Londres reclama su cultura nocturna

19 de septiembre de 2016
19 de septiembre de 2016
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«Si no dejan de cerrar locales, tendremos que tocar en este camión de por vida», ironiza Bang Crosby, vocalista del grupo punk Bad Fractials. Subido a su furgoneta pone la banda sonora a toda la manzana en la que se congregan varios cientos de personas para protestar por el cierre de Passing Clouds, otro emblema de la vida nocturna de Londres que ve tapiadas puertas y ventanas en lo que va de año.

ocio nocturno

Distintas generaciones se han unido en Dalston, al noreste de Londres, para defender su local favorito y a la industria en general. Hay de todo. Por extraño que parezca, un aura un tanto espiritual flota en el ambiente. Desde padres con sus niños aupados a hombros a jóvenes que levantan pancartas con el lema «debemos luchar por nuestro derecho a la fiesta» o «somos la sangre que mantiene viva esta ciudad», pasando por sexagenarios que han conocido un Reino Unido nocturno muy diferente al actual. Aquel en el que la rebeldía estaba permitida, el mismo en el que David  Bowie, The Who, Pink Floyd o Led Zeppelin, dieron sus primeros pasos.

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Todos bailan, quizá por no llorar. El sentimiento de que la noche londinense ha sido secuestrada está cada vez más patente, ya que llueve sobre mojado en la capital. El cierre de Fabric —consagrado como el templo mundial de la electrónica— tras la muerte por consumo de drogas de dos adolescentes este verano en la discoteca ha caído como un jarro de agua fría en el sector. Ni siquiera las 150.000 firmas recogidas en Change.org han podido reabrirlo. Ahora, las salas independientes saben que están más amenazadas que nunca.

Londres ha perdido casi la mitad de sus clubs nocturnos en la última década. De  3.144 ha pasado a 1.733, según datos de la Association of Licensed Multiple Retailers. Los locales de música en directo también se han reducido en un 40%. La industria del ocio nocturno pierde músculo en Reino Unido, a pesar de que a día de hoy mueve 66.000 millones de libras (78.500 millones de euros) anuales. Berlín o Ámsterdam ya se posicionan como candidatos a tomar el relevo de la capital británica como reyes de este tipo de ocio.

Sin embargo, hay que mirar más de cerca para encontrar la posible respuesta a este declive. Los datos sugieren que no es la salud pública la principal razón —son muchas las voces que opinan que el incremento del consumo de éxtasis no se resuelve cerrando discotecas—, sino la gentrificación y una agresiva especulación inmobiliaria.

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Passing Clouds es un claro ejemplo. Este local que hace diez años abrió sus puertas en lo que la policía conocía como «el callejón del crack», con una de las tasas de criminalidad más altas de Reino Unido, está ahora en uno de los barrios más revalorizados y populares de Londres. Los precios han subido como la espuma. Algo parecido pasó con Candem, Brixton o la cuna del hipsterismo por excelencia, Shoreditch. La zona no ha dejado de atraer a diseñadores, músicos, pintores, poetas, actores y creativos de todos los ámbitos. Junto a ellos, van de la mano los inversores inmobiliarios, que ven una oportunidad de negocio. Todo ello pasa factura al ocio nocturno, ya de por sí malherido por restricciones de sonido, altos costes de seguridad y horarios cada vez más limitados.

«En mayo, nos subieron el alquiler un 350% de un día para otro y sin darnos opción a negociar», cuenta Vossy Atytalla, una de las organizadoras de la manifestación y miembro del equipo de Passing Clouds. Desde entonces han estado con idas y venidas, hasta que la empresa constructora Landhold Development comprara el edificio (se anuncia ya en su web) para, presumiblemente, edificar apartamentos residenciales. «Cambiaron la cerradura de madrugada y nuestras cosas siguen dentro», lamenta. Una mano de pintura gris y un cartel con un «prohibido pasar, perro guardián 24 horas» dice el resto. Sus antiguos inquilinos se rebelan, igual que otros clubs en la zona. Son una entidad cultural que ha contribuido a la regeneración del área promoviendo la inclusión y diversidad y como tal debe protegerse. Por eso están buscando una salida legal.

Además de celebrar alrededor de 10.000 conciertos y eventos, ofrecía «la cocina semanal de la gente» que, con donaciones de alimentos de los vecinos, reservaba de forma gratuita un espacio para que asociaciones y miembros de la comunidad se reunieran en torno a la mesa. «No era un simple bar de copas; era el lugar más solidario y acogedor de Londres, un espacio crucial para la comunidad, de los que cada vez quedan menos en esta ciudad», relata Collin, que lo ha frecuentado desde el día uno.

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La subida de los alquileres ha acabado con otros locales, como Vauxhall’s Bar Code, que se vio obligado a echar el cierre después de que su alquiler pasara de 60.000 libras mensuales a 150.000. Han seguido la misma estela The Silver Bullet, Shapes o el Dance Tunne. «Los dueños de las discotecas y salas de conciertos ganan más vendiendo sus locales a constructoras que manteniéndolos abiertos», asegura Allan Miller, presidente de la Asociación de Industrias Nocturnas (NTIA). Además, las licencias son muy restrictivas y cada vez se construyen más casas a escasos metros de los establecimientos, con las consiguientes quejas de los vecinos. En 2014, Ministry of Sound estuvo a punto de decir adiós tras la remodelación de un bloque de 41 apartamentos frente a su entrada principal.

Para levantar la industria que emplea a 1,3 millones de personas, se han tomado medidas como la apertura del metro 24 horas los fines de semana. Shadiq Khan, alcalde de la ciudad, se erige como firme defensor de este sector: «La noche de Londres es una pieza clave de nuestro patrimonio cultural», declaraba recientemente. A pesar de mostrarse muy crítico con el cierre de cada local y especialmente con la retirada de la licencia de Fabric, Khan recuerda que no puede intervenir. Cada uno de los 32 distritos de Londres cuentan con una regulación y reglas diferentes que impiden su actuación. Por el momento, se ha comprometido a crear un cargo específico para preservar la cultura nocturna.

Entretanto, la industria se está organizando. Llama a presionar. Bajo el hashtag #SaveNightlife y la página de Facebook nightlifemmatters se agrupan discográficas, agencias, promotores y público. Su objetivo es promover la riqueza cultural, sensibilizar a la población sobre su importancia y crear un colectivo de seguidores que se movilice por  todo Reino Unido.

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Antes de seguir su camino, Crosby nos asegura desde la furgoneta sobre la que actúa con su grupo: «Acudiremos al cierre de todos y cada uno de los locales en esta ciudad, independientemente de si hemos tocado o no en él, porque formamos parte de una gran comunidad». La furgoneta se marcha con la música a otra parte. Los grafitis y pintadas con «Salvemos Passing Clouds» permanecen en la fachada. Seguramente habrán sido eliminados al cierre de este artículo, pero ¿cuántos botes de pintura gris hacen falta para borrar la huella que ha dejado este local en la cultura londinense?

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