No hace mucho tiempo, alguien tuvo un fugaz alumbramiento intelectual en las oficinas centrales de galletas Cuétara. O, al menos, a mí me gusta imaginármelo así.
– Ya lo tengo. Llamaremos a Cabronazi y llenaremos los Mercadonas con cajas de Chocoflakes en las que mostraremos a un Hitler vestido de rosa. Vamos a por el público joven.
–Maldita sea, Regueiro, esto es una cosa de esas de internet, ¿no? Es usted un puto genio. Haced unos samples de las cajas y vamos a avanzar con el proyecto. Es imposible que esta campaña fracase.
¿Qué podía fallar?
La campaña en la que TODO está mal
Aunque todo español de bien creció comiéndose solo las galletas con chocolate del surtido Cuétara, no todo el mundo sabe quién es Cabronazi. Aquí vamos.
Un día, alguien pensó que a ti te gustaría recibir en tus redes o en tu móvil pequeñas pildoritas de humor, memes y virales. En la era del humor en cápsula, de los plátanos del Lidl, del «si ya saben cómo me pongo, pa qué me invitan», currarse un Reader’s Digest de la frivolidad digital era una apuesta bastante lógica.
Así comenzó en 2015 Cabronazi. ¿El problema? El material que publicaba esta página de Facebook no era suyo y, además, ni siquiera mencionaban al autor. La cosa se puso seria y la idea iba ya por 4 millones de seguidores. Un poco más tarde, estaban facturando más de 300.000 euros al año a costa del trabajo de los demás.
La cosa era tan flagrante que hasta el Hitler disfrazado con uniforme rosa que representaba a la marca era copiado de una campaña italiana.
La historia está contada con mucho detalle en varios lugares. Aquí, por ejemplo. Pero, por resumir, es una historia de éxito basada en el atraco a los demás.
A alguien en Cuétara se le ocurrió que esos valores serían los adecuados para anunciar unos cereales de la marca: los Chocoflakes que, por otra parte, están fetén fetén. Así que disfrazaron a la mascota de los cereales –un bicho sospechosamente parecido a un minion– de Hitler rosa e idearon una campaña de memes y cabropremios (sic) auspiciados bajo Cabroworld, la matriz de Cabronazi.
Ante nosotros se mostraba un horizonte potencial de hogares llenos de cajas de cereales, con un Hitler guay y una promo para ganar cabropremios. Y mi hija de seis años pidiéndome un traje rosa como el del puto minion falso y gritando «¡quiero Cabropremios!» por todo el pasillo. ¿Cómo manejamos esto, Cuétara?
Por suerte, la galletera ha tardado un día en cancelar la campaña. Sin embargo, el responsable del acuerdo y todas las personas que vieron cómo se gestaba sin abrir la boca para decir «mmm, igual no es buena idea» pasarán a la historia como prohombres, como héroes, como genios del humor involuntario y la estupidez sobrevenida. Son leyenda.
Espérate, que todavía no hemos terminado con los figuras
Ponte en pie para escuchar una nueva andanza de Julio Iglesias: mi padre, el tuyo, el de todos.
Julio daba un concierto en Dubái hace pocos días. Allí estaba la corresponsal de El País que, como confesaba en una columna de opinión periférica a la crónica del concierto, se dedica «más bien a los conflictos de la zona».
¿Que por qué hay una columna de opinión complementaria a la crónica? Porque Ángeles Espinosa, curtida en mil trincheras y veterana redactora, se vio sometida al mayor asedio –que no acoso– en el que se ha visto en la vida y tuvo que claudicar y admitir que Julio la dejó cautiva y desarmada.
Es fácil imaginarse a Julio en la sombra, dando instrucciones raquíticas pero rotundas para que Espinosa y su acompañante, el pintor mexicano José Toledo, sean seducidos por su equipo desde la llegada al teatro donde se celebraba el concierto. Yo me lo imagino hasta acariciando un gato mientras dicta: «Hay un par de sitios en la platea si os apetece», dijo la asistente personal de Iglesias a la periodista, sacándola de sus localidades de gallinero.
A partir de ahí, la cosa se puso tan heavy, que Espinosa se declaró indefensa. «[Julio] Me ha pedido que te transmita que espera que vengas como corresponsal de amor, en vez de guerra». Corresponsal de amor. Julio es dios. Jaque mate de nerudeo para el español.
Una vez comenzó el concierto, la cosa parecía marchar normal. «Hasta que me vi interpelada desde el escenario», confiesa Espinosa. «Julio hablaba de los problemas de espalda que hace tres años le apartaron de las tablas, cuando, como si quisiera indicarme que era el momento de sacar la libreta y empezar a tomar notas, lanzó: «Ángeles Espinosa, tú que viajas por países en guerra como Afganistán, Irak… cuando vuelvas a casa y escribas de mí, cuenta que era un joven que no sabía jugar [al fútbol] y aprendí, que no sabía cantar y aprendí, que siempre he luchado y lo he logrado, lo que he logrado con esfuerzo”».
Bum. Julio Iglesias estaba contestando a una entrevista desde el escenario, en los discursos entre canción y canción. Si eso no es controlar exactamente cada engranaje social de las personas, los medios y la vida, yo ya no sé cómo me llamo.
Acabamos con el tío que se ha pasado LA VIDA
Cuando uno no tiene que añadir algo a un texto periodístico, es mejor no hacerlo. Pero es que la anécdota es tan grande en los detalles que redefine los conceptos de dignidad e integridad, una dignidad e integridad perdidas horas antes en los baños de una discoteca, todo sea dicho.
Málaga, miércoles noche. La pieza periodística de El Confidencial empieza así. «Un hombre se quedó dormido en el cuarto de baño de la discoteca Theatro la noche anterior con tan mala suerte que nadie se dio cuenta de su presencia allí cuando el local cerró sus puertas. Pasó lo que quedaba de noche en el aseo y, al despertarse, comenzó a dar señales de vida».
El cautivo personaje trató de gritar y golpear las paredes hasta que alguien le escuchó y avisó a la gerencia del local. Sin embargo, y aquí la grandeza, el hombre avisó a quien quisiera estar al otro lado de una circunstancia: tenía delante de él la recaudación del día anterior y no iba a tocar nada. Pero sí iba a «echarse una copita» y esperaba «que no le sentara mal a los jefes».
Punto para el beodo, derrota para el universo porque es triste darse cuenta de que, por desgracia, nuestros destino como nación no está regido por personas de esta pasta.
Los dueños del local llegaron poco después y el hombre fue liberado de su cautiverio, no sin antes dar un último sorbo a la copita y despedirse con serenidad y dignidad. Y ojo, hay vídeo que atestigua lo del último trago y la palmadita en la espalda del dueño de la sala.
Este hombre me representa.
Y mientras, en Yorokobu…
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