A Marco Antonio Portela no le sientan bien las normas. Para decir toda la verdad, siente una necesidad irrefrenable de desobedecerlas, subvertirlas, ultrapasar los límites establecidos por los demás y dejar rienda suelta a su creatividad.
De este ejercicio de rebeldía e imaginación nace el concepto de «fotografía expandida», un intento de crear en libertad y, a la vez, de esquivar las normas que los fabricantes de cámaras imponen a los usuarios. «En la fotografía hay una previsibilidad de lo que va a acontecer, ya sea que uses el iPhone, una cámara analógica o una réflex digital. Aunque coloquemos velocidades altas o bajas, diafragmas más abiertos para desenfocar el fondo o ajustes para sobreexponer y subexponer… todo eso ya está previsto por quien inventó la cámara. Es una libertad programada, del tipo: te dejo transgredir hasta aquí», explica este artista carioca.
La fotografía expandida es transgresora y anárquica. «Se trata de superar lo que ha sido establecido. Hay varias formas de hacer eso. La más radical es destrozar la cámara y crear una nueva. O colocar objetos en frente de la cámara, o hacer collage o, incluso, hacer fotografía sin cámara», explica Portela.
Es lo que hace con su proyecto Terra à vista. La obra consiste en un monóculo en el que antiguamente se ponían negativos, ampliados por la lente. «Solo que en los míos no hay ninguna foto. Yo coloqué un puñado de tierra. Cuando giras el monóculo, la tierra se mueve y te da casi miedo de que se te vaya a caer en el ojo», señala el fotógrafo.
El espectador imagina la foto y crea una topografía inventada. Si sacude el objeto, crea otra y así, hasta el infinito. «Terra à vista es lo que gritaban los navegantes cuando avistaban la tierra firme. Es un objeto fotográfico que no tiene fotografía alguna», aclara Portela, que reconoce sentir una fuerte admiración por el trabajo conceptual del fotógrafo español Joan Fontcuberta.
Este trabajo surgió en una época de rigor económico, durante los años del presidente Cardoso, cuando el material fotográfico era muy caro. Terra à vista nació como una forma de enfrentar la crisis. «Me fijé en los monóculos porque son baratos. En la época cada uno costaba 50 céntimos. Hoy ya no se hacen. Creo que compré todos los que quedaban en las tiendas de Río de Janeiro», bromea el artista. «La tierra también es gratis. La cogía en varios lugares de la ciudad», añade.
Olhe e veja es otra obra que se encuadra en esta misma línea: fotografía sin fotos. Es una caja de 60 centímetros, cerrada y con una foto en la pared del fondo. La caja lleva el nombre del lugar donde fue hecha la foto.
«Son símbolos de la ciudad de Río de Janeiro: el Cristo Redentor, el Pan de Azúcar, la playa de Copacabana… En la caja realmente hay una foto mía, pero está a oscuras. Cuando colocas el ojo en el visor, no ves nada. En realidad, ya tienes en tu cabeza la imagen que vas a ver. La pregunta que subyace al trabajo es: ¿para qué quieres ver otra imagen del Cristo Redentor, cuando ya conoces perfectamente ese lugar? Al leer el título, tu cerebro recrea automáticamente la imagen. De esto se trata: Olhe e veja, mire y vea su propia imagen», cuenta el artista. Es un planteamiento que recuerda de alguna forma el trabajo de Penélope Umbrico sobre las imágenes de puestas de sol en Flickr.
Fotografía expandida es un concepto que surge en la década de los 80, unido a los filones de cine expandido y de la escultura expandida de Rosalind Krauss. «Fue un momento en el que algunos teóricos reflexionaron sobre la posibilidad de ultrapasar los límites. Desde que comencé a hacer fotos, sentí que hacer simplemente un click con la cámara no me bastaba. Me dejaba incómodo, me proporcionaba una representación demasiado fiel a la realidad. Yo buscaba una representación no tan directa de lo que la gente ve, algo que vemos pero no conseguimos expresar en palabras», explica Portela.
Por eso, Marco Antonio empezó a intervenir sus fotos. «Nunca quise ser famoso, quería ser feliz. Y he sido muy feliz en mi laboratorio», asegura. Primero empezó a manipular el proceso de revelado. El paso siguiente fue imprimir en superficies no convencionales, como en las marmitas, los tradicionales tuppers de metal que usan los obreros brasileños.
De esta búsqueda nace As que alimentam, contendores para comida con fotos de mujeres. «Son las mujeres que me han criado. Yo perdí a mi madre muy pronto y me quedé a cargo de una familia muy matriarcal, en la que las mujeres mandaban, sobre todo en mi vida porque era el más pequeño», revela el artista, que también es profesor de fotografía.
Portela coloca la foto dentro de la caja, para que el espectador tenga que abrirla. «Usé pinceles duros para dejar la emulsión imperfecta y para que la copia resulte consumida, porque la marmita es un plato obrero. Yo también soy un operario y las fotos son de mis mujeres, las que me daban de comer de pequeño. Es como si yo las estuviese consumiendo para alimentarme», explica.
Marco Antonio llegó al arte relativamente tarde. «Nací en los suburbios de Río en una familia sencilla. Desde muy joven tuve que buscarme la vida. Solo cuando alcancé cierta independencia económica, pude comenzar a estudiar en serio», cuenta el artista, que trabaja en Petrobras, la mayor empresa petrolífera de Brasil.
«Soy suburbano, nunca pertenecí a ninguna elite. Fue la fotografía que me llevó hacia el arte», asegura Portela, que es licenciado en Historia y tiene un doctorado en Arte. Hoy es en un artista respetado en Río de Janeiro y un comisario muy activo en la escena fotográfica carioca.
Sin embargo, sigue trabajando en Petrobras, «un empleo que odio», a la espera de jubilarse. Precisamente por eso, destaca, puede ejercer su arte con una cierta autonomía, sin tener que someterse al criterio de las galerías de arte o de los mecenas de turno. «Yo vendo muy poco de mi obra. Vender es una palabra que no combina conmigo. Me resisto al mercado», declara Marco Antonio.
Es la paradoja del artista independiente: perder la libertad en un empleo para ganarla en el ámbito de la creación artística. «Yo vivo en un sistema capitalista y necesito dinero. ¿Qué es lo más importante para mí? Conseguir hacer algo que sea de verdad y que solo sea mío: mi arte», señala.
A cada nueva obra, a cada nueva experimentación, el lado inconformista del fotógrafo queda insatisfecho, lo que motiva la siguiente búsqueda. Una parte importante de su obra se apoya en la apropiación del trabajo de otros, al que le otorga un nuevo significado, en la mejor tradición de la antropofagia brasileña.
Muestra de ello es la intervención de la obra del famoso artista británico Damien Hirst. «Con Tomei Como Minhas Suas Bolas me apropio del trabajo de Hirst y juego con el concepto de virilidad. Estamos hablando de bolas, al fin y al cabo», afirma Portela con ironía. En cada bolita, el artista coloca su propio retrato.
Con esta obra, el artista inaugura una nueva etapa, en la que solo desarrolla una idea. La representación más emblemática de esta fase se resume en Preguiça, Pereza. «En una época en la que todo el mundo hace tantas fotos, habla tanto, odia tanto… todo me da pereza. Incluso hacer fotos», explica Portela.
Preguiça es un monitor con fotos escogidas por el artista, iconos de la fotografía mundial, que Portela reproduce bajo el lema del mínimo esfuerzo. «Hice el trabajo en casa de otro fotógrafo, Leonardo Ramadinha. Estoy tumbado en su cama. Quien hace la foto es él, porque yo tengo pereza, ¿cierto? Entonces ¿cómo voy a poder fotografiar mi propio trabajo si tengo pereza? Hasta el gato que aparece es de él. Yo solo me limito a quedarme tumbado. Ni siquiera las zapatillas son mías», bromea Marco Antonio.
De pequeño, Marco Antonio Portela era uno de estos niños que destrozaba los juguetes nuevos para ver cómo estaban hechos por dentro. Después no sabía montarlos de nuevo, pero esto era lo que menos le importaba. «Me he llevado más de una hostia de mi padre por eso», reconoce. La experimentación es una necesidad, la transgresión es su lógica consecuencia. Expandirse o morir.
Una respuesta a «Formas de hacer trizas la fotografía tradicional»
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