De existir hoy Noé quizá fuera naviero. O armador. O puede que se decantase por su otra ‘gran vocación’ y se dedicase a la meteorología… O puede que nada de eso. Tal vez le hubiese dado por la arquitectura, viviera en Rusia y se llamase Alexander Remizov.
El nexo de unión entre el personaje bíblico y el arquitecto ruso es el arca. La embarcación que construyó Noé para salvar a su familia y a varias parejas de animales y poder así repoblar la Tierra una vez pasado el Diluvio Universal, es uno de los proyectos más exitosos de la historia sagrada. De ahí que Remizov y el resto del equipo de Remistudio no sólo lo tomaran como referencia para el suyo sino que decidieran bautizarlo también como The Ark.
Al igual que la de Noé, el arca de Remizov está ideada para hacer frente y mantener la seguridad ante las condiciones ambientales más extremas y las derivadas de un posible cambio climático. Incluso sobrellevar un nuevo Diluvio Universal. La estructura esférica del edificio y la forma de concha de su base, carente de cualquier tipo de ángulo, permitirían al edificio flotar de forma autónoma en caso de una subida del nivel del agua de los océanos.
Su estructura basada en arcos y cuerdas de acero tensadas, ideada para distribuir la carga entre la mayor parte de superficie posible del edificio en caso de terremoto, permitiría también que The Ark pudiese construirse sobre tierra en cualquier región del planeta. Incluso en las de mayor amenaza sísmica. Además, y pese a sus dimensiones (40 X 60 metros en planta, 30 metros de altura y una superficie total de unos 14.000 m2), la utilización de secciones prefabricadas permitiría que el edificio pudiera erigirse en apenas unos meses.
Aunque para pasar a la historia, el arca del siglo 21 debería mostrar su eficacia no solo en materia de seguridad. La sostenibilidad tendría que ser también uno de sus fuertes. Y en el caso de The Ark lo es. La clave reside fundamentalmente en su propia fisonomía. Según sus responsables, la gran cúpula en forma de tubo que es en realidad el edificio le permite lograr una óptima relación entre su volumen y su superficie exterior, lo que se traduce en un ahorro sustancial de materiales y un consumo energético eficiente.
Energía que el propio edificio es capaz de producir a través, por ejemplo, de células fotoeléctricas. Éstas también sacan partido de la silueta del edificio al poderse distribuir por toda su superficie y colocarse con el mejor ángulo posible respecto al Sol. La forma de cúpula, además, ayuda a la aglomeración de aire caliente en la zona superior de su interior. Aire que es recogido por una serie de acumuladores que se encargan de suministrar energía a lo largo del año a todo el edificio.
La vegetación es otro gran aliado para hacer de The Ark un paradigma de edificio verde. Por ese motivo, todas las plantas presentes en él se eligen de acuerdo a criterios de compatibilidad, iluminación, eficiencia en la producción de oxígeno, con el objetivo de crear un ambiente cómodo y agradable. El espacio de triple altura en el que se estructura su interior está cubierto por un material denominado ETFE que destaca por ser resistente aunque a su vez muy ligero, autolimpiable, reciclable y bastante económico. Y también, transparente, lo que permite que penetre luz suficiente al edificio para las plantas pero también para iluminar las habitaciones interiores.
The Ark es, de momento, un proyecto que Remizov y su estudio realizaron en el marco del programa Architecture for Disasters Relief que organiza la Unión Internacional de Arquitectos (UIA). Su materialización o no depende de muchas circunstancias, sí, pero, por si acaso, Remizov ya le ha buscado posibles utilidades. El arquitecto asegura que dada su versatilidad y capacidad de adaptación, el edificio podría albergar desde una comunidad de vecinos de hasta 50 familias a un hotel, un centro de exposiciones o una institución pública.
¿Noé vive en Rusia?
Este artículo fue publicado en la revista Yorokobu de octubre de 2011