¡Mecagüen!: ¿Por qué necesitamos palabrotas e insultos?

El periodista Sergio Parra cree que abusar de los improperios les quita su poder expresivo
30 de abril de 2019
30 de abril de 2019
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libro Mecagüen

«Todas las palabras sirven para algo», aunque algunas tienen un «poder especial». Las palabrotas, los insultos y las blasfemias pueden asustar, enfadar, ridiculizar o provocar que alguien le arree un guantazo a otro.

El que insulta (el faltón), más que describir, intenta desafiar, llamar la atención, agredir. Y de paso, suelta parte de su ira: es un desahogo. Dejando a un lado la educación y las moralinas, los tacos, usados con medida, tienen una función muy sana: liberan de la rabia y el enfado (aunque también habría que pensar en la salud de la persona a la que cae el saco de mierda encima).

El periodista y divulgador de ciencia Sergio Parra explica así la función del lenguaje soez en su libro ¡Mecagüen! Palabrotas, insultos y blasfemias, de la editorial Vox y con ilustraciones de Malagón. La función del lenguaje que escandaliza a algunos y que llena la boca a otros; del «lenguaje sucio»: insultos, groserías y palabras tabú.

AFASIA: EL POETA QUE SOLO PRONUNCIABA UNA MALDICIÓN

Charles Baudelaire se quedó sin habla a los 45 años. Pasaba sus últimos días en un hospital de monjas agustinas y solo era capaz de pronunciar una frase: Non, crénom! (algo así como ¡Maldita sea!). A las religiosas le retumbaban los oídos cada vez que el poeta les soltaba esa fresca: creían que solo el diablo podía estar detrás de esa exclamación.

Pero esta vez el escritor no intentaba escandalizar a la burguesía ni explorar la belleza de lo execrable. El autor de Las flores del mal padecía afasia, un trastorno del lenguaje. «Podríamos decir que Baudelaire solo podía blasfemar por culpa de una bacteria y un parásito», indica Parra. «Puede que su caso fuera una de las primeras pruebas documentadas de que el lenguaje obsceno ocupa una parte diferente en el cerebro a la que aloja a las neuronas que codifican y decodifican los mensajes convencionales. Así, las palabrotas se almacenarían en la región más primitiva del cerebro».

dibujo del libro Mecagüen
Ilustración de Malagón del libro ¡Mecagüen!

‘JODER’ Y SUS MIL VARIANTES

De la palabra joder se puede sacar un idioma. Tiene significados a destajo. El principal es «practicar coito», pero hay muchos más: aguantarse, fastidiarse, estropearse, molestar, destrozar… Es también la palabra del respingo cuando alguien se enfada, se asombra, se asusta. Y se puede estirar todo lo que se quiera: estar jodido, joder la marrana,¡que te jodan!, ¡no me jodas!, ¡menuda jodienda!, el jodío vecino

—¿Por qué el sexo está tan relacionado con las palabrotas?

—Porque tiene mucho que ver con los temas tabú. Si en una sociedad no se puede hablar de sexo, los insultos relacionados con él escandalizan más. En ¡Mecagüen! cito un estudio que muestra que los insultos varían en función de cada cultura y cada país. Por ejemplo, en Alemania y Estados Unidos usan muchos insultos relacionados con el ano. En Croacia, con los genitales masculinos. En Francia, con los genitales femeninos. En Noruega, con el demonio. Cada cultura tiene sus temas intocables.

—¿En España?

—En España, Italia y Grecia, se hace referencia, sobre todo, a la inteligencia: tonto, imbécil, estúpido, subnormal. Esto da a entender que en estos tres países se valora mucho la inteligencia.

‘PUTA’ Y SUS OTRAS 111 FORMAS DE DECIR LO MISMO

Pocas palabras tienen más sinónimos en español que puta; quizá ninguna. Cuenta Sergio Parra en ¡Mecagüen! que Camilo José Cela recopiló 111 en El diccionario secreto. Y a la vez es una voz con decenas de significados: no siempre se refiere a la prostitución. «Podemos llamar puta a una mujer que nos parece mala persona, pero también puede ser sinónimo de avispada o astuta, porque ha acabado siendo un vocablo comodín y, por tanto, ha perdido bastante impacto a la hora de insultar con contundencia».

Es una palabra tan usada que se amplifica, se achica: putilla, putón, putón verbenero, putón desorejado, y que ha creado una familia de voces alrededor. A las prostitutas que andan por la calle, también las llaman callejeras, esquineras, correcalles, trotacalles. A las de lujo, ostreras, porque dicen que hay que invitarlas a ostras.

Parra indagó en otros idiomas y encontró que, en todo el mundo, juegan con esa palabra. En francés usan la voz conasse (coño grande) y escaladeuse de braguettes (alpinista de braguetas). En ruso, júyeva posudina (coño para pollas). En italiano, bocchinara (agujerito). En portugués, falena (mariposa nocturna). En alemán, rennpferd (caballo de carreras) y hure (morro del cerdo). En chino, ye ji (salvaje gallina), yín fù (lujuria + mujer), dàng fù (balanceo + mujer) y shui xing yáng huà (flor de álamo nadadora).

ilustración de Malagón
Ilustración de Malagón del libro ¡Mecagüen!

‘FOLLAR’ Y SU FAMILIA LINGÜÍSTICA

Del latín viene el follar. El asunto empezó con un sustantivo, follis, que significa fuelle (‘pieza para avivar el fuego’). Vino entonces el verbo, follicare, que significa ‘respirar como un fuelle, resollar, jadear’. «Es decir, que follar aborda el acto de tener sexo desde un punto de vista meramente hidráulico mezclado con el ruido que hacemos cuando lo practicamos», escribe Parra en ¡Mecagüen!

Pero la voz no queda ahí. Follar, como muchos otros tacos, es un disparadero de muchas otras palabras y expresiones. También se emplea para indicar fastidio (estoy jodido o su variante jodido pero contento). Para decir que han matado o eliminado a alguien de un juego (lo han follado). Para expresar velocidad (va follado vivo). Para mandar al cuerno a alguien (¡que te follen!).

ilustración del Mecagüen
Ilustración de Malagón del libro ¡Mecagüen!

Los niños y adolescentes de hoy dicen muchas más palabrotas que las generaciones anteriores. El lenguaje soez ya no escandaliza tanto. ¿A qué se debe?

Hay más tolerancia hacia el insulto. Hay más libertad y menos tabúes. Al decir tantas palabrotas, estamos devaluando sus efectos. Al abusar de ellas, les quitamos su poder y estamos perdiendo una herramienta muy potente. Este tipo de palabras deberían utilizarse solo en momentos concretos. Yo las comparo con las lágrimas. Si alguien está siempre llorando, no le damos importancia. Si alguien no llora nunca, cuando lo hace, nos alarmamos.

¿Cómo ha influido el lenguaje políticamente correcto en el uso de los insultos?

Hay muchas palabrotas que se han convertido en una especie de comodín. Por ejemplo, cabrón, cabronazo. Otras, las seleccionadas por la corrección política, se han vuelto un tabú. Por ejemplo, subnormal.

Pero hay un error metodológico en esta teoría basada en elegir unas supuestas palabras peligrosas que incitan a pensar y actuar mal. La corrección política se basa en una hipótesis que tiene más de 80 años: creer que al cambiar el lenguaje, se cambia el comportamiento. Las teorías más actuales sostienen lo contrario: el lenguaje es un reflejo de lo que pensamos y lo que hacemos.

El lenguaje políticamente correcto es una pérdida de tiempo si queremos cambiar actitudes de la gente. No modificamos un comportamiento por ponerle otro nombre.

En la reciente campaña a las elecciones generales nos hemos hartado de oír insultos de lo más zafio. ¿Por qué crees que algunos políticos usan este lenguaje gritón?

Creo que intentan acercarse a la gente. Quieren hablar como el pueblo llano. Esto lo vemos también en programas como La Sexta Noche: usan este lenguaje porque quieren conectar con la gente. Pero yo no lo veo preocupante. En Australia, un país absolutamente democrático, se insultan mucho en el parlamento. El primer ministro y un político de la oposición se enzarzaron en una discusión y empezaron a llamarse cabronazo, meaculos, timador inmundo… Lo obsceno del lenguaje depende del lugar en el que se escucha. Ellos lo consideran como algo normal y nosotros podemos acabar acostumbrándonos también.

portada del libro Mecagüen

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