«There is no place like home», exclamaba Dorothy en El mago de Oz. Proclamaba, de esta manera, lo que prácticamente todo el mundo piensa cuando le preguntan por su refugio, por su hogar. Y eso es lo que se pretende en la mayoría de las ocasiones cuando se personaliza el espacio de trabajo: sentirse un poco más como en casa.
«El puesto de trabajo es el lugar donde paso tantas horas, en el que tengo que lidiar con personas sobre cuestiones de diferente índole, jerarquía, modales, aficiones… Donde me miden, donde resuelvo, tomo decisiones, me equivoco a veces y vuelta a empezar…», comenta Marta Sanz Ramos, psicóloga en Quirón Prevención. «Y para que todo esto ocurra de forma adaptativa y sana, he de sentirme seguro, en paz conmigo. ¿Y dónde mejor para sentirme así que “en casa”?».
Lo cierto es que hacer de tu lugar de trabajo, ya sea en una oficina o en tu propio hogar, un espacio agradable aumenta la productividad. Así lo demuestran algunos estudios; entre otros, los realizados por el psicólogo Craigh Knight para la Universidad de Exeter (Reino Unido). Según sus investigaciones, quienes realizaban actos tan aparentemente triviales como colocar una foto de sus hijos o una planta en su escritorio eran un 15% más productivos que quienes no personalizaban esos espacios.
Para Sanz esa sensación de sentirse como en casa ayuda a controlar la ansiedad que el trabajador pudiera sentir y que se dispara en ocasiones, como cuando se enfrenta a retos desconocidos, contextos nuevos o situaciones que no domina.
«En el fondo, todo se reduce a controlar la ansiedad», asegura. «Nos asusta llegar a perder el control, así que nos hacemos con amuletos (la foto de mis hijos, la taza de recuerdo de París, la maceta con una flor de papel, regalo de mi hija del Día de la madre…) que nos camuflan el miedo a sentir esas cosas que pasan en el cuerpo (la ansiedad es pura fisiología: taquicardia, sudoración, respiración agitada, tensión muscular…) y que van unidas a situaciones nuevas o desconocidas».
Al rebajar la ansiedad, continúa, aumenta en la persona la sensación de control, de confort, y, por tanto, también la seguridad en sí mismo y la autoestima. Todo ello hace que el trabajador se sienta más creativo, que aumente sus niveles de empatía y que se favorezcan y fortalezcan las relaciones sociales, lo que supone también una mejora del clima laboral y contribuye a la disminución de conflictos.
Con la empresa hemos topado
Sin embargo, parece que la tendencia a que las oficinas sean cada vez más abiertas o incluso que haya empresas donde se prohíba a los empleados cualquier tipo de personalización de su espacio de trabajo dificulta enormemente una práctica que parece demostrada como positiva.
Tal y como explicó Chris Cutter, fundador y director ejecutivo de LifeDojo, una empresa norteamericana que ayuda a los empresarios a mejorar la salud y el bienestar de sus trabajadores, en un artículo para BBC, muchas firmas tienen aún una visión autoritaria del trabajo. «Los empleados, por naturaleza, tienden hacia el paternalismo, así que este tipo de políticas forman parte de eso. Son estandarización; son previsibles».
Si un trabajador solo dispone en su mesa de lo necesario para realizar su labor, creen sus jefes que eso le ayudará a centrarse en lo que debe hacer. Y no es cierto. La rotación de puestos dentro de una oficina, donde nadie ocupa un lugar fijo, también está detrás de esa prohibición de decorar los escritorios.
Así le ocurrió a Germán Parra, periodista. «Yo trabajé en un sitio donde se despersonalizaba el puesto de trabajo. Se intentaba uniformar todos los puestos. ¿Por qué? Simplemente hicieron todos los puestos iguales. Tú tenías tu portátil y te sentabas donde querías, siempre un sitio diferente dentro de la misma oficina».
Hay a quien esta estandarización de los lugares de trabajo no le molesta e incluso lo prefiere. Al fin y al cabo, solo es el lugar donde se va a cumplir con una obligación y sin ninguna otra relación que la laboral. Pero no es lo frecuente.
Para Eliseo García, periodista, escritor y cineasta, personalizar su mesa cuando trabajaba en la agencia EFE, «era una forma de convertir algo tan impersonal como una pantalla de oficina usada por varias personas en un espejo que me reflejara. Tenía también un toque de protesta, como de dejar claro que allí cumplía lo mío, pero sin creerme de la misa la media y tomándolo todo bastante de cachondeo».

«Y, por supuesto, había un componente narcisista: que en un paisaje que era como un cementerio de tumbas anónimas, pero con pantallas en vez de lápidas, cualquiera fuera capaz de señalar la pantalla y saber que tenía que ser la tuya era un chute de autoestima».
«Un minúsculo creerte alguien distinto que da lustre a la egoteca y da alas a la ilusión de pensar que, por mucho que pase el cortacésped, tú siempre serás la briznita de hierba que sobresalga. Pequeños autoengaños de oficina que dan fuerzas para irte a la cama sintiéndote menos prescindible», añade.
Para gustos, los colores
¿Piensan los arquitectos en la posible personalización de los espacios de trabajo que realizarán quienes los ocupen? Daniel Cabrera, arquitecto madrileño en Nesilu Arquitectura, sí lo hace. Lo primero en lo que se piensa es en la ergonomía a la hora de desarrollar un proyecto de diseño de oficinas. Saber y permitir que cada trabajador pueda colocarse la pantalla del ordenador a su altura, la elección del color de la mesa, la comodidad de la silla…
«Cuando ideas un proyecto, primero piensas en optimizar el espacio y en que cuanto más repetitivo sea, más barato resultará», explica Cabrera. «Pero a sabiendas de que cada uno personalizará ese espacio. Además, el trabajador lo necesita. Cuando alguien se sienta delante de su puesto de trabajo, tiene que hacerlo suyo. Por eso, cuanta más flexibilidad y más permita el espacio que eso suceda, el proyecto será mucho mejor, más enriquecedor».
Surge otra pregunta: ¿vale cualquier cosa a la hora de personalizar el puesto de trabajo o hay límites que no se deben cruzar?
«Ya que hablamos de sentirnos como en casa, es obvio que cada uno decora su casa a su gusto», responde la psicóloga de Quirón Prevención. «Aun así, pensemos que todos vivimos, y en este caso “trabajamos”, en comunidad; luego tendremos que aprender a convivir con ciertas reglas acordes para todos». Tampoco hay normas desde el punto de vista de la prevención de riesgos laborales que sean contrarias a la personalización de los espacios ni de cómo se hace. Así que, para gustos, los colores.
Para algunos, como la lingüista forense Sheila Queralt, la personalización se centra en el escritorio y la luz. También en que todo esté ordenado, limpio y en silencio. «Me hacen sentir más cómoda; mi cabeza va a mil por hora con ideas en cierto nodo desordenadas, pero enlazadas, y necesito que la parte física esté muy bien ordenada. Creo que todo está en el equilibrio entre mi multitud de ideas imparables y un ancla al mundo físico en un mar tranquilo».
El orden es también fundamental para la traductora Isabel Espuelas. «Mi mesa se reconoce por estar todo cuadriculado y ordenado». Otros optan por el minimalismo, la sencillez. Isabel Andrades, periodista, prefiere un espacio blanco y despejado. Apenas una taza con bolis y lápices que den una nota de color y alguna planta verde pequeña, también en una maceta blanca, «para rizar el rizo y si consigo que no se muera».
En esa misma línea minimalista, pero más práctica, se encuentra el puesto de trabajo de América Luna, administrativa del Estado en el Ministerio del Interior. «Suelo aprovechar lo que me ha dejado otro que estuviera en mi mesa anteriormente», comenta riéndose.
Otros, como Sergio Montero, ingeniero senior de seguridad en Indra, no son tan ordenados ni tan prácticos en ese sentido. Prefieren trabajar en su «desorden organizado» y llenan sus mesas de objetos y papeles para sentirse más cómodos. Dibujos de su hija, alguna pelota antiestrés totalmente desgastada y algún mensaje subliminal cargadito de ironía para quienes vienen con prisas y exigencias: «Una hucha con la cual el personal que demanda más rapidez en mis tareas puede ayudar a estimular mis ganas de trabajar».
No faltan en gran parte de los escritorios las fotos de los hijos ni los indescriptibles regalos DIY del Día del Padre o de la Madre. Plantas pequeñas y cactus, botes con lápices y bolis, bandejas para colocar papeles, pósteres en las paredes o imágenes atractivas que les invitan a evadirse cuando el estrés llama a su puerta… Cualquier cosa (o todas) vale para hacerles sentirse a gusto.
«Siempre he intentado tener cosas que me hicieran sentir bien», comenta Gloria Gil, editora en Pie de Página y antes, profesora. «Siempre he personalizado mis espacios. Como de adolescente poner pósteres. Me gusta rodearme de objetos que considero bellos y que tienen significado para mí. Y más cuando trabajaba fuera de casa».
«En una empresa todo es estándar. Si lo personalizas, te lo apropias, te das a conocer entre los compañeros y lo dotas de tu significado. Eso, además, en un mundo de inestabilidad laboral, ahora me doy cuenta de que tenía todo el sentido porque igual mañana te ibas o te echaban, pero durante un tiempo fuiste la reina de esa estantería».
Cuando la oficina está en tu casa
Quienes trabajan desde sus casas tienen más facilidades a la hora de decorar sus lugares de trabajo. Ahí no hay quien ponga límites al mar ni les obligue a hacer limpieza de vez en cuando. Y los objetos que les rodean son, con frecuencia, mucho más personales y sentimentales.
Es lo que describe Mario del Castillo, fotógrafo y gestor de la página Perros, gatos y retratos. Su primera máquina de escribir, juguetes que le recuerdan su infancia, una foto de Nikita, su gata, con la que convivió 16 años, libros, Post-its… «Al currar en casa es distinto, pero aun así me resulta fundamental», explica. «Cuando he currado fuera, sentía que era llevar un trocito de hogar al trabajo. Pero aquí lo necesito igual. Es como si ese yo necesitara su espacio, sus cosas, su ambiente. Esté donde esté. Y es un yo distinto a todo. Incluso al yo del resto de la casa».
Konsu Llorente, ilustradora y diseñadora, asegura dedicar mucho tiempo a decorar su lugar de trabajo. «Yo tengo un montón de latas recicladas que he pintado y que lleno de lápices y pinceles», comenta. «Intento guiarme por eso de las 5 eses [un método japonés de ordenación de espacios], pero termina todo hecho un desastre lleno de papeles y lápices… Y un día hago barrida y vuelta a empezar».
Y continúa: «Supongo que, al tener mi espacio de trabajo en una esquina del salón, también intento que se diferencie del resto y del espacio de mi novio (que también trabaja en casa); y, a la vez, que encaje». Pero, sobre todo, recalca, que sea práctico, aunque al final acabe pesando más el gusto que lo primero.
Xosé Castro, traductor, corrector y comunicador, también es meticuloso a la hora de diseñar su espacio de trabajo. Se declara «obseso de la salud laboral y de la eficiencia/productividad», máxime desde que tuvo una lesión muscular por culpa del estrés y el mobiliario inadecuado.
Su mesa fue hecha a medida para disponer del suficiente espacio y fondo en el que tener a mano todo cuanto necesita para trabajar sin tener que moverse del asiento y colocar su enorme pantalla del ordenador («tengo un monitor de 32 pulgadas. Mi teoría es que el monitor es más importante que todo lo demás, porque es el aparato que más horas miro a lo largo de mi jornada laboral») a la distancia justa para no dañarse la vista.
Libros de consulta, material de papelería de uso frecuente, un flexo, un sistema de audio de calidad fundamental en su trabajo como traductor audiovisual y adornos traídos de sus muchos viajes a México, Guatemala, Argentina y Colombia, entre otros lugares. Y tecnología de esa que parece haber llegado para quedarse y convertirse en imprescindible: Amazon Echo y su Alexa, que trabaja en colaboración con Siri, Cortana y Google Home para organizar y facilitar la vida de Castro.
Y como elemento distintivo de su despacho, el color intenso de las paredes. «Desde pequeño, tenía la obsesión de tener un despacho pintado en color carmesí, porque no creo nada en la teoría de los colores relajantes o estimulantes. Me gusta, y punto».
La música es otra constante en la personalización de los puestos de trabajo. No es algo que se ve, pero son muchos quienes necesitan aislarse del ruido ambiental de una oficina colocándose unos auriculares y escuchando sus canciones favoritas.
Para muchas profesiones que no se desarrollan acomodadas en un escritorio, la música es la única personalización de su espacio laboral que pueden permitirse. Así lo siente, al menos, Mari Ponce, ama de casa de Leganés, que realiza todas las labores domésticas y el enorme trabajo que conllevan poniéndose la radio o la televisión, dependiendo de la tarea y del lugar donde la desempeñe. Eso, por la mañana, cuando está sola. «Por la tarde, ya se encargan otros de ambientármela», contesta con humor.
Orden o caos, color o la sencillez del blanco, con música o sin ella… lo cierto es que buscamos hacer nuestro ese pequeño rincón en el que pasamos muchas horas de nuestra rutina. Todos anhelamos lo mismo, trabajemos donde trabajemos: tener un rincón que nos sirva de refugio y donde cerrar la puerta al estrés. Y todos sabemos cuál es: «There is no place like home».