Hoy existen decenas de licencias diferentes para reproducir textos sin violar la Ley de Propiedad Intelectual, al menos hasta que la reforma entre en vigor en enero, se elabore el reglamento y comience a ejecutarse. Además del rígido copyright, hay seis modalidades de licencias Creative Commons que los autores pueden utilizar para proteger los contenidos de copias no autorizadas sin cercenar la creatividad del prójimo.
Pero ¿qué pasaría si no existieran estas obligaciones legales? ¿Se convertiría la prensa online en un nido de plagios?
Hace un par de siglos nadie tenía ordenador ni mucho menos conexión a internet. Cabría esperar que, en estas circunstancias, los calcos brillaran por su ausencia. Pero nada más lejos de la realidad: incluso en el siglo XIX, los periódicos y revistas de la época fusilaban textos sin recibir una sola crítica.
El proyecto Viral Text: Mapping Networks of Reprinting in 19th-Century Newspapers and Magazines, lo confirma. Se trata de una iniciativa promovida por varios investigadores de la Universidad Northeastern, en Estados Unidos, para analizar cientos de publicaciones digitalizadas y encontrar fragmentos de texto coincidentes. Los periódicos y revistas pertenecen al archivo de la Biblioteca del Congreso.
Ryan Cordell, líder del estudio, es un experto en literatura inglesa, mientras que otros miembros del equipo son informáticos. Uno de ellos, David Smith, ha desarrollado el algoritmo que permite encontrar cadenas de palabras clave colocadas en el mismo orden. La herramienta se basa en los métodos utilizados en biología para analizar las secuencias de ADN.
Con este método han buscado 1.600 millones de palabras distintas en 132 periódicos de antes de la guerra de Secesión estadounidense, a principios del siglo XIX. La prensa de aquella época, según Cordell, «era una mezcla de lo que hoy entenderíamos por noticias con otros géneros como poesía, capítulos de novelas, chistes y anécdotas de origen dudoso».
«Estos textos virales son mucho más que curiosidades históricas», aseguran los investigadores. Y añaden: «Los pasajes elegidos por los editores de entonces son indicadores de qué era importante para los lectores y revela sus preocupaciones e intereses».
En la lista de textos más repetidos se encuentran el discurso inaugural del presidente Buchanan, del 4 de marzo de 1857 (con 150 reproducciones); la despedida del primer mandatario estadounidense, George Washington (con 53 copias) y una receta para almidonar la ropa con goma arábiga (recogida en 46 publicaciones).
Las crónicas políticas eran uno de los recursos más utilizados, aunque la diversidad de temas y géneros se hace patente solo con estos tres ejemplos. Por ello, no resulta fácil determinar las características que convertían un texto en un contenido viral, aunque los autores destacan algunos patrones.
Uno de los requisitos es que la pieza pudiera incluirse como parte de otros artículos posteriores. El discurso de Washington, por ejemplo, se repetía en diferentes publicaciones que no trataban específicamente sobre el presidente, pero podía añadirse como complemento al texto.
El ranking de velocidad de expansión lo lideran los términos relacionados con la guerra entre México y Estados Unidos, como «Texas», «Mexico» o «Zachary Taylor». También las palabras «tarifa» y «caso» se repetían. Las relacionadas con romanticismo, amor, el paraíso o mujeres no tenían mucho éxito.
Localizando y siguiendo la trayectoria de los textos, los investigadores han trazado las diferentes rutas de influencia entre periódicos y regiones geográficas. Otros factores como las redes de comunicación (principalmente el ferrocarril), los cambios en la ideología política o la variación cultural entre territorios también afectaban a la dispersión.
Cordell y sus colegas han estimado también el número de personas que pudieron leer cada pieza, combinando los censos de población con la distancia y núcleos urbanos que separaban las redacciones de los periódicos.
No solo no había barreras legales o culturales para copiar textos, sino que muchos rotativos tenían en sus filas a un editor de intercambio, cuyo trabajo consistía en leer otras publicaciones y recopilar piezas interesantes. Una especie de feed de noticias humanizado.
Las noticias y reportajes recogidos se guardaban en función de su longitud. Así, cuando hacía falta rellenar un espacio libre en las enormes páginas bastaba con buscar un fragmento del tamaño adecuado. El copy paste no es un invento moderno, ni tampoco las estratagemas de los medios para plagiarse contenidos. ¿Tiene entonces sentido la reforma de la Ley de Propiedad Intelectual que obligará a cerrar a Google News? Juzguen ustedes.
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Las imágenes de este reportaje son propiedad, por orden de aparición, de Rick Cooper y Fernando de Sousa