El tiempo pasa a la velocidad que tú quieras que pase

12 de septiembre de 2023
12 de septiembre de 2023
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percepción del tiempo

Desde un punto de vista meramente físico, el tiempo aún alberga muchos misterios que siguen abiertos a debate, como la distinción entre pasado, presente y futuro o por qué el tiempo parece moverse en una sola dirección.  Porque, a pesar de que experimentamos el tiempo como algo universal (dado el tictaqueo de nuestro reloj), su naturaleza es esquiva.

No en vano, si viajamos en un avión, nuestro tiempo transcurrirá más lentamente respecto a todo lo demás que se desplace a menor velocidad. Por esa razón, incluso la cola de un perro que no deja de agitarse envejece más lentamente (de manera imperceptible) que la del propio perro.

Un reloj tampoco se mueve a la misma velocidad a ras de suelo respecto a un reloj situado en la cima de una montaña, porque, a medida que alguien o algo se encuentra a mayor altura, está también más lejos de la influencia gravitatoria del planeta, que influye decisivamente en cómo transcurre el tiempo.

Por ello, si residimos en la azotea del Empire State Building, tras permanecer 79 años allí, perderíamos 0,000104 segundos de nuestro tiempo subjetivo respecto a otra persona que residiera en la primera planta.

En otras palabras: no hay una forma única de definir el ahora a nivel físico. Pero tampoco el tiempo se comporta siempre del mismo modo cuando se enreda en nuestros mecanismos psicológicos.

percepción del tiempo

LA NOVEDAD Y LA PERCEPCIÓN DEL TIEMPO

La percepción del tiempo es un fenómeno fascinante y complejo que ha sido objeto de numerosos estudios y experimentos a lo largo de las últimas décadas. Si bien tendemos a pensar en el tiempo como una constante, nuestra percepción de su paso puede verse afectada por una variedad de factores, desde la novedad y la expectativa de recompensa, hasta el nivel de atención que estamos prestando en un momento dado.

Un ejemplo clásico de cómo nuestra percepción del tiempo puede ser manipulada se observó en un experimento realizado en 2004. En este estudio, un grupo de científicos mostró a los participantes una serie de imágenes idénticas, interrumpidas ocasionalmente por una imagen diferente.

Aunque todas las imágenes se mostraron durante el mismo período de tiempo, los participantes informaron consistentemente que la imagen diferente parecía haber durado más tiempo que las imágenes repetitivas.

Este fenómeno, conocido como expansión subjetiva del tiempo de una excepción, sugiere que nuestros cerebros, que están programados para detectar novedades, perciben que el tiempo se alarga cuando se encuentran con algo inesperado o inusual.

En otro experimento relacionado, los psicólogos Bryan Poole y Philip Gable se propusieron investigar cómo la promesa de recompensa afecta nuestra percepción del tiempo. Para hacer esto, entrenaron a los participantes para distinguir entre imágenes mostradas durante dos duraciones diferentes.

[pullquote]Nuestra percepción del tiempo puede verse influenciada no solo por la novedad, sino también por el deseo y la expectativa de recompensa[/pullquote]

A continuación, les mostraron una serie de imágenes neutrales, atractivas y deseables, y les pidieron que indicaran cuánto tiempo creían que cada imagen había estado en pantalla. Concretamente, tal y como explican el genetista Adam Rutherford y la matemática Hannah Fry en su libro La guía completa de absolutamente todo:

«Les mostraron una imagen tras otra durante exactamente 400 milisegundos o durante exactamente 1.600 milisegundos (es decir, justo por debajo de medio segundo, o más de un segundo y medio), hasta que aprendieron a distinguir la una de la otra».

«Entonces les pusieron otra presentación que contenía imágenes de objetos neutros (formas geométricas), bonitos (flores) y muy deseables (imágenes de postres con una pinta estupenda). Igual que durante la sesión de entrenamiento, las imágenes permanecían en pantalla durante 400 o 1.600 milisegundos, y lo único que debían hacer era decir cuáles se mostraban durante más tiempo y cuáles durante menos».

Curiosamente, los participantes informaron que las imágenes de postres deliciosos parecían durar menos tiempo que las demás, especialmente si tenían hambre. Además, cuando se les prometió a los participantes que podrían comer los postres después del experimento, informaron que todo el experimento pareció transcurrir más rápido que cuando no se les ofreció ninguna recompensa.

Estos resultados sugieren que nuestra percepción del tiempo puede verse influenciada no solo por la novedad, sino también por el deseo y la expectativa de recompensa. Esto podría explicar por qué, en la vida cotidiana, a menudo sentimos que el tiempo pasa más rápido cuando estamos disfrutando o anticipando algo agradable, y más lento cuando estamos aburridos o enfrentando una tarea desagradable.

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LA (IN)CONSTANCIA DEL TIEMPO

Si con el Big Bang empezó el tiempo, el reloj de la torre del Big Ben, en Londres, representa nuestra obsesión por controlarlo.

En 1967, durante la 13ª Conferencia General de Pesas y Medidas (CGPM), se cambió la definición del segundo a una más precisa y constante basada en la oscilación de los átomos. En particular, se definió un segundo como el tiempo que tarda en producirse 9.192.631.770 oscilaciones de la radiación emitida por los átomos de cesio-133 durante la transición entre dos niveles de energía.

El cesio-133 se utiliza porque tiene un solo electrón en su capa más externa, lo que hace que sea menos propenso a las interacciones electromagnéticas que podrían alterar sus propiedades. Cuando sus átomos son expuestos a un tipo especial de microondas, el electrón puede cambiar de un estado de energía a otro. La cantidad de oscilaciones de la radiación emitida en este proceso es extremadamente constante y puede medirse con gran precisión.

[pullquote]El tiempo vuela cuando te están prometiendo un postre, pero se arrastra cuando estás sentado frente a una cinta transportadora de objetos aburridos[/pullquote]

Sin embargo, el tiempo es una sustancia tan esquiva que ni siquiera sabemos muy bien qué es. Puede que, en parte, sea una sustancia dinámica que se entremezcla con nuestra percepción. Una suerte de retroalimentación tiempo-psicología, como ya teoriza que sucede con las emociones: cada vez hay más pistas de que estas no afloran sin más en función del entorno, sino que son fruto de las percepciones de cambios en el propio estado corporal.

O como afirma el neurocientífico Anil Seth en La creación del yo: «No lloramos porque estamos tristes, sino que estamos tristes porque percibimos que nuestro estado corporal está en condiciones de llorar». Es decir, que la emoción surge también de la percepción introceptiva del cuerpo, que reacciona al entorno.

Dicho de otro modo, como lo expresó William James, pionero decimonónico de la psicología: «Sentimos pena, porque lloramos; sentimos ira, porque golpeamos; sentimos miedo, porque temblamos; y no lloramos, golpeamos ni temblamos porque estemos apenados, enfadados ni asustados».

Así, aunque Albert Einstein tenía razón al decir que el tiempo es relativo, quizás deberíamos actualizar su famosa cita para reflejar lo que sabemos ahora: el tiempo vuela cuando te están prometiendo un postre, pero se arrastra cuando estás sentado frente a una cinta transportadora de objetos aburridos, a menos que, por supuesto, aparezca un hipopótamo.

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