Lo que necesita Madrid es un poco de afecto

Por un lado existe la ciudad habitable y en el otro está la ciudad que se habita. Mientras que la ciudad habitable viene impuesta por planes urbanísticos y políticas bipartidistas, son las personas las que construyen la ciudad habitada. Hay veces en los que las dos ciudades coexisten en un mismo lugar. Madrid, como ejemplo. Una persona puede vivir en la ciudad Madrid habitable y solo transformándola en colectividad disfrutará de esa otra ciudad que se habita.
Han surgido y siguen naciendo en Madrid proyectos ciudadanos que están cambiando la forma en la que las personas se relacionan con la ciudad a partir del afecto. Desde iniciativas como la PAH, huertos urbanos como Esto es Una Plaza, centros sociales como La Karakola o proyectos de mejora del entorno urbano como Paisaje Tetúan o Autobarrios, se ha generado un urbanismo ciudadano en el que los espacios se transforman a partir de las personas.

Para reflexionar y recorrer este Madrid habitado, VIC- Vivero de Iniciativas Ciudadanas- organizó en Matadero el seminario Urbanismo Afectivo en el que tratan de elaborar una cartografía de las relaciones afectivas que estos espacios e iniciativas ciudadanas están generando. «Urbanismo Afectivo es un modo privilegiado de nombrar lo intangible, lo no hablado y poco visible, pero siempre tras los procesos urbanos. Toda forma de urbanismo nos afecta, es una constante en nuestra experiencia urbana», explican desde VIC.
En este Madrid habitado, las afecciones provocan, entre otras cosas, compromiso y acción. Es el caso del relaciones que se generan en torno a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, en donde, tras participar en la paralización de un desahucio uno se ve afectado también lo que le empuja a querer seguir participando.
«El urbanismo ciudadano es un continuo generador de afectos», puntualiza VIC. «Pero no de esa clase de afectos que el poder utiliza para manipular y dominar, sino los nos convierten en personas compartiendo en colectividad: la memoria, la alegría, la comunicación, la autoestima, los cuidados, la indignación, la ayuda y la solidaridad».
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A menudo los huertos urbanos transforman comunidades y ciudades. La experiencia de Esta es una Plaza lo confirma: un proyecto de autogestión vecinal en un solar vacío en el barrio de Lavapiés que desde 2008 no solo es un huerto, sino que ha generado relaciones afectivas a través de actividades de crianza compartida, comidas populares, taller de bicis, etc. Las afecciones hacen que actividades propias del entorno doméstico, como el consumo o los cuidados, se amplíen a lo colectivo.
«El huerto no solo me da alimento. Me da compañía, trabajo en comunidad e incluso ya compramos muchas cosas juntos», explica uno de los asiduos al huerto.
«Los afectos se distribuyen y cruzan todos los límites previamente establecidos y no son algo que se dan solo entre las personas que en ellos participan. Se despliegan entre ciudadanos que no habitan en cercanía, como el proyecto de paisaje Tetuán que ha permitido que personas de otros barrios de Madrid vayan a Tetuán con otra mirada, pues de otra manera no habrían caído en ese barrio», explica Mauro Gil-Fournier, de Viveros de Iniciativas Ciudadanas.
Paisaje Tetúan nació en 2013 para explorar las posibilidades de mejora del paisaje urbano mediante las intervenciones artísticas. En la misma línea se enmarca el proyecto PaisajeSur – Autoconstruyendo UseraVillaverde, impulsado por la Dirección General de Patrimonio Cultural y Calidad del Paisaje Urbano del Ayuntamiento de Madrid, con el fin de generar procesos de transformación compartida de nuevos espacios junto a los vecinos de cada barrio donde trabajan. Las infraestructuras urbanas que se desarrollan en estos proyectos actúan como mediadoras en el desarrollo de los afectos dentro del urbanismo ciudadano.
Hay proyectos en este recorrido en el que los afectos surgen del interés común por crear espacios de conocimiento colaborativo como el caso del Instituto Do It Yourself  en el barrio de Vallecas, impulsado por el colectivo Todo por la Praxis y donde el aprendizaje tiene lugar a través de la interacción con otros en un contexto de experimentación.
Guiados por esta cartografía, gran parte de los afectos del urbanismo ciudadano se generan en torno a la reivindicación de los espacios. Es el caso del Espacio Vecinal Arganzuela, que ha logrado unir a un enorme grupo de vecinos del barrio en torno a la idea de un transformar el antiguo Mercado de Frutas y Verduras de Legazpi en un espacio de uso público con fines culturales y sociales. Una demanda histórica en el barrio que las autoridades municipales siguen rechazando.
La Eskalera Karakola, en la calle Embajadores, alberga desde 1996 diversos proyectos impulsados siempre por un deseo político de compartir espacios y vidas, de pensar mejor, de desafiar y reinventar el mundo desde una mirada feminista.

Es innegable que esta intención por transformar colectivamente el entorno cotidiano por el espacio provoca a su vez cambios en el cuerpo de las personas que participan en ella. «El cuerpo como un lugar propio en conflicto registra todas las trayectorias de los procesos del urbanismo ciudadano. Pensemos en la afección que tienen las personas encargadas de la gestión de los conflictos sonoros entre Campo de la Cebada y los vecinos de la Latina. Una llamada a tiempo, soluciona el conflicto, se baja el sonido y punto. Pero la gestión continuada en el tiempo, termina por afectar a la persona y al espacio», añaden desde VIC.
«Urbanismo Afectivo significa entender otros modos de producción performativa de la ciudad. Otras políticas espaciales del afecto son posibles y se están desarrollando en Madrid en estos momentos». Y es en el recorrido por todo este conjunto de espacios y relaciones afectivas, donde Madrid habita.
Natalia Quiroga es cartógrafa del amor y micropoetisa.

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