Hierático. Frío… A veces sin color e, incluso, sin pelo… Exento de cualquier elemento que haga recaer la atención en él y no en las prendas que porta, el maniquí común carece de alma. Y pese a eso, algunos han protagonizado películas o inspirado canciones. O quizá precisamente por eso. «Un maniquí es un lienzo perfecto».
Andrés J. Blázquez ve ilógico desaprovechar la impersonalidad de estos muñecos. «Con ellos se pueden reproducir otros personajes, recrear otras épocas…». Los maniquíes del diseñador y fundador de Visual Shopper se inspiran en personajes cinematográficos, en los años 20 y 50 «donde la feminidad estaba muy marcada», respiran aires flamencos…
Otros, directamente, se ilustran con fragmentos de algunas de las obras más conocidas de Picasso o Modigliani. Y todos ellos están pintados a mano, por lo que no hay dos iguales.
«En las tiendas de aquí aún se le da poca importancia al escaparate. Todo lo contrario de lo que ocurre en otras ciudades como Londres, París o Milán, donde saben de la importancia de la diferenciación respecto a los demás a la hora de presentar el producto».
Los maniquíes de Blázquez no pasan inadvertidos y, pese a eso, el diseñador asegura que «no “se comen” al producto. Todo lo contrario, lo potencian, lo hacen más visible y le suman calidad».
Lo suyo, dice, está más cerca de lo artístico que de lo útil «aunque una cosa no quita la otra». Por eso, muchos de sus maniquíes no están diseñados para mostrarse en un escaparate o en el pasillo de un centro comercial sino para decorar un salón o un dormitorio.
«Hace más de una década que los maniquíes irrumpieron en la decoración de interiores, sobre todo de estilo vintage en lofts y casas de diseño de Nueva York. En la ciudad en la que vivo, Madrid, el tamaño de nuestras casas no es muy grande que digamos, por eso potencié mas el busto del maniquí».