Fueron dos semanas en las que Katowice (Polonia) acogió un lugar desde donde la luz del sol se podía percibir de una manera diferente a la habitual. «Los rayos llegaban tamizados a través de los envases de plástico coloreado». La estatua del Soldado Polaco da fe de las palabras del miembro de Luzinterruptus porque durante aquellos quince días fue vecina del Laberinto de residuos plásticos que el colectivo instaló en la ciudad.
«Llevábamos tiempo queriéndola hacer. Buscábamos visibilizar, de manera poética, la cantidad de residuos plásticos que se consumen en nuestra vida cotidiana». Y se centraron en las botellas de agua para, de paso, poner «un punto de atención lumínica» al negocio del envasado de aguas. «Acarrea gravísimos problemas en países en vías de desarrollo cuyos ciudadanos han visto cómo impunemente se privatizaban sus acuíferos para el enriquecimiento exclusivo de grandes empresarios y clases gobernantes sin escrúpulos».
El Katowice Street Art Festival brindó a Luzinterruptus la oportunidad de realizar la instalación que tanto tiempo llevaban esperando. «Después de 4 días de trabajo conseguimos 26 metros de residuos plásticos transitables, materializados en una pieza de 7 x 5 metros y 3,40 de altura, llena de pasillos laberínticos en los que jugar, perderse o simplemente pasear, en un entorno de misteriosas veladuras en el que todo lo que acontecía se percibía difuminado».
Una planta local de fabricación y embotellado les proporcionó las más de 6.000 botellas con las que se construyó el laberinto. Se trataban de envases desechados por no cumplir los estándares de calidad. Pero los vecinos también contribuyeron aportando los envases que consumieron durante los cuatro días en los que se realizó el montaje. «Damos fe de que en esta ciudad se bebe agua embotellada en cantidades alarmantes».
Las botellas se colocaban en bolsas transparentes que se colgaban posteriormente en la estructura metálica, realizada con elementos modulares y reutilizables. Todas ellas se iluminaban con leds autónomos y por eso, la instalación, «de noche, se transformaba en un recinto mágico, una especie de capilla íntima y brillante, con paredes hechas de mosaicos plásticos casi monocromáticos».
Cuando el laberinto desarmó sus pasadizos y encrucijadas, todas y cada una de sus piezas fueron recicladas. De la experiencia, Luzinterruptus se queda con muchas cosas: «Pasamos unos día estupendos, conocimos a gente muy interesante, la organización fue impecable y los voluntarios de lo más profesional. Más de 25 personas trabajando bajo un sorprendente sol de justicia que nos dejó un bronceado de obrero que nos va a costar quitarnos de encima».