Los vikingos tenían una teoría: el miedo te hace perder independencia, te hace perder libertad, te esclaviza. Cuando llegaron a Normandía y les preguntaron qué querían, contestaron: “Venimos de Dinamarca y queremos conquistar Francia”.
¿Estaríais dispuestos a someteros al Rey Carlos de Francia? La respuesta fue que nunca aceptarían servir a nadie. No tenían jefes, elegían a uno que consideraban con el concepto romano de ‘el primero entre iguales’ y tomaban sus decisiones en asambleas donde las mujeres y los niños podían participar.
Según el historiador británico Theodore Zeldin, en su libro una historia íntima de la humanidad, los vikingos podían afrontar el miedo porque lo convertían en una fuente de inspiración y podían afrontar los peligros de las travesías marinas porque la curiosidad los hacía ser valientes. Hoy el miedo es la mayor epidemia que sufre la humanidad. La lista de miedos puede ser infinita desde el dominio privado al social.
Muchos miedos a perder ‘algo o a alguien’, a perder status o el reconocimiento de los demás. Cada año se producen alrededor de 10.000 estudios sobre el miedo en lengua inglesa, y los periódicos y noticiarios televisivos nos inoculan el virus del miedo continuamente.
Uno de los primeros defensores de la necesidad de ser curiosos fue Descartes. Se pasó la vida de mudanza en mudanza en la búsqueda de tranquilidad para poder pensar. A Descartes le encantaba hacerlo en la cama. De joven tuvo mala salud y sus profesores le permitían levantarse tarde. Nos dejó de regalo un pensamiento inspirador: “Todos los humanos tenemos curiosidad, es inevitable y esta se alimenta del conocimiento”.
Montaigne explicó cómo usar la curiosidad en la vida cotidiana, y aconsejaba no tener miedo cuando se viajaba o se entraba en contacto con otras personas.
Hobbes decía que la curiosidad era la lujuria de la mente y que había que diferenciarla de la del cuerpo porque duraba más y te daba más satisfacciones.
¿Cómo podemos recuperar la curiosidad vikinga para afrontar los miedos del siglo XXI?
La respuesta puede estar en una anécdota que contaba el político británico Harold Macmillan. Cuando luchaba en la I Guerra Mundial no sentía miedo, hasta que un día se encontró solo separado de su tropa. Se dio cuenta de que los soldados eran los que le habían ayudado a sentirse valiente. En soledad la valentía se desmoronaba, se hacía añicos. El otro puede ser un espejo en el que me veo actuando con coraje.
En el mundo occidental priman los valores de la individualidad. Esto entra en contradicción con nuestro ser social. Vivimos en medio de los demás, nacemos en una familia, de ahí pasamos a una comunidad escolar y sucesivamente a otra o al mundo del trabajo. Vamos creando relaciones amistosas, amorosas, laborales y de otros tipos. Quizá la respuesta sea una profundización de las conexiones humanas donde la conversación estimule y nos abra otras perspectivas de encuentro con los otros. Si esto no funciona, pediremos ayuda a los vikingos.
Paloma Simón es Psicoterapeuta Gestalt
Foto Portada: Wikimedia Commons
Foto Vikingo: Sune P reproducido bajo licencia CC