Manual para enfrentarse a la neolengua

25 de abril de 2023
25 de abril de 2023
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neolengua

 La madrugada del 24 de febrero de 2022, Vladimir Putin ordenó a las tropas rusas invadir Ucrania. De acuerdo con el derecho internacional, Rusia cometía, así, una violación flagrante de la soberanía de otro país. Desde entonces, se acumulan las muertes de civiles (más de 6.919, según las Naciones Unidas) en un conflicto que tiene visos de enquistamiento.

Las bombas han arrasado ciudades enteras, el PIB del país se ha desplomado casi un 50% y ya hay más de 8 millones de desplazados. Estas son las cifras de la primera guerra en Europa desde la de Yugoslavia en los 90.

Sin embargo, para los ciudadanos rusos la guerra no existió durante meses. Las autoridades y medios de comunicación rusos afirmaban, de manera rotunda, que sus tropas solo estaban poniendo orden en un territorio vecino.

[pullquote]Poder nombrar algo con propiedad permite clasificar, diseccionar, evaluar y entender, y, sobre todo, permite construir la crítica desde la realidad y no desde las apariencias[/pullquote]

Un territorio que no solo estaba habitado por «hermanos», sino que además tenía serios problemas de «nazificación». De acuerdo con el Kremlin, Rusia estaba inmersa en una «operación militar» destinada a liberar un país vecino. La guerra en Ucrania se convertía, así, en el último ejemplo del uso de la neolengua para ocultar la realidad.

LA IMPORTANCIA DE LLAMAR A LAS COSAS POR SU NOMBRE

«La intención de la neolengua no era solamente proveer un medio de expresión a la cosmovisión y hábitos mentales propios de los devotos del Ingsoc, sino también imposibilitar otras formas de pensamiento».

«Los principios de la neolengua», de 1984. George Orwell

A estas alturas, da la impresión de que establecer en Orwell el cero absoluto del análisis político es un cliché de los sobados. Pero es que resulta que, en muchos casos, sus palabras han terminado por ser macabramente proféticas. Las batallas de las guerras culturales de hoy se libran en torno a las denominaciones. El término como territorio a conquistar.

Poder nombrar algo con propiedad permite clasificar, diseccionar, evaluar y entender, y, sobre todo, permite construir la crítica desde la realidad y no desde las apariencias. Por eso mismo, llamar a algo por su nombre es importante, porque puede ser la diferencia entre conocerlo y confundirlo. Y por eso mismo, las partes interesadas se apresuran a anegar con billetes agencias de comunicación y granjas de trolls que hagan calar su diccionario a golpe de distribuir memes al peso. Porque anclar la discusión en torno a unos términos erróneos o confusos es la mejor forma de garantizar que nunca se llegue a una conclusión correcta. 

LA NEOLENGUA DE 2023

Una de las características de la neolengua de 2023 es que, al igual que en la novela de Orwell, sus principales impulsores siempre buscan una influencia que viaje de arriba abajo. La complejidad de poner una expresión o un término en la boca de la gente, y los recursos que requiere esa acción, limitan su acceso a grupos con un considerable músculo económico.

[pullquote]La neolengua, con frecuencia, acaba provocando una precarización: en el mejor de los casos, de nuestro léxico; en el peor, de nuestras opciones vitales[/pullquote]

Nunca se oirá un término neolingüístico que emane de las clases populares. Por eso, igual que las promesas de las empresas que operan las redes sociales, la neolengua nace y crece entre bambalinas. No es en un bar, en la calle o en un taller mecánico. Tampoco suele ser en un congreso o una asamblea. Significados y significantes se divorcian en una sala de reuniones acristalada de un think tank regado con dinero de intereses cuestionables. O todavía peor, en un brainstorming de alguna agencia de marketing dispuesta a tener un impacto netamente negativo en tanto en cuanto los billetes sigan crujiendo.

Por supuesto, no nos estamos refiriendo a que, de pronto, las cosas nos den cringe o a que nos flasheen, ni siquiera a que repentinamente estemos gucci, en vez de debuti. Hablamos de palabras y expresiones que se utilizan como señuelo. Palabras que desvían la atención de las características reales de aquello que nombran. Palabras que maquillan sus verdaderas implicaciones.

Es un cambio de mayor calado, pero que, al mismo tiempo, es muchísimo más discreto. Sobre todo, porque en la mayor parte de los casos no tiene como consecuencia un enriquecimiento de nuestro vocabulario. Al contrario, con frecuencia acaba provocando una precarización: en el mejor de los casos, de nuestro léxico; en el peor, de nuestras opciones vitales.

EL PODER DE LA LENGUA 

El primer paso para desintoxicarnos de los perniciosos efectos de la neolengua es comprender su alcance. Sabemos que el lenguaje influye sobre la forma en la que percibimos el mundo que nos rodea. Sabemos que tiene un impacto directo sobre la forma en que nos conducimos y, hasta cierto punto, en la manera en que procesamos la información.

Si nuestro entorno influye en nuestro lenguaje (como en el famoso ejemplo de las 70 palabras que tienen los gallegos para referirse a la lluvia), el circuito también se cierra en sentido contrario. Nuestro lenguaje influye en nuestro entorno. O, por lo menos, en cómo lo observamos nosotros.

El de la tribu de aborígenes australianos gugu yimithirr es uno de esos ejemplos paradigmáticos de la investigación lingüística. Los gugu (igual que otras comunidades residentes en otras latitudes) perciben el espacio de una forma distinta a la nuestra. Si nosotros quisiéramos indicar a alguien cuál es, por ejemplo, el camino más corto para llegar a la calle desde el ascensor, probablemente le dijéramos algo como: «cuando salgas del ascensor, gira a la izquierda, y al final del pasillo, vuelve a girar, esta vez a la derecha. Tendrás la puerta delante de ti». Nuestro interlocutor llegaría de manera exitosa hasta la calle.

Sin embargo, de haberle dicho lo mismo a un miembro de los gugu yimithirr, probablemente le hubiéramos enviado directo al cuarto de basuras. La información que usamos en España (y en gran parte del planeta) para situar las cosas en el espacio (especialmente en espacios pequeños) se basa en una percepción egocéntrica del espacio. Yo estoy aquí y, por lo tanto, esto está a mi derecha.

Los gugu yimithirr, sin embargo, no consideran el espacio en relación con ellos mismos, sino como algo externo e independiente. Por eso, su navegación espacial está íntimamente ligada a los puntos cardinales y tiene un carácter plenamente geográfico. Un gugu yimithirr sabría llegar a la calle si le dijéramos: «Cuando salgas del ascensor, gira hacia el este y camina hasta el final del pasillo, vuelve a girar, esta vez hacia el norte y tendrás la puerta delante de ti».

[pullquote]Si nuestro entorno influye en nuestro lenguaje, el circuito también se cierra en sentido contrario. Nuestro lenguaje influye en nuestro entorno. O, por lo menos, en cómo lo observamos nosotros.[/pullquote]

La mayoría de nosotros, si quisiéramos hacer uso de los puntos cardinales como referencia espacial, necesitaríamos una brújula. Para los aborígenes de Queensland, en cambio, el norte, el sur, el este y el oeste siempre son identificables de una forma intuitiva. El cerebro de un gugu yimithirr no tiene una brújula incorporada de la que nosotros carecemos. La orientación cardinal es una habilidad adquirida porque, desde una edad temprana, a un gugu yimithirr siempre se le ha hablado del espacio en términos cardinales. Y desde que son pequeños, perciben el mundo en función de este lenguaje.

LA LUCHA CONTRA EL VIRUS Y LA BESTIA DEL CRIMEN

«Su vocabulario estaba construido de tal modo que diera la expresión exacta y a menudo de un modo muy sutil a cada significado que un miembro del Partido quisiera expresar, excluyendo todos los demás sentidos, así como la posibilidad de llegar a otros sentidos por métodos indirectos».

“Los principios de la neolengua”, de 1984. George Orwell

Está demostrado que el uso de la neolengua ofrece beneficios a aquellos que quieren cambiar la manera en la que piensan los otros. En una serie de experimentos, los psicólogos cognitivos americanos Lena Borodinsky y Paul H. Thibodeau demostraron que el lenguaje también influye sobre la forma de razonar.

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En 2011, el dúo de profesores americanos se propuso comprobar si el uso de determinadas metáforas podía influir en las consideraciones sobre políticas públicas. Para ello, diseñaron un experimento relacionado con la justicia y la lucha contra el crimen. Consiguieron una muestra de más de 1.500 personas de extracciones diferentes y las sometieron a una serie de pruebas en varias versiones del experimento.

Todas partían de la misma base: comprobar si los sujetos del experimento enfrentaban la lucha contra el crimen de una forma diferente en función de si les daban información acerca del crimen equiparándolo a una bestia o a un virus.

Los resultados mostraban una correlación clara entre el uso de una u otra metáfora y las medidas que los encuestados consideraban más acertadas para luchar contra el crimen. Mientras que los que habían sido expuestos a la metáfora del virus pensaban que lo más efectivo para luchar contra el crimen era tratar el problema «a través de la investigación de las causas del problema y llevando a cabo reformas sociales (…)», «los participantes que leyeron que el crimen era una bestia eran más propensos a proponer luchar contra el crimen contratando oficiales de policía y construyendo cárceles».

Además, los experimentos demostraron que la construcción del marco que influía a los encuestados era relativamente sencillo. Incluso en aquellos casos en los que las preguntas se configuraban de forma que solo cambiase el par virus-bestia, manteniendo el resto de palabras en una formulación idéntica, los resultados eran consistentes. Mientras que unos proponían luchar contra la bestia, los otros se mostraban más convencidos de la efectividad de tratar las causas del virus.

LA «OPERACIÓN MILITAR» DESNAZIFICADORA DE RUSIA EN UCRANIA 

Es esta disonancia cognitiva inadvertida la que aprovechan aquellos que, al estilo del Ministerio de la Verdad de 1984, de Orwell, tienen interés en limitar la percepción del público de ciertos fenómenos o de cambiar la idea que tienen de ellos.

El caso de Rusia con la invasión de Ucrania es muy ilustrativo. Mediante la adopción del término operación especial, en vez de guerra o invasión, el Kremlin buscaba influir la percepción de la opinión pública sobre el suceso. En el caso de las dictaduras, además, una estructura de medios de comunicación cautivos facilita todavía más la limitación del acceso del público a determinadas verdades.

Así, las autoridades rusas no se conformaban con la adopción del término operación especial de manera oficial, lo querían convertir en el término estándar para referirse a ella. Hablar de guerra en Ucrania en Rusia comportó durante meses un riesgo muy serio (y específico): acabar en la cárcel.

El uso de la neolengua para controlar el discurso público tiene una gran tradición en Rusia. No en vano, Orwell se inspiró en la Unión Soviética cuando escribió 1984. Pero es que, dentro de Rusia, toda la comunicación respecto a la guerra de Ucrania no es más que un enorme ejercicio de contorsionismo dialéctico.

El presidente ucraniano Volodomyr Zelensky es judío, pero el público ruso no hace más que oír que Ucrania necesita una desnazificación. Los ucranianos votaron a un presidente pro-OTAN y pro-UE, pero en la televisión rusa se trata de una campaña de Occidente en contra de Rusia. La UE y los Estados Unidos sancionan a Rusia por atropellar descaradamente el derecho internacional, pero «el Oeste busca cancelar Rusia». Y así con todo. Porque en Rusia saben por experiencia que no hay nada mejor que la neolengua para controlar la opinión pública.

NEOLENGUA MADE IN CHINA 

De acuerdo con su constitución de 1982, China es una «dictadura democrática popular» gobernada por un único partido, el Partido Comunista Chino (PCCh). Su líder, Xi Jinping, aprobó en 2018 las enmiendas que le habilitaban para prolongar su mandato ad infinitum.

China es, en realidad, un estado totalitario que utiliza de forma sistemática la tecnología para espiar a sus ciudadanos y mantenerlos bajo control. Y su autodenominación como «dictadura democrática» no es más que otro ejemplo del uso de neolengua. Porque si un régimen de partido único se puede calificar como democrático, el término democracia deja de tener significado. 

Taiwán, por su parte, es, hoy en día, un estado independiente de facto. Su nacimiento como estado tuvo lugar en 1949, cuando sirvió como refugio a los perdedores de la guerra civil china al resultar vencedores los revolucionarios, el Partido Comunista de China. Desde entonces, a pesar de no estar reconocido como país por la ONU, o la mayor parte de países del mundo, su vida y administración cotidianas son las de un país autónomo.

Según el análisis de Reporteros Sin Fronteras en China, «a ojos del régimen, el papel de los medios es el de ser los portavoces del partido y diseminar la propaganda del Estado». En un contexto como ese, a nadie le cogerá por sorpresa saber que, dentro de los fronteras de la República Popular de China, la neolengua tiene un lugar prominente como herramienta de control social. Y uno de los ejemplos más interesantes viene precisamente de la confusa coexistencia de China y Taiwán.

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El escritor y periodista Peter Hessler, en un artículo para The New Yorker en mayo de 2022, repasaba los límites de la libertad de expresión en el gigante asiático a través de su propia experiencia como profesor en la Universidad de Sichuán. Hessler relataba la siguiente anécdota:

«Hace poco, un estudiante me contó que en octubre de 2012, cuando Leslie visitó mis clases para hablar de sus experiencias como periodista, usó de forma casual la expresión “China y Taiwán”. Se había metido en una zona prohibida: aquellos dos nombres propios podían estar unidos por la historia, la cultura, la geografía, la política, pero nunca por la conjunción y. Incluso el acto de conectar esos dos lugares lingüísticamente implica que están separados».

Para el Partido Comunista de China, la existencia de una expresión que sugiere que Taiwán no está incluido dentro del término China es una amenaza considerable. Para Xi Jinping y su partido, Taiwán es, tiene que ser, parte de China, porque lo contrario sería reconocer la existencia de una entidad que cuestiona su propia legitimidad como gobierno.

Los chinos reconquistaron la isla de Taiwán de manos japonesas durante la Segunda Guerra Mundial y el único gobierno legítimo es el del PCCh; por tanto, Taiwán no puede existir fuera de China y, por tanto, nada puede pasar en China y Taiwán al mismo tiempo, porque por fuerza son la misma cosa.

[pullquote]La neolengua es una herramienta que permite ocultar determinadas verdades tras un velo de prejuicios[/pullquote]

Poco importa que hoy, de facto, Taiwán sea un país independiente con sus elecciones, su gobierno y su soberanía. El hecho de que Taiwán, como país, naciese del exilio de los perdedores de la guerra civil china (en la que el PCCh resultó vencedor) implica que, a ojos de China, Taiwán solo puede aspirar, como mucho, a ser considerada una provincia en rebeldía. 

En su libro Esto no es propaganda: Aventuras en la guerra contra la realidad, el escritor y teórico de la desinformación Peter Pomerantsev describe la sorpresa que le produjo el uso de la neolengua en la propaganda del Partido Comunista Chino.

«Según caminábamos por un lado de una autopista congestionada, encontrábamos pósteres con los últimos eslóganes del gobierno: “Comunidad del futuro compartido de la humanidad” “¡Democracia!” “¡Libertad!”, “¡Justicia!”, “¡Amigabilidad!”. Los términos entraban en tal contradicción con la realidad que su efecto era el de vaciarlos de significado intrínseco; se habían convertido en señales que debían repetirse de forma leal para mostrar el compromiso».

¿Tiene sentido la palabra libertad como eslogan del gobierno en un estado autoritario como China? No demasiado, si hacemos caso al sentido común. Al mismo tiempo, el eslogan no especifica para qué. El PCCh podría, en ese caso, estar haciendo referencia a tener libertad para no rebelarse. Lo que está claro es que en un caso como el de China, la neolengua es una herramienta útil cuando quieres mantener el control de tu población. Taiwán será China cuando deje de existir la posibilidad de unirlas con la conjunción y.

EN ESPAÑA TAMBIÉN SE HABLA DE NEOLENGUA: EL IMPUESTO A LA MUERTE 

«Es decir, palabras que no solamente tenían en todos los casos implicaciones políticas, sino que además poseían la intención de imponer una deseable actitud mental en la persona que las utilizaba».
«Los principios de la neolengua», de
1984. George Orwell

Pero ni mucho menos es necesaria una dictadura para que esta estrategia sea operativa. En España, una democracia con medios libres y derecho a la libertad de expresión protegido por la Constitución, podemos encontrar ejemplos del uso de la neolengua para manipular la opinión pública.

En un ejemplo de esto mismo, en muchas elecciones autonómicas suele encontrar lugar un debate en el que ciertos participantes hacen referencia al impuesto de sucesiones como «impuesto a la muerte». Ni que decir tiene que a nadie le parecería bien tener que pagar un impuesto por la muerte de una persona querida. Está claro que impuesto a la muerte suena muchísimo peor que impuesto para garantizar la igualdad de oportunidades o impuesto de porque-no-has-hecho-absolutamente-nada-para-merecerte-el-dinero-que -te-ha-tocado, o que el propio término oficial, impuesto de sucesiones.

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La lucha por etiquetar el impuesto de sucesiones como impuesto a la muerte en las mentes de la población es un caso de éxito de imposición de neolengua con intenciones bastante turbias. Lo cierto es que el término es ya casi una antigualla.

A principios de los años 90, en Estados Unidos, un grupo encabezado por las familias poseedoras, entre otros, de los chocolates Mars, los vinos Gallo y las sopas Campbell (todas ellas entre las empresas familiares más grandes del mundo), se lanzó en una cruzada por garantizar que sus retoños mantuviesen sus privilegios de clase. La conceptualización del impuesto de sucesiones, cuyo objetivo es garantizar la igualdad de oportunidades, como death tax (impuesto a la muerte) fue uno de los grandes éxitos de su lucha.

El dudoso mérito de haber inventado el término death tax está en disputa entre varios conservadores americanos. Pero se sabe que fue el asesor republicano Frank Luntz el que se encargó de que se convirtiese en la expresión oficial del partido republicano para referirse al impuesto de sucesiones.

Por cierto, en el currículum de Luntz está también haber logrado que en boca de muchos republicanos (y, por extensión, en la mente de mucha gente), la expresión cambio climático sustituyese a la mucho más gráfica calentamiento global. Esta sustitución podría haber contribuido a dificultar la adopción (por falta de apoyo popular) de medidas más contundentes en la adopción de energías renovables y en la lucha contra el calentamiento global. 

[pullquote]El problema es que el lenguaje, además de traducir la realidad, también sirve para crearla. Y la realidad que nace de la neolengua no solo no es real, sino que es tremendamente perniciosa[/pullquote]

Hoy en día, en España (en general, en el mundo), los que tienen más siguen utilizando las mismas maniobras de desinformación respecto al impuesto de sucesiones. El problema es que es difícil no oponerse por defecto a algo tan macabro y gratuito como tener que pagar impuestos ante la muerte de un ser querido.

Claro que la cosa cambia cuando se presenta como un impuesto cuya falta provoca la disminución de la igualdad de oportunidades y el aumento de las desigualdades. O cuando uno se plantea que, en realidad, el hecho que da lugar al impuesto no es la muerte de una persona, sino el hecho de que, en verdad, hay una persona viva para heredar sus bienes. Porque es obvio que sin herederos no hay herencia que valga y, por tanto, tampoco impuesto de sucesiones.

LA LENGUA DE LOS INTERESES VELADOS 

Al igual que en 1984 el Partido utiliza la neolengua para limitar las capacidades del pensamiento de los ciudadanos, su uso en nuestra realidad cotidiana termina provocando una incapacidad para percibir matices.

La neolengua es una herramienta que permite ocultar determinadas verdades tras un velo de prejuicios. Es una palanca que, aplicada a determinadas ideas, no solo las adapta a una realidad de blanco y negro, sino que las convierte en un único camino posible (a menudo, envuelto en un pretendido sentido común) casi siempre en beneficio de un grupo determinado con capacidad suficiente como para diseñar e impulsar la neolengua.

Los impulsores de la neolengua desestiman la posibilidad de confrontar las ideas. En lugar de un debate, se valen de la confusión y las medias verdades para hacer avanzar su agenda en un entorno de caos manufacturado. Y, sobre todo, se aprovechan de los fallos y sesgos cognitivos de los seres humanos.

Los adeptos a la neolengua saben que la mejor forma de influir en la gente es simplificar y camuflar. Los impulsores del término death tax en Estados Unidos, un grupo de familias obscenamente ricas, querían mantener sus privilegios de clase y asegurarse de que la riqueza que habían llegado a acumular no cambiase de manos. El gobierno de Rusia quiere que sus ciudadanos no se planteen cuáles pueden ser las verdaderas razones tras la declaración de una guerra.

LOS PELIGROS DE LA NEOLENGUA 

El movimiento de grandes empresarios que impulsó los recortes fiscales (entre otros, el del impuesto de sucesiones) en Estados Unidos ha provocado, a lo largo del último medio siglo, un aumento desaforado de la desigualdad en el país.

Asimismo, la división social causada por una desigualdad creciente tuvo, en último término, mucho que ver con la elección de Donald Trump como presidente. Y el daño de Trump no se ha limitado a la democracia estadounidense, ha tenido un impacto importante en la lucha contra el cambio climático a nivel global y ha causado un daño irreparable a la imagen de Estados Unidos en el mundo.

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Y, sobre todo, la neolengua, a la par que la desinformación en general, ha contribuido a crear una importante desconexión entre diferentes grupos. Si no vivimos en la misma realidad, no podemos ponernos de acuerdo sobre cómo afrontarla. Y si podemos estar de acuerdo en que las democracias son el mejor sistema político creado por los hombres, no podemos perder de vista que la neolengua es siempre una amenaza para los sistemas democráticos.

La neolengua se utiliza en demasiadas ocasiones para motivar a alguien a que tome una decisión que va en contra de sus intereses. Por eso, como escribe Peter Pomerantsev, «la palabra elección se ha convertido en una forma de renunciar al control público de colegios y hospitales; libertad se ha transmutado en una venta de activos del Estado».

Desde el momento en el que la información se puede utilizar para motivar a alguien a que tome una decisión que va en contra de sus intereses, las amenazas contra la información veraz se vuelven amenazas contra la democracia.

Los efectos de cuatro décadas de neolengua y desinformación ya se pueden sentir a lo largo y ancho del mundo. La polarización se extiende por las democracias occidentales. Las arquitecturas democráticas consideradas como más estables en el pasado se tambalean. Los líderes totalitarios y los partidos de extrema derecha crecen por el orbe, a menudo a lomos de un uso indiscriminado de la desinformación y de la neolengua. Nos arriesgamos a destruir medio siglo de progreso para que determinados intereses puedan seguir arrasando con todo.

El problema es que el lenguaje, además de traducir la realidad, también sirve para crearla. Y la realidad que nace de la neolengua no solo no es real, sino que es tremendamente perniciosa. Las democracias liberales se basan en que los seres humanos toman decisiones racionales, y un ecosistema informativo que, por el uso torticero del lenguaje, niega sistemáticamente a los ciudadanos el acceso a una información veraz dinamita los cimientos de las sociedades basadas en la libertad y la igualdad.

Por eso estamos, en el fondo, cada día peor. Por mucho que algunos tengan interés en que creamos lo contrario.

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