"La frivolidad (…) es gracia o defecto de la mujer"

6 de junio de 2013
6 de junio de 2013
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El pasado es, básicamente, un relato. Pero, a veces, hallamos pruebas encima de la mesa. En documentos que escribieron, en ese presente desaparecido, los protagonistas de una época. Reside ahí la verdadera antigüedad. El tiempo pretérito sin filtros y las eternas tensiones entre una tradición inmovilista y las ansias de cambiar el mundo.
Monten de nuevo en la nave que lleva a la década de los años 30 del siglo pasado y busquemos rastros del esfuerzo de las mujeres en esa España republicana por salir de los bastidores y la visión que daba de ellas una revista literaria de la época: Lecturas.
Empecemos por un artículo titulado Feminismo y deporte, publicado en Lecturas de enero de 1932. El texto, del escritor J.B. Valero, deja entrever las dualidades ideológicas y el temor (terror incluso) que sentían muchos hombres ante los primeros signos de liberación de la mujer. (Advertencia: saltar de una época a otra puede escandalizar severamente).
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“Reconozcamos, aunque a más de cuatro varones nos duela, que el feminismo no es solo una moda pasajera, nacida a la sombra de los rascacielos norteamericanos y bajo el rumor de las escuadrillas de aviones, dos de los signos más característicos de este siglo de adelantos.
No. El feminismo es una cosa más seria de lo que parecía en un principio, en aquellos tiempos –¿Recuerdan ustedes?– de las sufragistas. Antes nos asombrábamos cuando desde los Estados Unidos nos decían que una mujer despachaba billetes en la taquilla de una estación. Hoy no nos parece ninguna cosa del otro jueves que una mujer se encargue de dirigir todos los presidios de España. El feminismo es hoy una fuerza, y eso no puede extrañar a nadie, porque la mujer actual practica el deporte, que es lo que más fortalece.
[pullquote align=»right»]»Antes de que la señora de Tal se atreviera a ponerse los guantes de boxeo para entrenarse, su consciente esposo la habría deja k.o.»[/pullquote]
Diariamente leemos en los periódicos que ‘la señorita Cual ha obtenido el campeonato mundial de marcha atlética’. Y eso no es nada comparado con otros telegramas de este jaez: ‘La señora de Smith ha conquistado la copa mundial de saltos con pértiga. Su esposo, el señor Smith, que por cierto presenció la prueba, es director de la famosa fábrica de neumáticos X’.
Estas noticias van casi siempre seguidas de otras no menos extraordinarias. ‘La señora de Smith ha recibido ofertas de dos importantes casas de películas para actuar en dos grandes films deportivos. Uno de nuestros reporteros se ha entrevistado con el señor Smith, el cual le ha asegurado que es muy feliz en su vida conyugal y que jamás ha pasado por su imaginación la idea de divorciarse de su esposa’.
A primera vista, el anterior telegrama parece una incongruencia, pero si se siguen de cerca las actividades deportivas y cinematográficas de la mujer, se advierte enseguida que es perfectamente lógico, aunque esa lógica no está aún muy al alcance de nuestra mentalidad latina.
Es un proceso que no falla. La esposa pasa a ser campeona, y la campeona se convierte, aunque circunstancialmente, en artista de la pantalla. Una vez en Hollywood, ¿cómo librarse de la epidemia de divorcios que sufre el emporio del cine?
Nosotros, felizmente, no hemos llegado a eso aún. Antes de que la señora de Tal se atreviera a ponerse los guantes de boxeo para entrenarse, su consciente esposo la habría dejado k.o. Y las familias de los cónyuges se pondrían de acuerdo para felicitar al marido por su enérgico proceder antes los disparatados propósitos del ama de casa.
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En cambio, nos parece muy bien que nuestras jovencitas se vigoricen en pistas, playas y gimnasios, practicando toda clase de deportes.
Sin duda, esto es bello y magnífico. Las futuras generaciones femeninas serán más sanas y fuertes que las actuales y, al mismo tiempo, habrán ganado en belleza, porque la belleza es también rimo, vigor, elasticidad.
Estamos seguros de que buena parte de los lectores masculinos harán un gesto de desaprobación al leer lo que acabamos de escribir.
[pullquote]»La frivolidad, que con deporte y sin deporte es gracia o defecto de la mujer, les impediría prepararse con la misma intensidad que nosotros»[/pullquote]
Comprendemos ese gesto. Más aún, lo compartimos. Pero comprendemos también que nuestra posición es un tanto egoísta y tiránica. ¿Por qué tememos que la mujer se fortalezca? Seamos francos: porque ese aumento de fuerzas en la mujer se traduce en disminución relativa en las del hombre. Por ejemplo, el marido que en las circunstancias actuales puede dejar k.o. a su esposa sin darle tiempo a calzarse los guantes de boxeo, no podrá hacer lo mismo el día de mañana, cuando las nadadoras, tenistas, corredoras y saltadoras de hoy irrumpan en la vida matrimonial con toda la pujanza de sus desarrollados biceps.
Entonces, es probable que la esposa encaje sin pestañear el golpe y tome cumplida venganza después de ponerse los guantes. Nuestra actitud, pues, no es muy noble y, además, no está de acuerdo con estos tiempos de libertades.
Dejemos que la mujer se despoje de su debilidad y contrarrestemos nosotros el peligro aumentando nuestra fortaleza… y conste que está muy lejos de nuestro ánimo el provocar una guerra mundial de sexos.
Si procediéramos así no tendríamos nada que temer, porque la frivolidad, que con deporte y sin deporte es gracia o defecto de la mujer, les impediría prepararse con la misma intensidad que nosotros.
Y el que dude de que la mujer sigue siendo frívola tanto en su aspecto moderno como en el deporte, que examine las adjuntas fotografías».

Unas páginas después, en ese mismo número de Lecturas, aparece un relato corto titulado La franqueza. El autor es Federico Boutet y cuenta así…
franqueza
Fue el primer disgusto después de tres años de matrimonio. En el alegre saloncito íntmo, Adrián Reville fumaba un cigarrillo mientras que Marcela servía el café al mismo tiempo que contaba la inversión que había dado a la tarde.
–…Seguidamente fui a inquirir noticias de la señorita Livolle; y luego, a merendar a casa de Germana…–dijo.
–¿Eso es todo?–
La joven volvió hacia él sus bellos y cándidos ojos.
–¡Sí!– contestó.
Adrián la miró fijamente.
–Marcelina, ¿Por qué no me dices la verdad? ¿No has ido en taxi a un gran almacén? Sí, ¿verdad?
Entonces, ¿Por qué me lo ocultas?
(…)
[pullquote align=»right»]»Él sonreía satisfecho de inspirarle tanto amor y de tener sobre ella tanto dominio»[/pullquote]
Adrián estaba severo como un juez. La mujercita había enrojecido. Su rostro se crispaba como el de un niño que se dispone a llorar.
–¡Adrián! No me reprendas. Había perdido la sombrilla que me compraste anteayer. Yo estaba desolada… ¡Quiero tanto todo lo que tú me compras!… Esperaba encontrar otra igual… ¡Fue por eso! ¡Yo te lo cuento todo siempre! ¡Tú lo sabes bien! ¿Me crees?
Sí. La creía; pero no se lo dijo enseguida. No podía sufrir la idea de que ella le ocultase la menor cosa: era un atentado a su dignidad de hombre, a su perspicacia, a su autoridad.
–Querida Marcela –dijo suavemente– en efecto, te creo… Pero ya ves el peligro de esas mentiras pueriles. Una mutua y absoluta confianza es, para mí, el más fuerte de los lazos. Queridita mía, para que podamos continuar siendo dichosos, sé franca, ten conmigo esa linda espontaneidad que me ha seducido más aún que tu belleza. Eres un poco aturdida, inocente; careces de experiencia; la vida ofrece peligros que tú no sabrías evitar. Tengo el deber de apoyarte y de guiarte, pero, ¿cómo hacerlo si tienes secretos para mí? Estoy contento de que este incidente haya provocado una explicación. De ahora en adelante dímelo todo, nenita, sin mentir nunca… Sé franca… Si no lo eres, yo lo sabré tarde o temprano… Y no sé si podría continuar amándote como te amo… ¿Me has entendido bien?
–Si. Te juro que seré franca. Pero no me digas que no podrías amarme. Tú me querrás siempre y yo te lo diré todo, ¡Todo!
Y la joven se arrojó en sus brazos. Él sonreía satisfecho de inspirarle tanto amor y de tener sobre ella tanto dominio. (…)
colaboradoras
Este número con el que empieza 1932 dedica un espacio a sus colaboradoras. Todas ellas se describen con un texto y una de ellas, llamada María Ruiz Terry (texto final de la segunda página del reportaje que se muestra abajo), se presenta así:
“Soy una mujer que trabaja. Entre la legión de mujeres que ha aceptado la doble maldición de Jehová, soy una más, y esto es bien poca cosa para reconocerme.
¿Mi vida? Como todas las vidas que se desenvuelven al ritmo mecánico de las máquinas de escribir: cada día, la línea que marca el timbrecillo suave del renglón al terminarse; cada mes, un carrete vacío que se cambia por otro lleno.
¿Mi cerebro? Varias toneladas de libros en tres o cuatro idiomas y muchos cientos de kilómetros y de paisajes. Mi pasado: un gran error. Mi presente: un desencanto. Mi porvenir: un fracaso”.
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La revista cierra con un anuncio del libro La perfecta casada, de Fray Luis de León. El texto tira otra vez de la mujer hacia el pasado y la obediencia al marido. El anuncio toma estas frases del prólogo de la obra:
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«Es La perfecta casada una magnífica paráfrasis del capítulo final de los Proverbios y, por tanto, la doctrina con que se pone orden a la vida de la casada es puramente bíblica. Tiende concretamente a hacer de la casada una mujer de su casa, no muy apta, sin duda, para intervenir en los negocios del siglo, pero sí muy consciente de lo que es un hogar netamente cristiano. Hoy, a pesar de sus tres centurias de publicación, pueden sacarse de ella muy provechosas enseñanzas sobre todo para hacer volver a a la mujer al puesto que le corresponde en el hogar».
Las tensiones entre los escritos de hombres sobre la mujer que debe guardar la casa y los textos de las mujeres que quieren abandonar ese papel infame permanecerán durante muchos años. En la revista Lecturas de enero de 1935 hay otro anuncio de un libro. Esta vez es de Concepción Arenal y defiende la tesis contraria a Fray Luis de León. El texto que describe La mujer del porvenir dice así:
«Con su peculiar estilo, vibrante, expresivo y conmovedor en su misma sencillez, rebate en esta obra la dilecta escritora viejos prejuicios sociales basados en la supuesta inferioridad física y moral de la mujer y reivindica para ésta medios educativos y perfeccionadores que, sin modificar su delicada sensibilidad ni apartarla de sus excelsas finalidades en la vida, le permitan elevarse a las grandes alturas intelectuales donde la humanidad pretende inútilmente resolver sus graves problemas, para que sobre el eogísmo, la frialdad y el cálcluo que hoy imperan, haga sentir la influencia bienhechora de sus inagotables tesoros de caridad y de ternura. Solo entonces acabrán las luchas sangrientas y las victorias de la fuerza, y nacerán las generaciones a la vida de la paz y del amor.
Así resume la ilustre pensadora lo que ha de ser la mujer del pervenir: ‘Dulce, casta, grave, instruida, paciente, modesta y amorosa; trabajando en lo que es útil, pensando en lo que es elevado, sintiendo lo que es santo, dando parte en las cosas del corazón a la inteligencia del hombre, y en las cuestiones del entendimiento a la sensibilidad femenina; alimentando el fuego sagrado de la religión y del amor; presentando en esa Babel de aspiraciones, dudas y desalientos, el intérprete que todos comprenden, la caridad; oponiendo al misterio la fe, la resignación al dolor, y a la desventura la esperanza; llevando el sentimiento a la resolución de los problemas sociales, que nunca, jamás se resolverán con la razón sola; tal es la mujer como la comprendemos: tal es la mujer del porvenir».
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Pero, en el mismo número de Lecturas, para terminar, hay otra publicidad donde aparece de nuevo la idea, simple y llana, de que la mujer es tonta. Anuncia un ‘tratado de economía doméstica’ titulado La mujer, alma del hogar y dice así: «Un libro práctico y sencillo, encaminado a capacitar el espíritu femenino de la trascendencia de su alta y meritísima labor en el hogar, labor de innumerables ramificaciones sociales y morales. No se trata, por lo tanto, de una árida obra de tesis con alardes de erudición. Es, sencillamente, un libro amenísimo, lleno de útiles consejos y sabias observaciones, que la dilecta escritora Celia de Luengo dedica a la mujer, principalmente a la de la clase media, la cual, por ser la más afectada por los cambios de posición, por las exigencias sociales y por los reveses de fortuna, es la que más necesitada está de una sólida y variada educación y la que más inteligencia y esfuerzo ha de poner para actuar en la vida social y del hogar.
Hacer amar más y mejor el hogar. He aquí el objeto principal de esta obra; procurar –como dice su autora– que la mujer sea ante todo mujer, es decir: capaz de cumplir su misión de ser el alma y el ángel del hogar que vela, frente a los reveses y contrariedades del destino, por el amor y la felicidad de los suyos».
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Y, además, una moralina: «–Lee este libro y aprende en sus páginas la difícil virtud de saber regentar una casa. Piensa, hija mía, que en el hogar una buena administradora es el hada benéfica que puede convertir en un paraíso el rincón más humilde de la tierra».
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Muchos anuncios de aquella época no pasarían el filtro de lo políticamente correcto de la actualidad. Miren este, por ejemplo, sobre la depilación definitva:
«¿Es posible –pensará usted– que esta dama haya sufrido agudamente la humillación y vergüenza que significa para toda mujer el estar afligida con el vello, que tanto afea y repugna? ¿Es posible –exclamará usted nuevamente– que haya tenido que cubrir su cara con un velo durante tanto tiempo debido a que tenía lo que en efecto era un verdadero bigote y una abundancia horrible de vello que constitía casi en una barba? ¡Sí! Así fue. Y siendo la joven esposa de un oficial en la India sufrió incalculables angustias a causa de estas desfiguraciones. (…) Desesperada, la señora –cuya fotografía ve usted aquí– lo ensayó. Y desde ese día feliz no ha tenido ni un solo vello. Fue curada completamente (…)».
Otro anuncio de Camomila Intea, publicado en Lecturas de febrero de 1933, dice en grandes letras: «¡Ah, picarona!… Qué quietecita estás porque sabes que te estoy poniendo guapa».
La mujer florero también viene de antiguo. Y, en este caso, incentivado desde su misma niñez.
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Portadas de estas tres revistas y de la revista Signal de enero de 1941. En Alemania, en aquella época, la propaganda impulsaba el papel de la mujer trabajadora. En España, mientras tanto, intentaban meterla de nuevo entre potajes y costureros.
Moraleja: No pierdan de vista el pasado. Está tan solo a la vuelta de la esquina.
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