Este mes de septiembre se han cumplido 25 años del estreno en España de Indiana Jones y la última cruzada, mito fílmico donde los haya y consolidación –por si no estaba consolidado ya– de uno de los personajes más entrañables que ha dado el cine de aventuras de los años 80. Abstraigámonos de la sacrílega y última cuarta entrega de la saga (que siempre perseguirá a los fans como una sombra funesta) para concentrarnos en esta tercera, donde Indy vuelve a trasegar entre nazis y se lanza en busca de uno de los tesoros más míticos, el Santo Grial, fuente de vida eterna y gallina de los huevos de oro para una ristra de best-sellers recientes.
Las películas de Indiana Jones tienen cierta inspiración histórica (con todo el trasfondo de nazis persiguiendo reliquias fabulosas o la secta de los Thugs, en la entrega de ‘el templo maldito’) y hay quienes sostienen que su protagonista también la tiene. George Lucas y Steven Spielberg nunca han dicho una palabra que invitara a pensar en ello, pero si hay una persona real en la que podría estar inspirado Indiana Jones esa sería Otto Rahn. Un alemán experto medievalista, aventurero y obsesionado con el Santo Grial, que aceptó financiación de las SS a cambio de entrar en el círculo más nazi, a pesar de tener orígenes judíos y ser homosexual.
No, toda su descripción no se corresponde con el heroico Indy, pero su historia no desmerece frente a las aventuras del personaje de ficción. Y la persistente búsqueda del Grial por parte de Rahn, así como algunas de sus fotos con su sombrero de época a lo arqueólogo intrépido, hacen inevitable establecer la comparación. De niño conoció los horrores de la Primera Guerra Mundial –nació en 1904– y se refugió en las leyendas y la mitología. Particularmente le cautivó un mito muy popular en Alemania, el de Parsifal, que está incrustado en la tradición alemana desde el poema épico medieval escrito por Wolfram von Eschenbach y popularizado por la ópera de Wagner que lleva el mismo nombre.
Aquí va un spoiler gordo de un poema del siglo XIII, así como de la ópera de Wagner y de la leyenda en general: Parsifal descubre el Santo Grial en un castillo situado en un lugar llamado Monte Salvaje. Fin del spoiler. Las características milagrosas que se atribuyen al Santo Grial maravillan, como no puede ser menos, a todos los fanáticos de estas leyendas. Por supuesto Rahn cree que existe este Monte Salvaje y un castillo donde se encuentra la legendaria copa.
Se pone a bucear en el tema como un loco. Es un estudioso empedernido que rastrea el mito de arriba abajo, busca documentación en libros de la época, estudia la historia detenidamente, traza árboles genealógicos de las figuras que pudieron tener relación con la leyenda y rastrea las canciones de trovadores. En realidad, como en la tercera entrega de Indiana Jones, en la vida de Rahn el Grial es un McGuffin.
En estos estudios conoce el movimiento religioso medieval de los cátaros, así como la leyenda que habla del tesoro que estos guardaban y que nunca fue encontrado. Se dice que en ese tesoro había una piedra caída del cielo. «¡Ya está! Esto va a ser el Grial», debió pensar el joven Rahn. La piedra sería la misma reliquia que Parsifal encuentra en un castillo sobre el ‘Monte Salvaje’ al final de su poema. Que el Grial sea una piedra, una copa… con la simbología todo se arregla.
Los cátaros se habían desarrollado en el sur de Francia hasta que a la Iglesia Católica estimó oportuno declararlos herejes. Se armó una cruzada contra ellos y los despacharon (en el peor sentido de la palabra). Rahn ahonda en la historia de los cátaros, por aquel entonces no tan documentada como ahora, y descubre que los últimos se refugiaron en el castillo de Montsegur, en Francia, que casualmente se encuentra encima de una montaña (nada extraño, por otra parte, porque en la Edad Media un castillo en una loma era más normal que un constipado). La historia se mezcla con la leyenda aquí. Los cruzados no encontraron el famoso tesoro cátaro y el enfervorecido medievalista cree que unos últimos integrantes del movimiento religioso lo escondieron allí.
Otto Rahn va de cabeza a Montsegur y explora los alrededores, pasando incluso meses enteros en la zona, tal y como se apunta en la página homenaje Otto-Rahn.com, de la que algunos dirían que peca de exceso de entusiasmo. En el año 1932 pone en marcha lo que ve como el negocio perfecto para sus propósitos: arrienda un hotel en el sur de Francia y con los ingresos financia sus expediciones a Montsegur, que le queda a tiro de piedra. Se puede decir que esta es su época de espeleólogo. Investiga de arriba abajo todas las cuevas de esta área montañosa, conociendo cada obertura, cada pasadizo, descubriendo restos de esqueletos y singularidades rocosas que alimentan su imaginación. Pone muchas energías en su búsqueda, pero dos años después se queda sin un duro. El negocio del hotel está en bancarrota, no hay dinero para pagar el arrendamiento ni a sus empleados, así que huye de Francia perseguido por la justicia.
Escritor y nazi
A su vuelta a Alemania escribe un libro sobre sus expediciones, Cruzada contra el Grial. Y a partir de aquí empieza la parte oscura. En 1933 los nazis habían llegado al poder. En esos momentos Otto Rahn era un medievalista consumado, autor de un libro reconocido sobre el Grial y sin un céntimo en el bolsillo. En esas circunstancias recibe un telegrama firmado anónimamente donde le ofrecen 1.000 reichsmark al mes (un montón de pasta) por un trabajo en relación con el Grial. Cuando acude a la cita que le indicaba el telegrama y se encuentra de bruces con Heinrich Himmler, aquel individuo de gafas siniestramente redondas, jefe de las SS, después también de la Gestapo, impulsor de la Solución Final contra los judíos y uno de los personajes más execrables del III Reich, que ya es decir.
Himmler era, además, ocultista, buscador de reliquias y obsesionado por el misticismo. Un auténtico freak, pero con mucho poder en un gobierno de fanáticos. Representa esa cara esotérica que se dio en algunos altos dirigentes del III Reich (no por nada salen nazis en Indiana Jones). El líder de las SS le confió a Otto Rahn una misión de vital importancia: encontrar el Santo Grial, así, llanamente. Ahí tenemos a un joven de 29 años que en fotos aparece con sombrero a lo Indy, ansioso por dar rienda suelta a sus sueños y obsesiones, con una oferta tentadora sobre la mesa. Había estado pelándose el culo, intentando sacar un hotelucho adelante para poderse pagar sus expediciones a Montsegur y ahora las SS le daban carta blanca para financiarle su búsqueda.
Entra en las SS y asciende rápido en el escalafón, aunque no encaja en la organización. Es un intelectual con perfil académico, no un impasible guerrero ario. No tiene un cuerpo atlético (fumaba como un cosaco) y no se le dan bien las armas. Poco importa esto porque publica un nuevo libro, La corte de Lucifer, que se distribuye (igual que hicieron con el anterior) entre los círculos selectos de las SS.
Se entrevista con celebridades medievalistas en toda Europa y dirige excavaciones en varios lugares, en Alemania y hasta en los hielos de Islandia. Pero el Grial no aparece y con el tiempo el eminente Rahn va cayendo en desgracia. Es cuando se da cuenta de que al entrar en las SS no se ha apuntado a un campamento de verano. Había logrado ocultar su homosexualidad a la organización y al mismo tiempo había ido dando largas a la obligación de presentar un certificado demostrando sus cuatro generaciones de antepasados alemanes puros. Rahn era judío por parte de madre y su sexualidad solo era cuestión de un chivatazo que saliera a la luz. Consciente de la gravedad de su situación personal se ceba con la bebida.
En 1937, debido a una juerga escandalosa según the Telegraph, le quitan el rango y lo mandan al campo de concentración de Dachau como guardia. Allí, además de comunistas, gitanos y otros marginados por los nazis había homosexuales recluidos. A partir de aquí el sueño del Grial se le difumina en la inmediatez de la barbarie nazi. Ahora que lo ha visto por sí mismo tiene miedo de lo que está haciendo su país.
Pronto le acusarán de judío y homosexual tal y como se temía. En medio de un proceso abierto contra él, en marzo de 1939, Rahn se marcha a la frontera entre Alemania y Austria, a los Alpes nevados en medio del todavía invernal clima centroeuropeo. Se lleva una botella de whisky y un puñado de somníferos. Se dormirá para no despertar jamás. La fecha es cercana al 16 de marzo, cuando cayó el castillo de Montsegur de los cátaros en manos de los cruzados.
Su muerte está salpicada de misterio, tanto que en alguna novela se ha dicho lo mismo de Rahn que de Elvis y de tantos otros. Siguió vivo. Incluso se marchó a España, donde murió al cabo de los años, en Vigo. También hay quien le quita borlas a la épica apuntando que tomó veneno, con lo que el aire romántico de una borrachera en la nieve puede no ser del todo exacto. En cualquier caso, la búsqueda del Santo Grial en los años 30 no la inventaron Spielberg y Lucas, aunque las circunstancias de la realidad y de la ficción tengan poco que ver.
Imágenes: Otto-rahn.com
Otto Rahn, el ‘indiana jones’ nazi
