Este archipiélago está al doblar la primera esquina, a la derecha, después del planeta Tierra. En lo más remoto de sus aguas y sus orillas está el recuerdo de un niño que vivió en Suecia, en un pueblo nórdico llamado Landskrona, al sur del país. Ese niño llegó de Irán, de la ciudad persa de Shiraz, y a los 31 años, un día, dibujó este mapa.
Shahin Haghjou tomó sus recuerdos suecos como si fueran corales y armó un atolón. Después otro. Y otro. Y los mezcló con la fantasía. Y así surgió este archipiélago sin nombre y, a la vez, lleno de nombres a veces reales y a veces inventados de resonancia vikinga.
«Es una carta de navegación para recorrer en barco», cuenta el autor de la portada de Yorokobu del mes de octubre. «Me encanta mirar mapas y perderme en mundos inventados».
Esta vez no se perdió mirándolos. Se perdió dibujándolos. Perdido entre texturas, símbolos, ondas de profundidades marinas… «Quería hacer un mapa similar a los reales. Como si fuera un mapa de verdad. Tomé nombres de lugares reales e inventé otros. Pero no era un invento sin sentido. Todo está relacionado y tiene un porqué».
Este lugar está en cualquier sitio. Está donde cada uno quiera llegar, en su cabeza, porque el destino final, para Haghjou, siempre es «la libertad de que cada persona lo interprete como quiera».
Pero antes de emprender camino, el diseñador gráfico, ilustrador y director de arte hace una advertencia: «No recomiendo a ningún barco seguir esta ruta».
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