Imagen: Patricil Complex (CC, Flickr).
En el improbable caso de que tus nietos vean ‘Up!’ en el 2045 lo que más les sorprenderá no es que la casa del abuelo salga volando (ya sabemos que las casas voladoras estarán al orden del día para entonces) sino que lo hagan propulsadas por unos globos de colores. El helio será para entonces un gas prácticamente desaparecido, cuyas reservas tendrán un precio prohibitivo… casi tanto como el chocolate, un manjar que deberías empezar a saborear más lentamente, pues en 20 años costará -¡ay!- como el caviar.
Globos de helio
Puede que alguna vez hayas disfrutado efímeramente de llevar volando un globo en forma de cocodrilo atado a un cordel. Pues bien: guárdate bien ese recuerdo porque puede que tus nietos (tal vez incluso tus hijos) nunca lleguen a tener uno igual. El helio es el segundo elemento más abundante del universo (después del hidrógeno), pero al ser más ligero que el aire lleva millones de años escapando de nuestra atmósfera; tantos, de hecho, que la única forma de obtenerlo es extrayéndolo de las bolsas de gas natural.
El 80% de todas las reservas de helio están en una mina de Amarillo (Texas, EEUU) y, sorpresa, se están agotando. Y el problema no son los globos de feria (seguramente seremos capaces de vivir sin ellos) sino las muchas aplicaciones científicas para las que el helio es imprescindible, empezando por los escáneres de resonancia magnética y siguiendo por los transbordadores espaciales. La culpa de la actual escasez es, de hecho, de los dichosos globos o, más bien, de la estulticia de la Administración de EEUU, que obligó por ley en 1996 a deshacerse antes de 2015 de las reservas estratégicas de helio que el país llevaba un siglo acumulando. Si el helio estuviera sometido a precios de mercado, dicen los expertos, el precio de un globo debería ser de unos 100 euros y no de los 4 o 5 que cuestan hoy.
Cajeras de supermercado
El único motivo por el que siguen existiendo las cajeras en los supermercados es que los chips para etiquetar los productos son aún demasiado caros. Desde hace una década viene hablándose de la revolución que supondrá que puedas pasar con el carrito por un escáner y automáticamente te diga el importe de tu compra. Las etiquetas RFID (Radio Frequency Identification) incorporan información del precio, de la fecha de adquisición y caducidad del producto, y también sirven como antirrobos.
La consultora Forrester calcula que cuando el precio unitario de cada etiqueta se reduzca a la mitad, unos 0,10 dólares, serán incorporados masivamente por tiendas y supermercados. Las taquilleras del metro ya han sufrido en sus carnes la feroz competencia de las máquinas dispensadoras. No olvidemos que, como profetizó Jeremy Rifkin en 1995 (‘El fin del trabajo’), todo trabajador que pueda ser sustituido por una máquina, lo será.
Chocolate
El chocolate es una de las drogas predilectas del mundo desarrollado, pero nuestra voracidad por el dulce alimento es muy superior a la capacidad de las plantas de cacao para dar sus frutos. El cacao sólo crece en una estrecha franja de tierra situada 10 grados al norte y al sur del Ecuador, su crecimiento es lento y la recolección de sus frutos extremadamente trabajosa, motivos todos ellos que limita enormemente la extensión del cultivo. Los pequeños productores del África occidental (Costa de Marfil, Ghana y Nigeria copan la producción mundial) están tentados de cambiar su cultivo por plantaciones más rentables, como el caucho.
La conclusión es que, según el presidente del Nature Conservation Research, “En 20 años el chocolate será tan caro como el caviar. Se convertirá en un producto tan caro que el consumidor medio no podrá permitírselo”. Como no podía ser de otra forma, en esta historia hay un Willy Wonka que quiere quedarse con todo el chocolate.
Cabinas telefónicas/Teléfonos inmóviles
Si por una extraña carambola tu nieto accede a una copia de ‘La cabina’ en 2053, el paralelepípedo de cristal y acero en el que se queda atrapado José Luis López Vázquez le resultará tan enigmático como a ti los puestos de telégrafos del Lejano Oeste. Las cabinas de teléfonos siguen encontrándose en algunas calles, mitad por inercia (siempre han estado ahí), mitad por servicio público (aún quedan algunos irreductibles que se niegan a acarrear un teléfono móvil) y una pizca por romanticismo: Londres no sería lo mismo sin sus bellas cabinas rojas de Telephone, por más que sólo sirvan para ofrecer servicios “de relax”.
Lo mismo cabe decir de los teléfonos inmóviles o fijos: siguen en muchas casas porque siempre han estado ahí (y porque el único número que te sabes si pierdes el móvil es el de la casa de tus padres), pero cada vez son menos los nuevos hogares que contratan una línea fija. En algún punto del horizonte, las operadoras dominantes simplemente dejarán de ofrecer esta opción.
Fotomontaje: Greenpeace.
La Manga del Mar Menor
Este verano y por vez primera, el Polo Norte se ha convertido en un lago navegable, una líquida refutación para los que aseguran que el calentamiento global es un cuento de ecologistas y burócratas. El último informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) insiste en que el nivel de los mares aumentará 1 metro si el nivel de emisiones de CO2 prosigue como hasta ahora.
España es uno de los países más expuestos a la subida de las aguas, según Greenpeace. Un libro [.pdf] bastante controvertido publicado por la organización ecologista en 2008 presentaba unos impactantes (y algo sensacionalistas) montajes en los que 20 kilómetros de la Manga del Mar Menor, en Murcia, (des)aparecían, anegados por el Mediterráneo. Los hoteleros de la zona montaron en cólera claro: ¿y es que a quién se le ocurriría comprar un apartamento en primera línea bajo el nivel del mar?
Foto de Nacho (CC, Flickr).
Periódicos de papel/Kioskos
“Los rumores sobre mi muerte han sido exagerados”, dijo Mark Twain a raíz de la publicación de una noticia sobre su deceso. A la prensa escrita la están matando desde la irrupción de Internet en los años 90, pero su agonía es lenta y, según algún optimista, reversible.
En 2008, el profesor de periodismo Philip Meyer puso fecha a la publicación del último periódico impreso: 2043, en su libro ‘The Vanishing Newspaper’. Se trata de una fecha más bien tentativa, que muchos han querido adelantar desde entonces. Para el lector nativo de Internet, el periódico es una versión impresa, sin enlaces ni vídeos de las noticias que leyó ayer. ¿Quién, salvo un nostálgico, pagará por unas láminas de árbol muerto rellenas de noticias antiguas?
Y mientras las ventas de los periódicos caen en picado, los kioskos son las víctimas colaterales de su declinar: desde que empezó la crisis han cerrado en España 25.000 kioskos de prensa. O se reinventan como tiendas de chuches, souvenirs, mapas y acceso WiFi, como ya sucede en los centros de muchas ciudades, o su futuro está escrito en negro sobre blanco.
Buzones/sellos
Intenta hacer memoria: ¿cuándo es la última vez que echaste una carta al buzón? Seguramente sigas abriendo mecánicamente el buzón de tu casa para encontrarte la habitual amalgama de propaganda, cartas del banco y multas de aparcamiento. Hace ya mucho tiempo que el servicio de correo postal ha dejado de ser una vía de comunicación interpersonal para convertirse en un costoso y poco ecológico medio de envío de publicidad y comunicaciones burocráticas de las “entidades más rancias” (Enrique Dans).
Los buzones siguen en nuestras calles por los mismos motivos que las cabinas telefónicas: siempre han estado ahí, pegados a la acera con cemento. La entrega puerta a puerta de las cartas cuesta al servicio postal de EEUU 4.500 millones de dólares al año, una cifra que pretenden ahorrar… utilizando el correo electrónico.
El fotomatón
Otra entrañable pieza de mobiliario urbano en peligro de extinción: apenas se ven fotomatones en algunas estaciones de metro y en las puertas de las instituciones más refractarias al cambio, esas comisarías o secretarías que siguen pidiendo “cuatro fotos tamaño carnet”, como se ha hecho toda la vida.
La proliferación artilugios capaces de tomar fotos, desde móviles a webcams, pasando por las propias cámaras digitales, condenan a la obsolescencia al vetusto fotomatón. Al fin y al cabo, las fotos de papel que la máquina revelaba en tres minutos (Sabina dixit) tienen que ser digitalizadas tarde o temprano para que tu cara luzca en un documento que va a ser cada vez más digital.
La pena es que el fotomatón ofrecía muchas otras posibilidades lúdicas que también se perderán como lágrimas en la lluvia.
Con información de Gizmodo, Xeno Historian, Cracked y Yorokobu, y la impagable asesoría de Daniel Civantos y Pepe Cervera.
El futuro no es lo que era:
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