otro disco-bar abarrotado, siguiendo la premisa de «a más ambiente, más diversión», acabando la mayor parte del tiempo pegados a la la barra esperando a ser atendidos o en una cola para entrar en los lavabos. Tiempos más largos que el cierre de las puertas de un garaje. En estos baños, más de un tipo aún sobrio ha orinado encima de su camisa o camiseta o dentro del slip por las prisas, por querer estar pronto entre la gente, esperando toparse con una preciosidad disponible.
Prisas por bajar del metro o el autobús con una docena de paradas por delante,  que provoca casi el amontonamiento de personas en las puertas de salida.
Prisas por querer poseer el último juguete tecnológico de la manzanita que lleva a pasar horas muertas en una cola. (Como si el cacharrito se quedara pocho como los tomates o los limones olvidados en el frigorífico).
De manera que algunos, buscando la rapidez, llegan a la más absoluta lentitud, a la ineficacia. Bajo este prisma, la paradoja creada por Zenón sobre Aquiles y la tortuga toma un nuevo significado: Aquiles nunca alcanza a la tortuga en la carrera, no porque el tiempo y el espacio sean relativos… Sino porque Aquiles tenías prisas y tuvo que volver atrás para recoger las cosas olvidadas…

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Yorokobu es una publicación hecha por personas de esas con sus brazos y piernas —por suerte para todos—, que se alimentan casi a diario.
Patrick Thomas

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