No hay forma tan efectiva de valorar la vida como acercarse a la muerte. Y puede que no haya mejor día que el lunes para lanzarse a recorrer cementerios de todo el mundo. O eso le pareció al escritor Fernando Gómez cuando sintió que la vida le pesaba un poco más de lo normal, como solía ocurrirle al comienzo de cada semana.
Se había sentado en un banco a compadecerse de sí mismo cuando escuchó una voz: «He visitado 80 cementerios de los cinco continentes y allí descansan quienes en sus vidas tuvieron días tan malos o peores que los que está usted viviendo».
Inspirado por Julio Verne, Gómez se lanzó a recorrer el mundo a través de sus lápidas. Su viaje, como era previsible, empezó en la tumba del autor de La vuelta al mundo en 80 días, en el cementerio de La Madeleine, de Amiens (Francia). Julio Verne ideó y encargó la escultura que le acompañaría tras su muerte. Él mismo pensó los matices que la convirtieron en un misterio a base de luces y sombras: dónde iría colocada y en qué dirección.
El resultado de este necroviaje que comenzó en la tumba de Julio Verne y terminó en el cementerio de Sant Andreu (Barcelona) es La vuelta al mundo en 80 cementerios (Luciérnaga, 2018), un volumen que recoge peculiaridades de varias tumbas repartidas por todo el mundo.
Cada capítulo es un paseo entre las lápidas más famosas y muestra las peticiones más extravagantes; esas que llevan a los vivos a cumplir los caprichos más absurdos por miedo. Pero también expone algunas curiosidades relacionadas con la vida de los dolientes que se quedan cuidando las tumbas de sus muertos más queridos.
De La vuelta al mundo en 80 cementerios hemos reunido algunas historias que dan ganas de lanzarse a recorrer el mundo en busca de la muerte, la ajena, para contemplarla, asombrarse y reforzar las ganas de vivir.
El cadáver que engañó a Hitler (Cementerio de la Soledad, Huelva, España)
Para despistar a Hitler durante la Segunda Guerra Mundial, los servicios secretos británicos hicieron creer a los alemanes que los aliados iban a recuperar Europa desde Grecia. El plan consistía en colocar un cadáver en España. Lo dejaron en el mar para que llegara a la costa cargado de documentos sobre un supuesto desembarco en Grecia y con una falsa identidad.
William Martin, miembro de la Armada Real inglesa, no existió. Era, en realidad, Glyndwr Michael, un mendigo cuyo cuerpo nadie reclamó y que facilitó la invasión de Sicilia sin saberlo.
La buena y la mala suerte del nicho 1501 (Cementerio General de Valencia, España)
Vicente estaba en Madrid cuando su novia, Emilia, murió en Valencia. No tuvo noticias de su deceso hasta que regresó a su ciudad. Una vez en Valencia, extrajo el cuerpo de Emilia de una fosa común y le compró un nicho con lo que había ahorrado como actor de teatro en Madrid.
Vicente se casó con una hermana de Emilia, pero siguió cuidando el nicho de su primera novia y le cambió varias veces la lápida para que estuviera siempre nueva. Con su cuñada, convertida en esposa, tuvo una hija a la que llamó Emilia, pero madre e hija murieron muy pronto. Tras la muerte de ambas, se casó con la única hermana de Emilia que quedaba.
Su vida siguió marcada por la mala suerte: a esas pérdidas se unió la ruina económica. Hasta que compró un décimo de lotería con el mismo número del nicho de Emilia: 01501, un número que le reportó 600 pesetas y le garantizó seguir cuidando la lápida de su primera novia.
El corazón de Percy Shelley no está con él (Cementerio protestante de Roma, Italia)
El poeta Percy Shelley dijo del Cementerio Protestante de Roma que era «el lugar más bello que había visto». Allí está su tumba. «Sus amigos decidieron construir una pira en la playa e incinerarlo, copiando la ceremonia dedicada a los antiguos emperadores romanos, que consistía en avivar el fuego con vino, aceite y sal», escribe Fernando Gómez.
Pero el cuerpo de Shelley se resistió a la incineración y tuvieron que quemarlo varias veces, siempre sin lograr la temperatura necesaria. Solo uno de sus amigos pudo seguir junto a la pira hasta el final: Trelawny. Fue él quien entregó a la viuda, la escritora Mary Shelley, el corazón incombustible del poeta. Aunque la lápida de Percy está en Italia, su corazón está en Inglaterra, con Mary. La autora de Frankenstein mantuvo el corazón de su marido envuelto en seda sobre su escritorio y se lo llevó a la tumba.
El mensaje secreto de los periodistas para el futuro (Cementerio Americano de Normandía, Colleville-sur-Mer, Francia)
En el Cementerio Americano de Normandía hay una cápsula del tiempo. Según adelanta la inscripción en el bloque de cemento que la contiene, alberga «reportajes y noticias del 6 de junio de 1944 sobre el desembarco de Normandía y ha sido puesta aquí por los reporteros que estuvieron presentes. 6 de junio de 1969». La cápsula solo se podrá abrir el 6 de junio de 2044.
Cuidadores de calaveras en busca de la suerte (Cimitero delle Fontanelle, Nápoles, Italia)
«El culto de devoción a los restos de los muertos se desarrolló en Nápoles de una manera espontánea. Los defensores de esta tradición señalaron que estaban mostrando respeto a esas personas que habían sido demasiado pobres para tener un entierro en condiciones en un terreno santo», escribe Gómez.
Para frenar esta costumbre de cuidar cráneos que «había degenerado en un fetichismo enfermizo», según el cardenal de Nápoles, se prohibieron las visitas durante tres décadas, desde 1969. Pero los napolitanos seguían yendo al cementerio por las noches. Ya no solo cuidaban calaveras: creían que esos cráneos desvelaban los futuros números de la lotería.
El cuidador de samuráis muertos (Cementerio de Sengakuji, Tokio, Japón)
En el templo de Sengakuji están enterrados los 47 ronin, samuráis sin amo que cortaron la cabeza al caballero Kira para vengar la muerte de Asano, su antiguo señor. Tras vengar la muerte de Asano, fueron condenados a hacerse el harakiri.
El único indultado fue Terasaka Kichiemon, un hombre que desde entonces dedicó su vida a cuidar las tumbas de sus compañeros. Hoy está enterrado con ellos, con Asano y con un samurái que no combatió aquella noche, pero que murió en las mismas circunstancias: después de que su mujer le prohibiera luchar aquella noche, se fue a su cuarto y se hizo el harakiri.
La coz que cambió una vida (Cementerio de Waverley, Sídney, Australia)
Robert Howard era guapo y popular en Sídney hasta que un caballo le dio una coz en la cara. Una vez se convirtió en Nosey Bob, las mujeres lo evitaban y aquellos que podían darle trabajo lo rechazaban. Así que tuvo que aceptar el empleo que no quería nadie y se hizo verdugo.
Tanto lamentaba ejercer este trabajo que parte de lo que cobraba lo entregaba a los familiares de los ejecutados. Si las mujeres y los empleadores no le habían aceptado por feo, una vez se casó y tuvo hijas, eran los pretendientes de estas los que lo rechazaban. No estaban dispuestos a aceptar a un verdugo como suegro.
La tumba de Isadora sin Isadora (Panteón de San Fernando, Ciudad de México, México)
La bailarina Isadora Duncan tiene una tumba en el Panteón de San Fernando, pero ella no está. Además, murió 55 años después del último enterrado. Fernando Gómez había visto su tumba en otro cementerio: el Père-Lachaise de París. No entendía nada, pero había una explicación: aquella tumba vacía servía a alguien para mantener cerca el recuerdo de Isadora.
Hola Virginia, muy curioso el artículo. Que brutal…el poder del AMOR. Me ha impactado especialmente Mary Shelley.
Sensacional artículo Virginia, gracias por hacerte eco de mi obra
Hermoso, Gracias por ésta información tan detallada. Estoy buscando bibliografía sobre este tema: necroturismo. Soy artista audiovisual y documentalista.
Me gustaría conocer al autor del Libro.
Espectacular el arículo. Que historias tan sorprendentes!