Pensión Mimosas, donde los clientes buscan cama y encuentran cócteles

Pension Mimosas

A dos pasos de la madrileña Puerta del Sol, hay una pensión donde nadie duerme y todo el mundo sale más contento de lo que entró. Se llama Pensión Mimosas y, aunque su fachada parece sacada de una película de Almodóvar, con carteles desteñidos, neones sospechosos y aire de alojamiento por horas, lo que hay detrás es una de las coctelerías más gamberras y teatrales de Madrid.

Dicen que más de un turista mochilero ha intentado reservar habitación en esta pensión. Es comprensible. Desde fuera, el sitio promete sábanas limpias y café de máquina. Desde dentro, ofrece vodka, risas y leche azul de otra galaxia.

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La aventura empieza en la recepción. Allí te recibe La Patrona, un personaje a medio camino entre portera de escalera y diva de cabaret. Te pregunta cuántas noches te quedas, pero el tono sugiere otra cosa. Con un gesto te entrega el número de habitación, que en realidad es una copa, y con eso quedas oficialmente hospedado en el delirio.

El recorrido continúa por el lounge, un espacio que parece diseñado por un interiorista que se quedó a vivir en un videoclip de Daft Punk. Hay neones líquidos, cócteles con nombre de galaxias lejanas (Blue Milk, Golden Cadillac) y una atmósfera entre futurismo tropical y crucero interdimensional, todo muy inspirado en la cantina de Mos Eisley de Star Wars. Marc Álvarez, el mismo cerebro detrás de Sips, el mejor bar del mundo en 2023, y Alessio Beltrami han convertido la coctelería en una performance continua donde cada trago tiene historia, cada gesto, coreografía; un lugar que es una especie de escenario líquido, donde cada trago cuenta algo y cada movimiento del equipo forma parte del guion.

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Y si te atreves a bajar al spa, el sótano húmedo y sensual de la pensión, descubrirás que allí el masaje es musical. Una sauna reconvertida en club, con DJ, luces cálidas y una gran concha retroiluminada que parece recién sacada de El nacimiento de Venus, de Botticelli, y que se ha convertido en el punto más instagrameable del local. Aquí, en lugar de aceites esenciales, se sirve coctelería en grifo (Mango Slay, Milky Passion, Happy End…), con nombres que no dejan mucho a la imaginación y que, sin embargo, saben mejor de lo que suenan.

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«Queríamos algo más que servir copas», dice Alessio Beltrami, el anfitrión de esta pensión sin camas. «Buscábamos un sitio con alma, donde cada noche pasara algo diferente». Y lo han conseguido. Pensión Mimosas no es solo una coctelería. Es un pequeño teatro cotidiano en el que el humor, la buena bebida y la complicidad con el público se mezclan de forma natural. Un lugar donde la gente entra por curiosidad y se queda porque, sin saber muy bien cómo, acaba sintiéndose parte del espectáculo.

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Los domingos suena Disco Olé; los jueves el público se deja la voz en el Bingo Mimoso, y una vez al mes la pensión se disfraza de cabaret fluorescente para su noche Playboy. La música es parte esencial del hechizo. Cada sesión suena como la banda sonora perfecta para este delirio bien orquestado: del techno house a los clásicos españoles remezclados, pasando por sesiones experimentales. Todo sin perder ese punto de caos elegante que hace que uno no sepa si pedir otro cóctel o un check-out tardío.

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En el fondo, Pensión Mimosas no es un bar, sino una broma bien contada. Un homenaje a la noche madrileña, a su espíritu travieso y su talento para convertir lo decadente en arte. Un sitio donde nadie duerme, pero todos sueñan un poco.

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Patrick Thomas

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