Para cuando los humanos lleguen a colonizar alguno de los planetas que andan orbitando por la galaxia, Norman Foster ya hará mucho tiempo que ha pasado por ahí. Ya habrá imaginado cómo podemos construir asentamientos lunares empleando la menor cantidad de material, tecnología, peso y energía posible.También habrá pensado cómo nos las debemos arreglar en nuestro planeta para que este llegue a viejo.
El arquitecto británico piensa que las estructuras extraterrestres habrán de imitar la estructura ósea de organismos biológicos. Lo cuenta aquí.
Foster también ha pensado cómo han de ser las ciudades que están por llegar. El arquitecto apela a la concepción vertical de las jerarquías urbanas. Piensa que las ciudades se deben plantear desde unidades lo más elementales posibles hasta estructuras más complejas que se generan uniendo estas piezas de reducida complejidad.
La ciudad ideal está creada a la escala del peatón. «Lo contrario a la ciudad expandida que obliga a depender del vehículo. Es un vecindario. Esos vecindarios se unen a otros para formar la ciudad», explica. El resultado son comunidades «más estrechas y densas» que optimicen la utilización de la red de carreteras. De esa manera, «no haría falta construir más».
Redes y conexiones
El premio Pritzker asegura que en la conectividad está la clave del desarrollo urbano sostenible. Por un lado, una ciudad interactiva informa siempre a sus ciudadanos de aquello que desean conocer: de la contaminación en cada momento, de los trayectos más eficientes de un punto a otro, de cualquier tipo de funcionamiento deficiente de equipamiento o servicios…
Además, desde un punto de vista humano y productivo, ha de ayudar a generar nuevos espacios de eficiencia. Por ejemplo, Foster dice que «los que trabajan con residuos no se desharían de ellos sino que trabajarían conjuntamente con los que crean energía». Esas nuevas relaciones condicionarían los avances que están por venir.
La conectividad de los objetos y la masiva presencia de dispositivos inteligentes obligaría asimismo a una capacidad de adaptación a los nuevos escenarios que, de cualquier manera, ha sido siempre una cualidad propia de los seres humanos.
Foster lo ejemplifica con la irrupción de los coches robotizados sin conductor. «Cambiarán totalmente la movilidad urbana». Explica, además, que esa nueva realidad creará nuevas costumbres y nuevas situaciones como la aparición de momentos de esparcimiento y ocio que antes se dedicaban a conducir.
El futuro que Norman Foster propone se encuentra ya en un desafiante roce con el presente más innovador. Como cuando el arquitecto se planta en la luna, solo hace falta un poco de arrojo y la inteligencia necesaria para conseguir que todo ese desarrollo sea lo suficientemente sostenible como para que sea eterno.