Hace algunas semanas me preguntaron a qué me dedicaba. Me revolví en mi respuesta, di un rodeo, dije algunas cosas sobre el oficio de escribir y finalmente terminé diciendo que era periodista y rematé mi lamentable respuesta con un: “bueno, estudié periodismo”. Me arrepentí y comprendí que algo no andaba bien, que la respuesta era mucho más sencilla de lo que imaginaba. Pero sobre todo, recordé lo mucho que echo de menos el periodismo.
Extraño una redacción y ese ambiente especial, único, que se vive cada día, incluso en el más aburrido. Extraño esa sensación de vértigo que te regala la adrenalina cuando tienes el cierre de edición encima, o el entorno único (casi de fiesta) que se forma los días de elecciones.
En estos días he recordado, igualmente, esas pequeñas batallas, las ganadas y las perdidas, que libré durante mis años de periodista. Sé ahora que fui feliz y que ningún día de aquellos años me cuestioné si estaba perdiendo el tiempo. Cada jornada la viví convencido de que estaba haciendo lo que más me gustaba y que, al mismo tiempo, realizaba un servicio para la sociedad.
Es cierto que trabajé para un suplemento mensual, pero puedo decir que jamás falté a la verdad y siempre sentí un profundo respeto por mis lectores. Ante todo, fui sincero en cada artículo, en cada párrafo, en cada línea. En ocasiones, esta sinceridad me trajo los conflictos más graves con editores y directivos del medio para el que trabajé: preferí que refundieran uno de mis artículos (uno de los mejores que escribí en aquella época) en una sección secundaria, que salir en primera plana con una teoría, sin comprobar, pero de la que estaba convencido el director del diario; y sufrí la mayor de las vergüenzas cuando se publicó una carta, donde un intelectual reconocido aseguraba que algunos hechos de una crónica de mi autoría eran falsos, aun cuando los había comprobado ante mis editores. Y aunque fueron momentos difíciles, siempre salí de la redacción convencido de haber hecho bien mi trabajo, como la gran mayoría de mis compañeros.
Si por algo admiraba a mis colegas, era porque la gran mayoría anteponía su compromiso con el periodismo antes que con el medio. Y es ahí donde veo que la prensa escrita de la actualidad se resquebraja. No se debe al nacimiento de internet, ni a la post moderna idea de que las noticias deben ser tan cortas como un twit. No, se debe a que, por desgracia, el periodista es también un asalariado, un padre de familia que debe cumplir con unas obligaciones, un empleado que tiene encima uno o varios jefes que cuidan del negocio. Porque en eso se han convertido los medios informativos, en un negocio donde impera el interés económico.
Es comprensible que, ante la presión, cada día aparezcan en los diarios noticias plagadas de declaraciones estériles, carentes de investigación y con un mínimo de hechos. Eso es lo que aleja a los lectores de los diarios. Pero los directivos prefieren hablar de la gratuidad digital, de la falta de publicidad y de los mal que salen los estudiantes de periodismo de las universidades porque no conocen lo que es la ortografía y la gramática, aunque sí saben hacer copy-paste, que es lo que importa para poderlos contratar como eternos becarios (precarios).
Sé que las cosas se pueden hacer de una forma diferente y porque es en los tiempos difíciles donde se despierta el ingenio. Un ejemplo. Estoy convencido de que el futuro del periodismo sigue estando en el papel, porque las mejores ideas se cocinan a fuego lento (y sé que mis improbables lectores ahora sueltan una sonora carcajada). En España (y por lo que entiendo también en México) ha comenzado un movimiento, de manera espontánea y sin coordinación, de publicaciones que están consiguiendo, poco a poco, ese ideal de equilibrio entre periodismo y literatura. Todo ello aliñado con un diseño moderno que hace de muchas de esas publicaciones verdaderas joyas. Eso sí, el camino es todavía largo. Los lectores aún son escasos, aunque en aumento; el problema de la distribución y sus costes, así como la búsqueda de una financiación que no les coarte su independencia, siguen siendo algunos de sus mayores obstáculos.
Hace algunos días vi el primer capítulo de la serie The Newsroom, con guión del reconocido Aaron Sorkin, y más allá de la perorata pro norteamericana, me quedo con la idea de que si por algo vive con tanto miedo la sociedad actual, se debe en gran parte a su desinformación. La ortopedia del internet ha servido para que la sociedad viva tan sólo enterada, con miles de titulares en la cabeza, pero sin dar cabida a la reflexión, al análisis.
Hoy más que nunca el periodismo tiene la oportunidad de ser parte fundamental para recobrar los valores y los ideales de libertad y democracia que se han difuminado en los últimos años.
Dirán que soy un soñador, pero sé que no soy el único.
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Carlos López-Aguirre es escritor y autor del blog Expresiones Crónicas.
Foto: Wikimedia Commons