La sorpresa debió de ser generalizada entre los asistentes a aquella recepción al ver al pequeño príncipe Alberto Eduardo de Gales (futuro Eduardo VII), de apenas cuatro años, ataviado con el uniforme de los miembros de la Royal Navy. Su madre, la reina Victoria, probablemente desconociera que con aquel peculiar homenaje a la marina británica estaba marcando tendencia en la moda infantil-juvenil.
De Inglaterra a Francia, el traje de marinerito se convirtió en un fijo entre los niños de la aristocracia en el XIX. La moda siguió expandiéndose y popularizándose entre todos los estratos sociales de occidente, permaneciendo vigente hasta prácticamente nuestro días (aunque hoy reducida a las –escasas– opciones de vestimenta que tienen los niños que celebran la Primera Comunión).

Y llegó la moda militar
El joven príncipe de Gales convertido en it boy es solo un capítulo más de las continuas incursiones de la estética militar en la moda. Chaquetas bomber, gafas de aviador, botas militares, pantalones cargo, estampados de camuflaje… El campo de batalla ha venido siendo uno de los grandes referentes de los diseñadores.
En el prólogo del libro Military Styles Invades fashion, de Timothy Godbold (Phaidon), el periodista especializado en moda Colin McDowell habla de la relación entre ambos mundos: «Podría parecer contradictoria porque la moda siempre suele relacionarse con la autoexpresión, la libertad, la individualidad, mientras que la vestimenta militar sugiere anonimato, subordinación y adhesión a unas reglas».

Sin embargo, McDowell considera que la paradoja es solo aparente. Porque aunque los civiles tengamos la posibilidad de elegir el corte de camisa que más nos gusta, el largo de los vestidos y los tacones o los colores que más nos favorecen, la moda no deja de estar basada en unas «estrictas normas» sobre cómo combinar prendas y elegir lo adecuado para cada ocasión. Algo que para el periodista no diverge demasiado de los «impecables estándares de vestimenta» del ejército.
Inspiración bélica
La homogeneidad en el atuendo militar rige en el campo de batalla y, por supuesto, en los desfiles y paradas. La pomposidad de los uniformes de gala llamó la atención de diseñadores. También fue un recurso para las estrellas de la música como The Beatles y más tarde otros como Duran Duran. O Michael Jackson. «(Jackson) asumió que era el look adecuado para su estatus como Rey del Pop», comenta Timothy Godbold. Según el interiorista, el cantante recurrió a una conocida sastrería londinenses para que le confeccionase las ya célebres chaquetas militares que lució en su gira Bad.
Aunque es la ropa de maniobras y de combate la que más réplicas dispone en la sección casual de las tiendas de moda. Creadas para comodidad de las tropas y para sobrevivir a todo tipo de batallas (literalmente), muchas de estas prendas se convirtieron en un must no solo para los soldados, sino también para gente que en su vida había cogido un arma ni tenía intención de hacerlo.
Ocurrió, sin ir más lejos, con las camisetas. Ya en la Edad Media los caballeros llevaban una prenda similar a las actuales T-Shirt (nombre que dio a la prenda el escritor Scott Fitzgerald por su forma en T). Lo hacía para evitar las heridas provocadas por el roce de la armadura. En los siglos XVIII y XIX se popularizó en Europa como prenda interior para los miembros de las tripulaciones en los barcos. El ejército de Estados Unidos, dice Goldbold, la incorporó durante la guerra contra España en 1898. Algunas décadas después, en la II Guerra Mundial, era una prenda más que los soldados norteamericanos no dudaban en lucir, así como tampoco muchos otros jóvenes del país.
[bctt tweet=»«Hay más gente en la calle luciendo lo que denominamos look militar que personas en el ejército» Julia Reed (The New York Times) » username=»Yorokobumag»]
La funcionalidad también está detrás del origen de la gabardina, patentada por Thomas Burberry en 1888. La prenda se convirtió en un fijo para los exploradores de la época, incluido el mismísimo Ernest Shackleton. La misma marca se encargaría ya en la I Guerra Mundial del diseño del conocido como trench warm, al que no le faltaba de nada: hebillas con forma de D para colgar las granadas, trabillas para transportar el equipo militar, panel impermeable en la espalda… Pero el corte de la prenda resultaba demasiado elegante y práctico (en su publicidad lo anunciaban como tres abrigos en uno) como para dejarlo circunscrito únicamente al ámbito militar.
Algo semejante ocurrió con los estampados de camuflaje. Aunque en su salto del campo de batalla a la calle cambió su razón de ser; los soldados los utilizan para mimetizarse con el entorno y engañar al enemigo. Pero «cuando el camuflaje pasó a formar parte del mundo de la moda, lo hizo para llamar la atención», asegura Godbold.


Dentro de este tipo de estampado, el escritor destaca el conocido como dazzle, el camuflaje geométrico con el que la marina británica decoró sus barcos para confundir a los submarinos alemanes. Las rayas blancas y negras hacían imposible apreciar desde los periscopios el tamaño y forma de las embarcaciones. Varias décadas después, firmas como Valentino o Christian Dior recurrieron al dazzle en sus prendas para acentuar ciertas formas del cuerpo y disimular otras (si no puedes con el enemigo, camúflalo).
Muy interesante. Creo que también la infame corbata tiene origen militar. Si no recuerdo mal, fue un regimiento de croatas el que llegó a Francia con unos pañuelos que fueron bautizados «croatas», en francés algo como «cravates». Saludos civiles.