Ayer se me rompió la batidora.
Nunca he sido muy diestro con la electricidad, aunque me considero mañoso. Así que me dispuse a abrir aquel pequeño electrodoméstico para cambiar el cable, que era lo que estaba dañado. Pues bien, mi batidora, esa que tanto ha hecho por mi correcta alimentación, no tiene ni un solo tornillo en todo su exterior. No tiene siquiera una pestaña o una ranura por la que poder levantar la carcasa de plástico que cubre su corazón bobinado de cobre.
¿Qué hace el hombre moderno cuando se enfrenta a alguna duda irresoluble? Pues recurre a Google o a los tutoriales de Youtube. Hubiera apostado mi mano derecha y mi juego de destornilladores a que en menos de lo que dura un briconsejo encontraría el manual de servicio de la marca en PDF o un vídeo que me explicara todos los secretos sobre mi apreciada batidora.
Pero no fue así. Ni manual, ni tutorial ni servicio técnico que pudiera repararla.
[pullquote class=»left»]¿Por qué una empresa que se molesta en diseñar, producir y distribuir un aparato que funciona bien y se vende a un precio razonable lo retira del mercado en menos de dos años?[/pullquote]
Llegado a este punto dejo a un lado mis convicciones ecológicas y decido comparar una del mismo modelo en una tienda. De este modo, al menos, podré reutilizar los accesorios. Incluso si alguno se rompe, tendré un repuesto.
Tampoco. Descatalogado. ¿Por qué una empresa que se molesta en diseñar, producir y distribuir un aparato que funciona bien y se vende a un precio razonable lo retira del mercado en menos de dos años? La respuesta en este caso es obvia: para vender uno nuevo que sea lo suficientemente distinto al anterior como para que nadie pueda hacer lo que yo pretendía hacer.
¿Y por qué a nadie se le ha ocurrido montar un negocio de reparación de este tipo de aparatos? Quizá no es lo último en startups, pero el nivel de consumo y deterioro de aparatos eléctricos y electrónicos es tal que ese negocio solo podría ir viento en popa. La respuesta en este caso es simple: porque los productores han blindado un sistema basado en el desecho y la sustitución. Por una parte, a mí, como consumidor, me resulta más sencillo y económico tirar un aparato usado y sustituirlo por uno nuevo que intentar repararlo. Por otro lado, los productores de aparatos electrónicos y eléctricos (EE) cobran un canon al comprador en concepto de Responsabilidad Extendida sobre el producto. Es decir, el productor vende un aparato e incluye en el precio el coste de la retirada y reciclaje del mismo, una cuantía que oscila entre los 5 y los 30€
Ese afán por la responsabilidad de las empresas EE para con el planeta no es altruista. Parte de una norma dictada en España en 2005, que prevé la creación de unos organismos sin ánimo de lucro -denominados SIG- que gestionen el tratamiento de los residuos y así facilitarles una segunda o tercera vida. Hasta aquí todo muy bien, pero recientemente el Consejo de Estado ha puesto el caso en manos de la Fiscalía de Medio Ambiente. Las empresas EE solo han empleado en torno a un 21% de lo recaudado para ese fin, lo que hace que 200 millones de euros anuales se hayan estado derivando a otros fines. Probablemente inversiones en paraísos fiscales o compra de deuda pública de países como Alemania o Finlandia.
¿A dónde han ido entonces los residuos de aquellas batidoras que como la mía no han encontrado esa segunda vida? Pues a vertederos ilegales en España o a «plantas de tratamiento de residuos» del Tercer Mundo. Fantástico.
[pullquote class=»right»]Hay un ingente y turbio negocio basado en la avería programada y la imposibilidad de reparación que mueve muchísimo dinero cada año[/pullquote]
La activista Annie Leonard en su documental The Story of Electronics (2010) plantea una revisión del concepto de Responsabilidad Extendida. Si los fabricantes EE se vieran obligados a hacerse cargo materialmente de los residuos de sus productos -en lugar de recibir una remuneración a fondo perdido por ello- comenzarían a concebir el diseño de dichos bienes como algo duradero, de reparación modular o simplemente fácil de arreglar. Lo harían por el simple hecho de que esto sería mucho menos costoso para ellos, pero también sería mucho menos costoso para mí y para el planeta.
Volviendo a mi batidora. Supongo que su vida útil se ha fijado en dos o tres años. Por lo tanto, supongo que cada dos o tres años debo comprar una nueva, desembolsar unos treinta euros, de los cuales unos cinco suponen el canon de Responsabilidad Extendida. Multipliquemos esto por un portátil, una impresora (cuyas vidas útiles están fijadas en unos siete años). Pero pensemos también en la ropa, en el calzado, el mobiliario… Y no solo se trata de averías y roturas, también hay que tener en cuenta que los objetos pasan de moda o se quedan obsoletos. Hay un ingente y turbio negocio basado en la avería programada y la imposibilidad de reparación que mueve muchísimo dinero cada año.
Aún sigo sin entender cómo a nadie se le ha ocurrido plantar cara a esto. ¿Cómo es posible que no haya surgido un movimiento que facilite o instruya en la reparación y reutilización de objetos? O si existe, ¿cómo es posible que no tenga la suficiente visibilidad como para que yo no lo haya encontrado? Como confesé antes, mis habilidades con la electricidad y la electrónica son muy limitadas, pero estoy seguro de que hay alguien ahí capaz de promover una revolución cuyo emblema sea un soldador y unos alicates. Mientras eso sucede, aquí sigo esperando, cocinando con mi nueva batidora. Aguardando con la otra, averiada, en un cajón de la despensa.