Aquella noche nevó. Apenas faltaban unos días para navidad, esa época del año en la que una tendencia generalizada vuelve a casi todos más detallistas y, consecuentemente, más creativos. Francisco Javier Rodriguez (Lobulo) estaba en casa y decidió que haría unas postales especiales para felicitar las fiestas a sus amigos. Así se despejaría un poco y saldría de la rutina publicitaria en la que llevaba sumido más de una década. Comenzó a pensar qué haría.
«No quiero subir la típica foto de la Virgen María etiquetando a todos», se dijo. «Hace un frío de cojones», pensó en ese mismo momento. Este pensamiento, que nada noticioso aporta en diciembre, fue el detonante de las inconfundibles obras que Lobulo Design crea a base de cartulinas de colores y que hoy salpican internet. Resumiría ese mensaje en una postal. «Hace un frío de cojones» se convertiría en una imagen. Eso haría.
Entonces, una cartulinas que estaban sobre su mesa como tantas cosas que se obvian sobre la mesa de un artista y que si pudiesen hablar le habrían dicho que tenían tanto frío como él llamaron su atención. Como si de repente alguien las hubiese puesto ahí en el momento idóneo y esos pedazos de papel colorido solicitasen el calor de las manos del artista. Tijeras, pegamento y un poco de música. Poco más necesitó Lobulo para dar vida a simples y anodinos trozos de cartulina.
Cuando terminó la tarjeta, la subió a Facebook y se compartió tantas veces que comenzaron a llegarle ofertas de revistas y pequeñas publicaciones locales. Hoy, las creaciones de Lobulo a base de cartulina son ya inconfundibles.
Lobulo descubrió su vocación haciendo exámenes de geografía e historia. «Nunca fui una eminencia en clase. Era más bien de los que pasaban desapercibidos: de esos que ni te das cuenta de que están hasta que la profesora pasa lista», explica a Yorokobu.
Nunca se le dio bien la asignatura, así que, cuando no sabía qué responder, dibujaba mapas y ríos. A los profesores no debió de disgustarles la creatividad del chaval, porque gracias a eso iba aprobando. «Eso me abrió muchos caminos, entre ellos el del diseño gráfico», recuerda. «Pensándolo fríamente el diseño gráfico es un poco así: adornar algo a lo que quizá nunca prestarías atención, creando una empatía con el espectador».
Más allá de los encargos a los que se va adaptando y en los que abarca temáticas diversas, Lobulo tiene unas preferencias muy claras: «Disfruto mucho más con lo visceral, con la anatomía y los insectos». Las creaciones más personales de Lobulo resumen momentos de su vida. «Por ejemplo, el ‘Do epic shit’ lo hice para mentalizarme de que tenía que luchar por lo que quería y amaba. Había llegado a Londres con una meta y la tenía que cumplir. Hagas lo que hagas, disfruta de ello y hazlo bien: ‘do epic shit’. Ese era mi mantra. Me lo repetía cada día para seguir adelante», recuerda.
Lobulo dejó Barcelona cuando ya había conseguido unos ahorros y creó su estudio en Dalston (Londres), en el que trabaja en solitario. Pero no abandonó su ciudad del todo: «sigo entre dos tierras», dice. A pesar del mantra que se repetía a diario y de su esfuerzo por ser positivo, también era realista y muy consciente de que todo podía salir mal. Así que dedicaba las tardes a llevar su currículum a las tiendas de Zara en Inglaterra. «Por suerte nunca me llamaron de ahí, pero me salieron clientes en Reino Unido», bromea.
El proceso por el que Lobulo crea arte con cartulinas ha quedado reflejado en algunos vídeos que sube a Vimeo y comparte en su página web. Él resume su peculiar técnica de un modo muy sencillo: «Primero hay que entender el brief, creo que es la parte más importante. Una vez tengo claro el concepto, paso a hacer un o con todas las referencias de estilo, color, fotografía… Paso a bocetar y colorear. Llegan cambios y más cambios: el clásico. Una vez tengo la aprobación final, me lo llevo todo al estudio de fotografía. Todo el proceso termina con un mail, foto adjunta y todos felices», relata.
Si aquella noche que nevó no se le hubiese ocurrido convertir en una obra una frase tan banal como «Hace un frío de cojones», posiblemente Lobulo seguiría harto de «la filosofía del vendehúmos y las pirámides laborales» que imperaban en estudios y agencias de publicidad en las que llevaba trabajando más de una década.
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