«Vivo. Observo. Pienso. Hago. Aprendo. Hago preguntas. Hago cosas. Hacer cosas me inspira. Hacer cosas también me motiva. Y hago más preguntas. Y vivo más. Y observo más. Y pienso más. Y el ciclo continúa». Leonard Suryajaya define de esta forma su proceso creativo. Este artista indonesio usa la fotografía para hablar de temas tan complejos como la intimidad, la sexualidad y la familia.
Lo hace en instantáneas posadas, escenas que remiten a la imaginería católica o a la budista. En algunas fotos parece la versión indonesia de David Lachapelle. En otras, la repetición de patrones en distintos objetos pueden recordar a las habitaciones demenciales de Yayoi Kusama. Sin embargo, Leonard Suryajaya tiene un estilo propio y muy personal.
Sus modelos son los auténticos protagonistas, pero están enmarcados por telas y ropajes que estallan en estampados inverosímiles. Una fotografía suya ofrece tanta información cromática que el ojo tarda un poco en aclimatarse y procesar lo visto. Son plásticas, excesivas y evocadoras. Parecen escenas de una obra de teatro experimental.
Leonard reconoce que ejerce un poco de director en sus sesiones. «También de diseñador, de manager, de técnico de sonido y de artesano», añade, «pero si tengo que elegir, me gustaría pensar que soy un mago o un soñador». Como cualquier mago que se precie, Suryajaya tiene un ayudante. Cuando su marido Peter no hace de modelo, le echa una mano arreglando un decorado o preparando un escenario.
Esta es una de las curiosidades de la fotografía de Suryajaya. «Mis modelos son mi familia, mis amigos o miembros de mi círculo», explica. Esto no deja de ser una ventaja porque las sesiones de Leonard pueden ser un poco extremas. En una ocasión, le pidió a su hermana que se cubriera la cara con piel de pollo y se hiciera un selfi. «Le debo un bolso Hermès por aquello», reconoce divertido el artista. Otra vez le rapó el pelo a su marido ante la cámara. Luego le recortó el vello púbico con unas tijeras afiladas. Después le afeitó la raja del culo. Y después se comió ese pelo. Todo esto está registrado en su pieza de videoarte Rupa.
Rupa from Leonard Suryajaya on Vimeo.
Suryajaya se lleva muchos parabienes, pero su familia también merece cierto reconocimiento. Hermanos, padres, tíos y amigos se ponen totalmente en las manos de este artista que compone escenas de impronta onírica y un subtexto enormemente personal.
Leonard Suryajaya creció en Medan, una ciudad de Sumatra, en Indonesia. Vive en Chicago, EEUU, con su marido. Su condición personal, homosexual, racializado e influido por dos culturas opuestas, se deja entrever en sus fotografías. «Mi trabajo explora capas complejas sobre la individualidad, los antecedentes culturales, la intimidad, la preferencia sexual y el desplazamiento personal», explica en su biografía. Pero ¿en qué se traduce todo esto?
Suryajaya tiene una personalidad fluida. Una identidad que bascula entre lo occidental y lo oriental, un concepto no binario de la sexualidad. Sus fotos derriban muchos dogmas. «Respecto a los géneros, mi filosofía es clara: cada uno gobierna el suyo. Cualquier burocracia que diga lo contrario o que limite o controle esta idea es simplemente cuestionable».
El artista asegura que la idea de masculinidad o feminidad es subjetiva y cultural, algo que ha podido constatar por su experiencia personal. Incluso en un solo país puede variar el concepto. Indonesia es un país complejo, cuya geografía insular acentúa la diferencia entre las distintas regiones. «Hubo un tiempo en que todas estas culturas estaban menos racionalizadas y menos impuestas por la convención nacional», reflexiona el artista. Pone como ejemplo que en muchas regiones, hasta hace no mucho, era normal que las mujeres fueran con el pecho al descubierto. Ya no lo es o, al menos, no lo es a nivel nacional. «La forma en la que Indonesia impuso lo que es aceptable para un género u otro está muy influenciada por la globalización y el conservadurismo», considera.
No es así en sus fotografías: un lugar donde el folclore indonesio no está reñido con la modernidad, donde las religiones no son excluyentes y conceptos como sexo o género se difuminan en un baño de color lisérgico.