La relación entre Madrid y Barcelona es como una de esas viejas historias de amor-odio de los seriales radiofónicos. Un ni contigo ni sin ti. Una rivalidad que tiene más tintes políticos (y futbolísticos) que reales pero que se ha convertido en un tópico tan español como el traje de faralaes, la peineta y el toro de Osborne en las carreteras.
Ambas capitales, a pesar de las diferencias obvias, tienen bastantes puntos en común. Para la ilustradora barcelonesa Sonia Pulido, las dos tienen demasiada gente. Roberto Maján, también ilustrador pero afincado en Madrid, es menos parco en palabras a la hora de describir las similitudes entre ambas ciudades, con su particular sentido del humor.
«No encuentro ninguna ciudad que se parezca más a Madrid que Barcelona ni viceversa. El Raval me recuerda a Lavapiés, la Rambla a la Gran Vía, El Born a La Latina, Gràcia a Malasaña… El paseo marítimo al Manzanares… Es broma claro», comenta divertido.
«Supongo que nos enfrentamos a los mismos retos, a los mismos plutócratas y burócratas. Y la gente me parece exactamente igual más allá de diferencias epidérmicas que son las que los mercaderes de que hablaba Serrat usan para diferenciarnos. Y en eso estamos. Ambas ciudades hemos llevado aire fresco a nuestros ayuntamientos. Y como puntal maestro de este argumentario fraternizador, diré que ambas ostentaron en la misma época, la gloria de tener en sus zoos los animales más famosos del mundo: Barcelona el gorila Copito de nieve y Madrid el oso panda Chu Lin, que fue el primer panda nacido en cautividad».
Pulido nunca le ha prestado atención a este tipo de cosas. «Me parece un poco absurdo hablar de rivalidad entre dos ciudades. He de reconocer, eso sí, que en Madrid las cañas se tiran mejor, pero en Barcelona los bocadillos son menos secos (además del mar, no hace falta decirlo)».
Sin embargo, Maján no lo tiene tan claro: «Algo de eso sigue habiendo. En cualquier caso todos mis amigos barceloneses hablan maravillas de Madrid y viceversa, pero claro, la muestra es poco representativa. Y mis amigos son gente tan educada que fíate tú…», responde con ironía. «Habría que preguntarse desde qué estamentos se fomenta esa rivalidad y de qué o qué nos quieren distraer».
Esos parecidos y no sobre sus diferencias muestran estos dos ilustradores en una exposición conjunta titulada Madrid-Barcelona (La Fiambrera, Madrid). Dos ciudades a las que desde la política y la rivalidad deportiva mal interpretada se ha empujado al desafecto cuando su realidad es otra: gente normal que quiere vivir en paz y que comparte los mismos problemas que toda gran urbe.
En las obras de Sonia Pulido que se muestran en esta exposición, la artista muestra una Barcelona invadida por turistas. La masificación del turismo se ha convertido en uno de los principales problemas de la capital catalana en opinión de sus residentes.
«Barcelona está pagando el pecado de la belleza por el que los dioses, enamoradizos y celosos, siempre han castigado a los mortales», opina Roberto Maján sobre ese tema. «Le ocurre también a Venecia, Praga, Florencia… y tantas otras ciudades predestinadas. En Madrid los dioses ni se acuerdan de nosotros y apenas se notan los turistas, salvo si tienes por costumbre ir al Museo del Prado. Se apelotonan ahí los muy tunos, formando largas colas. Saben dónde está lo bueno».
«Barcelona es como esa tieta un poco excéntrica, un poco pagada de sí misma, que quiere gustar a los de fuera y le da un poco igual como estén los de dentro… que te pone de los nervios pero que estás deseando ver y que te lleve de paseo», describe Pulido.
«Respecto a lo que me gustaría que cambiara… Quizás lo que me gustaría es que no cambiara tal como lo está haciendo, tan hacia fuera. Que esa tieta fuera más consciente (o le dejaran serlo) de lo que realmente ella es».
La catalana muestra su visión irónica y crítica de la Ciudad Condal, pero no pierde por ello su amor por su tierra. De hecho, una de sus ilustraciones muestra a una chica con una camiseta con el lema «I <3 Barcelona» y la frase «¿O qué pensabas?». «Volviendo al símil familiar, uno puede poner verde a su familia, la puede poner de vuelta y media, pero que nadie se la toque, que a nadie se le ocurra criticarla».
Maján, con una visión menos apocalíptica y algo más fiestera sobre Madrid que su compañera de exposición sobre Barcelona, tiene claro, sin embargo, cómo le gustaría que fuese la capital de España. «Pues ya muerto, Chu Lín, nos enfrentamos al reto de humanizar la ciudad, descontaminarla y aligerarla de tanta coche y ruido. Me gustaría un consistorio honesto y transparente que se preocupara realmente por nosotros. Que los madrileños tomáramos más partido por lo que nos atañe».
Y continúa: «Que se prohibiera hablar en el Museo del Prado y los visitantes tuvieran que entrar de rodillas. También me gustaría que el Manzanares aumentara prodigiosamente su caudal y pudiéramos hacer bonitas playas como en el Danubio con bocatas de schnitzel y salchichas por doquier. Mientras ocurre seguiré yendo a la piscina de la Casa de Campo».
Los problemas de ambas ciudades no parecen exclusivos de ellas. «La mayoría sí», opina Pulido, «pero solo nosotros tenemos avistamientos de sombreros mexicanos voladores no identificados».
«La dificultades que se producen en núcleos urbanos son también sus ventajas», afirma Maján. «Hay conceptos que no se entienden en entornos poco poblados como la indiferencia de tus conciudadanos o el aislamiento social. Sin embargo, la libertad individual y el derecho a la misantropía es la otra cara positiva de la moneda. Y son comunes a todas las grandes ciudades».
»Pero esto son naderías. El gran destino que compartiremos los urbanitas del mundo, peor que la homogeneización por obra y gracia de Starbucks y Mcdonald´s, es ser los primeros en morir de hambre cuando el petróleo acabe y la agricultura intensiva deje de serlo y no pueda alimentar a 7.500 millones de habitantes», ironiza sobre el asunto de la globalización y la actual economía de consumo.
Sonia Pulido y Roberto Maján muestran estilos tan diferentes como las dos ciudades que retratan, pero a la vez, igual de inspirados en movimientos artísticos del siglo XX. La barcelonesa, por su parte, define el suyo como «un popurrí gráfico que oscila entre la templanza y el griterío».
Sus referentes son múltiples y se localizan en los anuncios de prensa de los años 40, 50 y 60, pero también en artistas como Patinir, Bruegel, Rousseau o Frida Khalo, Meret Oppenheim, Abuela Moses y Louis Burgeois. O en antiguas ilustraciones de botánica y animales. También en carteles bélicos, de ciudades, de películas; universos creativos como el de Wes Anderson, Won Kar Wai… «Un largo etcétera», concluye.
Lo que más le atrae de esos carteles panfletarios de la Guerra Fría o de los años 50 son «los colores, la simplicidad, lo bien que transmiten un mensaje», afirma. «Me encantan los antiguos carteles de ciudades y los pósteres de pelis de ciencia ficción. Quería ese lenguaje para las obras, algo rotundo, contundente y con sentido del humor».
» Muchas de mis imágenes están un poco «fuera de registro», algo muy común en ese tipo de reproducciones antiguas. Quería esa vibración, ese movimiento en las ilustraciones. Hablar de lo que pasa en la ciudad, que al final acaba siendo una ciudad más general, y no de sus calles o edificios».
Maján también bebe de fuentes artísticas del siglo pasado, pero esta vez no es tan locuaz para explicar quiénes son sus referentes. «Tengo miles, muchos ya muertos. No me atrevo a nombrarlos no sea que se revuelvan en sus tumbas. A los vivos aún menos que me pueden mandar apalear, o hacerlo incluso ellos mismos…».
Afirma moverse entre varios registros y busca para cada proyecto algo nuevo que se adecúe al tema que va a tratar. «En propuestas donde prima lo emocional, uso la acuarela y un dibujo desprovisto de las inflexiones del estilo tratando de acercarme a un ideal de pureza», explica el artista afincado en Madrid.
«Para Madrid-Barcelona ha sido todo lo contrario. Me he abandonado a la estilización ejecutando los dibujos con mi “caligrafía” casi de manera automática. Es un estado de trance donde se te pasa el tiempo volando. Lo podríamos llamar “Kundalini style”».
El estilo de Roberto Maján se inspira en la estética vanguardista de principios del siglo XX, por el que siente «una inclinación natural». «En algún momento me pregné de Picasso y me resulta difícil sacudírmelo de encima. No sé cómo ocurrió realmente. Estaría cogiendo flores en el prado y me sorprendería en un regato cuando iba a beber. Y ahora me viene fatal esa posesión porque es un estilo completamente demodé. Supongo que me vendría bien un exorcismo. Busco cura».