Abrimos la caja y la alegría nos embarga. El smartphone que contiene nace para nosotros cuando lo sacamos y ve la luz, o mejor dicho, cuando comienza a emitirla. Siempre recordamos ese instante de flechazo con cada nuevo aparato electrónico que cae en nuestras manos. Pero cuando acabe el affaire, lo despreciaremos.
Tras dejarlo arrinconado en el fondo de un cajón, acabaremos exiliando nuestro móvil a una planta de reciclaje, en la que ha fallecido triturado y desmembrado. El artista ruso Dmitry Morozov invita a que sean los propios dueños los que participen en la agónica muerte de sus objetos personales en su instalación Oil.
Cinco prensas hidráulicas, tradicionalmente utilizadas en talleres, son las encargadas de las ejecuciones. Ya han destruido más de mil pertenencias de los que han querido participar en el experimento. Teléfonos móviles, cámaras fotográficas, discos duros, lápices, juguetes, vasos y pastillas han emitido sus últimos quejidos en estas máquinas.
«Creo que es muy difícil perder nuestros objetos y especialmente destruirlos a propósito, pero el arte es una bella forma de empujar a la gente a pensar sobre nuestras pertenencias de forma diferente», explica Morozov.
En realidad, este artista revienta objetos para crear otra obra. Un micrófono está grabando los sonidos mientras la prensa se dedica a aplastar. Gracias a una placa Arduino y a un ordenador, el móvil acaba convirtiéndose en ondas sonoras que se graban automáticamente en un CD.
«Era muy importante para mí que todo en el mundo tenga un segundo nivel, incluso la destrucción puede ser creativa y los productos de masas pueden ser fácilmente convertidos en arte», señala este ingeniero de mecanismos que suenan de forma extraña, un título que él mismo se ha puesto.
La tecnología destruye irónicamente a la tecnología, pero no para crear un producto en serie, sino una obra de arte única en el universo. Los crujidos que emite cada móvil al fallecer, cuando la pantalla se rompe porque no aguanta más la presión, generan un zumbido inimitable.
Un gato Maneki Neko aguarda su final en la prensa. Nunca más volverá a levantar su patita ni a desear buena suerte. En unos segundos, su cabeza estallará emitiendo un sonido al que nadie calificaría de agradable. Morozov quiere que la escena sea tétrica. «En la muerte era en lo que yo estaba pensando. Pero para mí la muerte no es el fin, sino solo el comienzo», defiende este artista.
El minino no está falleciendo, simplemente pasará a ser un archivo MP3. «Es un concepto muy egoísta decir que la muerte es la destrucción; yo diría que es lo opuesto», explica Morozov. «Encontramos esta idea en muchas culturas, desde el cristianismo al hinduismo. En algún momento, la muerte es la única forma de proporcionar lugar y comida para una nueva vida».
Esta instalación interactiva se apoda Oil para referirse a las dificultades de ese proceso de transformación. «El aceite es una sustancia efímera, es difícil extraerlo de la planta», detalla Morozov. «Encaja con esa idea de convertir objetos físicos en una grabación de sonidos». Precisamente el aceite es el que logra que la prensa hidráulica funcione para extraer arte sonoro.
Los visitantes que pasaron por la exposición del Museo de Arte Contemporáneo Garage de Moscú (Morozov nos anuncia que tiene prevista una nueva exposición con sus obras sonoras en abril), han reaccionado de distintas formas ante esta instalación.
«Todos los visitantes que estuvieron utilizándolas estaban contentos, lo encontraron divertido, pero por supuesto mucha gente piensa que esto es una sandez». Además, muchos de ellos esperaban que la destrucción sonara mejor.
Morozov cree que esa interacción entre la obra y el participante puede darla nuevos significados. «Todas mis obras hablan de la tecnología y las personas y de cómo las personas pueden trabajar con el sonido o con el movimiento». De hecho, Oil es la continuación de una serie de instalaciones a las que califica de sociales y tecnológicas, que comenzó con un instrumento musical que funciona leyendo tarjetas de crédito y un artefacto que utiliza los códigos de barras de los productos para crear glitchs.
Al final, sus obras hablan sobre el intercambio. Los visitantes de Oil se pueden llevar las cenizas del difunto a casa, en su nueva existencia como estridente melodía.
«Era la idea principal, perder algo y conseguir algo en su lugar», concluye Morozov. Los objetos ni se crean ni se destruyen, solo se transforman. Así que si alguna vez tu móvil cae por el retrete, no tienes que lamentarte mientras se ahoga. Quizá deberías dejarlo marchar y que encuentre su nueva vida recorriendo las tuberías del inframundo.