Si Aldo Manuzio levantara la cabeza y volviera del mundo de los muertos, seguramente se frotaría las manos y se pondría a trabajar. Sería la estrella de la Feria de Frankfurt y Andrew Wylie temblaría al escuchar su nombre. Haría maravillas con las nuevas tecnologías y revolucionaría (otra vez) la edición en papel, como lo hizo en su momento.
Porque en este mundo posmoderno, donde lo de hoy no es mejor de lo que vendrá mañana, donde lo urgente predomina sobre lo importante, donde las exclusivas están por encima de las razones de los hechos, todavía hay cosas que no hemos podido superar desde el ya muy lejano Renacimiento.
Aldo Manuzio dejó este mundo hace exactamente 500 años, pero su visión editorial y empresarial ha perdurado a través de los siglos. Por eso el 2015 ha sido nombrado Año Manuziano con diferentes eventos y exposiciones en España, Italia, Estados Unidos, Irlanda y Reino Unido.
Manuzio es considerado el primer Editor (así con mayúscula) de la historia. Y fue el inventor de uno de los formatos de libro más valorados, tanto a nivel editorial como económico, además de ser creador de una tipografía inconfundible.
Pero vayamos por partes.
Su pasión por el griego lo llevó a convertirse en impresor, un oficio apenas conocido pues el gran invento de la imprenta era relativamente nuevo. Deseaba que las obras clásicas griegas y latinas volvieran a ocupar un lugar importante después de un largo periodo de olvido. Su aventura editorial llamó la atención de la intelectualidad de la época, al grado de que muchos grandes pensadores estudiaron griego para poder disfrutar de las bellas ediciones que salían del taller del famoso editor de Venecia.
Su fama se extendió por el continente cuando publicó obras como el Sueño de Polífilo de Francesco Colonna, considerado el libro más hermoso jamás realizado. Algunos lo llaman la primera novela gráfica de la historia. Quizá haya sido algo así como el Fabricar Historias de Chris Ware de la época. Colonna y Manuzio se arriesgaron y ganaron. Rompieron esquemas y lograron seducir a los lectores más ortodoxos.
Gracias a su calidad editorial, en su cartera de clientes se encontraban personajes ilustres como Erasmo de Rotterdam, quien, con el tiempo, destapó en una de sus obras la difícil vida de Manuzio. Este vivía bajo la tutela de su suegro, socio mayoritario de la imprenta, y un oscuro comerciante de papel, quienes casi dejan en al borde de la quiebra al editor. Una verdadera historia de novela, faltaría más.
Pero Manuzio se sobrepuso a todo gracias a su visión editorial y empresarial. Logró concebir la idea de crear libros en un formato menor, más cómodo y que permitiría una mayor tirada, con lo que recibiría una mayor ganancia sin tanta inversión. Hoy los libros de bolsillo son considerados ediciones menores, pero en el Renacimiento fueron considerados objetos de culto, pequeñas joyas. Tanto que se pusieron de moda los retratos con uno de esos novedosos libros en la mano, como el Retrato de Caballero de Daniele da Volterra o en Il Gentile Cavaliere de Giovanni Battista Moroni.
Pero si después de todo esto, Manuzio les parece tan solo el típico hombre del Renacimiento, también el tipo (nunca mejor dicho) fue un magnífico diseñador. En busca siempre de lo clásico, inventó una tipografía que recordara la de la escritura inclinada de los monjes. Hoy es una de las más reconocidas a nivel mundial y perdura hasta nuestros días debido a su importancia en los textos y al continuo uso que le damos. Se le llamó bastardilla, pero con el tiempo se reconoció como itálica o cursiva.
Así que cada vez que escribas en Word y veas esa inconfundible K en la barra de herramientas, recuerda al genio; recuerda a Aldo Manuzio.