Cada tuit es un voceo de venta ambulante con distintos resultados: ocurre que los melones casi se venden solos (¡tengo antojo de melón!); en cambio, una nueva tapicería parece innecesaria o no tiene urgencia.
CABRILLAS Y TURRONES
«¡Que buenas cabrillas, cabrillas gooooooooordas y vivas!» grita un hombre por mi barrio desde hace treinta años o más, a pleno pulmón. Valiéndose de su voz, el mensaje llega a todas partes, sin artilugios mecánicos. En ocasiones, el anuncio de las cabrillas coincide con «qué buenas sandías traigo, María» o «turrón de Jijona, del blando y del duro» (en Navidad, Feria y Semana Santa) o «el tapicero ha llegado a esta localidad…»
Los vecinos estamos acostumbrados a esta publicidad callejera a no ser que sea la hora de la siesta. (Posiblemente, el tapicero sea la persona que más rechazo recibe con su cascado altavoz).
NUESTROS TUITS, NUESTRAS NARANJAS
Muchos de nosotros nos comportamos en Twitter como el hombre que anuncia cabrillas, melones o toca la siringa para anunciar que afila cuchillos. Nosotros anunciamos nuestros blogs, nos vendemos, donde intuimos que más o menos hay vecinos que nos compraran nuestras naranjas. A veces, alguien nos compra los turrones de palabras.
Cada tuit es un voceo de venta ambulante con distintos resultados: ocurre que los melones casi se venden solos (¡tengo antojo de melón!); en cambio, una nueva tapicería no resulta necesaria o urgente. (Luego resulta que hay tuits que son como los melones: los artículos a la boca no tienen el mismo sabor que imaginamos —pero esto, es otra historia).
ASALTO EN PLENO TIMELINE
El tapicero LLENA la calle de RUIDO, y lo único que consigue es ahogar los sonidos de los demás, pero sigue sin vender. (Que alguien me diga si alguna vez su madre pagó a un tapicero ambulante, gracias). Al menos, no llama a la puerta de tu casa para intentar colocarte una póliza de seguros, una suscripción a una editorial, instrucciones para entrar en el cielo o polvorones para una buena causa. (Puede que sólo a las niñas se les compre mantecados por su carita de pena). En Twitter hay gente así: te asaltan en pleno timeline para decirte: “@_jmelendez_ lee mi post de…!” Pero ni te conozco, ni te lo he pedido. ¡Peor aún: ni siquiera eres un seguidor!
TWITTER, UN MERCADILLO DE TODA LA VIDA
Los que gritan y los que aporrean el timeline ven Twitter como una calle. Quizá si vieran Twitter como un mercado de abastos (“Que buenos boquerones tengo hoy, niña”) o un mercadillo ambulante (“tres braguitas por dos euros, vamos María, que me las quitan de las manos”), posiblemente tendrían más posibilidades de colocar su mercancía. Esto es importante recordarlo: dónde estamos y qué quiere la gente que está allí.
MIS MINUTOS SON MÍOS, NO PARA TI
“¿Tienes una cuenta…?” o “¿Puedes colaborar con…?” son frases que oímos al entrar y al salir de los centros comerciales, lugares a los que vamos para comprar ropa, comida o tomar un café, no para tener una nueva cuenta bancaria o hacernos socios de una ONG, por muchos méritos que tenga la última.
BUSCANDO PARA SER ENCONTRADO
Veo Twitter más como un mercado que como una calle o un centro comercial. Hay gente que busca cosas, ¿cómo las encuentro? He conseguido lectores para mi blog con un truco muy sencillo: busco en Twitter palabras relacionadas con mi actividad, por ejemplo “plantilla de guión” y guardo las búsquedas para tenerlas a mano. De manera que cuando una persona escribe “¿alguien puede pasarme una plantilla de guión?” o “necesito una plantilla de guión”, le respondo:
¡Hola! En mi blog encontrarás varias plantillas de guión, hasta de la BBC, y otros materiales para guionistas: http://goo.gl/cMm07
De esta manera no grito a quién no quiere oír mis cosas ni me quiero colar en casa de nadie. Así «vendo» mis post frescos o en conserva. Esa persona suele agradecer la información, se convierte en seguidor de la página de Facebook del blog, y difunde dónde hay plantillas de guión.
Guardar búsquedas sobre cosas que necesitan las personas y las empresas también ayuda a encontrar oportunidades: guardar “buscamos bloggers” me trajo a Yorokobu.