Musas de acuarela y tinta china

27 de noviembre de 2013
27 de noviembre de 2013
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Las palabras, a menudo, no entienden nada. Deambulan por el mundo buscando una presa y cuando su olfato les avisa de que algo puede convertirse en historia, dejan caer sobre su lomo una red. Igual que haría un pescador en el mar. Pescar la vida y empaquetar la muerte. Disecar el presente para convertirlo en una caja de congelados.

Utilicemos esa caja de pez helado como metáfora de este relato. Ocurrirá lo mismo con las musas de Conrad Roset. Las figuras que nacieron de la libertad y una pintura sin dirección precisa peleará en este artículo por no acabar reducidas a unas cuantas palabras. Los periodistas se empeñan en embalar el arte en un texto. Pero las obras no siempre lo ponen fácil. Así lo hacen también las musas. Escapar de cualquier cosa que las crionice para siempre. Fugarse por las grietas de una discurso que quiere convertir sus líneas en un argumento lógico.

Estas mujeres no nacieron de ninguna lógica. Conrad Roset no las buscó. Aparecieron. El catalán dibujaba siluetas femeninas en clase de dibujo natural cuando asomó la primera. Después pasó a su novia a lápiz y papel. Tantas veces la dibujó que nació una colección de musas que difuminaron la identidad de la modelo.

[pullquote]Conrad Roset: “Muses es un tributo a la mujer, un culto a la figura femenina y la sensualidad”[/pullquote]

“Primero surgieron los dibujos y después llegó el nombre”, cuenta el artista de 28 años. “Era una forma de dar sentido a la colección”. Era, además, un proyecto que fue creciendo sin una ambición detrás. “Empezó como un ejercicio de clase y luego se convirtió en un proyecto personal”. Y, a los tres años, se ha convertido en “un tributo a la mujer, un culto a la figura femenina y la sensualidad”.

De las manos de Roset nacieron cientos de musas. Hoy son más de 500. Llegaron desde todo tipo de técnicas y estilos. De experimentos artísticos manuales donde no importaba absolutamente nada el ordenador. Las últimas, según el ilustrador, vienen de la acuarela y la tinta china porque “es lo que más juego da”. “El cuerpo femenino siempre está de fondo y, sobre él, voy probando técnicas”, indica.

El siguiente eslabón de esa historia que comenzó en un ejercicio de clase y continuó en un proyecto personal es un libro de 148 páginas, en formato cartoné y unas medidas de 25,5×32,5 centímetros, titulado Muses. Fue una propuesta de la editorial Norma. La edición es limitada. De solo 1000 ejemplares. Y, en su interior, una musa, la que Roset dibujó para la portada de Yorokobu del último verano, ha escapado de la secuencia de las hojas para presentarse en una lámina firmada por el autor.

Las musas se muestran por orden cronológico. Las primeras datan de 2009. Las últimas, de 2013. En las primeras musas posó el rojo más que ningún otro color. “Empecé utilizando mucho lápiz y acuarela roja. Lo hacía para exagerar el color natural del cuerpo. Los labios, las mejillas…”, explica el autor. “Después introduje más tonos y ahora ya no hay una presencia tan destacada del rojo. En la línea, en cambio, pretendo ser más simbólico y más expresivo”.

Por ahí es por donde las musas intentan escapar de estas palabras. “Intento que sean muy expresivas. No hay ningún significado profundo ni ningún discurso detrás”, aclara Roset. “Es un asunto meramente estético. Cada musa tiene su lectura y de esa lectura pueden desprenderse distintas emociones”.

Eso es lo mejor de una obra de arte. Que no haya palabras que la puedan enrejar.

Fotos de Roc Canals

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