Primero fueron los ponis; después, el Congo. De la unión de los dos, surge Pony Congo. No se trata de un mero acoplamiento de palabras. Más bien es un diálogo entre imágenes discordantes y aparentemente ajenas. Sin embargo, una vez juntas en una improbable convivencia, crean una narrativa irónica y sagaz a lo largo de las dobles páginas que componen el segundo fotolibro de Vicente Paredes.
Con una tirada de 750 ejemplares, Pony Congo pretende hablar de una forma completamente inédita de un tema tan antiguo como la humanidad: la desigualdad. Lo hace enfrentando dos modelos de infancia diametralmente opuestos. Por un lado, el estrés de unos niños de clase alta para obtener el reconocimiento y el estatus social en las primeras etapas de su vida. Estos adolescentes son víctimas de sus propias familias y de la presión social que mide su valor por saber montar un poni. En el otro extremo, las estereotipadas sonrisas de los niños pobres de África, aquellos retratos que un fotógrafo documentalista jamás haría: las típicas instantáneas de turistas.
A lo largo de dos años, Paredes retrató el elitista ambiente de los campeonatos de equitación de ponis en Segovia. «Un amigo me había hablado de estas competiciones. Me pareció un tema muy curioso. Es un mundo muy duro para los niños. Hay mucha competitividad, disgustos y estrés… Todo ello me llamó la atención», reconoce el fotógrafo. «Nunca pensé en hacer un trabajo amable. Lo que no imaginaba es que mi trabajo llegaría a tomar estos derroteros», añade.
En 2013 Paredes visitó a unos amigos que vivían en Congo. Llevó la cámara por si acaso. Hizo varias fotos de los niños trabajadores del Bajo Congo y regresó a España. Durante la edición, tuvo una epifanía. «Eran dos trabajos independientes, pero un día al hacer dípticos, noté que empezaban a dialogar. El mundo pobre colonizado y el mundo rico colonizador comenzaron a hablarse por sí mismos», cuenta Paredes.
Regresó al Congo el verano siguiente con la idea de cazar imágenes para lo que en aquel momento sólo era un proyecto fotográfico. «De hecho, al Congo me llevé los mismos filtros de luz polarizada que había utilizado para el trabajo de los ponis», explica el retratista.
Pony Congo no pretende hablar de España, ni de los ponis, y mucho menos de los niños trabajadores de África. El tema de fondo es mostrar cómo se relaciona una parte del mundo, explotada y dominada, con la parte de la humanidad que domina, muchas veces sin saberlo o sin ser consciente de ello. En el libro cada doble página se convierte en una metáfora de la mirada recíproca entre los países ricos y los países colonizados.
Es una mirada totalmente involuntaria que el fotógrafo provoca desde sus inquietudes más profundas. Los niños del Congo y los de los ponis nunca se encontrarían en la vida real. El libro propicia este encuentro y es el espectador quien imagina qué ocurriría si eso aconteciera de verdad.
Vicente Paredes juega magistralmente con la complejidad de las relaciones poscoloniales, fabricando diferentes interacciones en cada doble página: desde la admiración hasta la desconfianza, el desconcierto o incluso el odio. «He juntado unas imágenes que adquieren un significado nuevo, que posiblemente pueda resultar negativo para los retratados. Eso me ha generado muchos conflictos, pero en el fondo lo que hago es usar estereotipos. Podrían haber sido niños que juegan al tenis», afirma.
Con el fin de preservar la intimidad de los retratados, el fotógrafo borra los ojos con barras negras. Una vez más, esta decisión estética se convierte en una declaración de intenciones. «Los niños del Congo no tienen derechos de ningún tipo y mucho menos sobre su imagen. Puedes fotografiarles sin que te pase nada, algo que jamás acontecería con los menores en Occidente», señala.
Paredes riza el rizo y se atreve a jugar con los prejuicios de los lectores. «Hay toda una escuela de cómo se deben leer las fotos de ‘negritos pobres’. En realidad, son niños trabajando, lo más habitual que pueden estar haciendo en su contexto. La miseria, la lástima e incluso la desconfianza están en nuestro imaginario; están dentro de nosotros, no en las imágenes», asegura ese fotógrafo alicantino.
La narrativa está estructurada en colaboración con la diseñadora Natalia Troitiño con el fin de recorrer la amplia variedad de relaciones poscoloniales y su evolución histórica. «Niña que admira con candor al joven jinete apuesto, reacciones de asco, desconfianza, dignidad, miedo…», enumera Paredes. Incluso la elección del papel responde a un criterio político. El libro está impreso en papel brillante para los niños de los ponis, una reminiscencia de las revistas que ensalzan a los personajes de la alta sociedad, y en papel ahuesado mate para los niños del Congo.
Publicado el pasado mes de octubre gracias al apoyo de la fotógrafa Cristina de Middel y de su nueva editorial This Book is true, Pony Congo todavía no ha suscitado reacciones en los familiares de los pequeños jinetes. «En teoría podrían denunciarme, pero en un juicio se demostraría que intenté preservar la intimidad de estos menores», explica el autor.
Su trabajo también ha sido expuesto recientemente en el Festival de Fotografía de Lagos. «Muchos fotógrafos nigerianos me han llegado a preguntar por qué no le puse bandas negras a los niños congoleños en vez de a los niños españoles. Quizás hubiese sido más interesante, pero probablemente habría acabado en la cárcel», concluye Paredes.