Debe haber un lugar entre el suelo y el cielo donde solo se puede llegar a través de la música. No hay más escalera que esos sonidos que ya descubrieron los músicos del Alto Egipto y las tribus ancestrales. Percusiones contundentes, voces suprahumanas. Prince Rama vuelve a ese espacio que hallaron en la cuna del Nilo hace miles de años, a los ritos de ascensión espiritual y los tambores de castigo mortal con una música que nada tiene de rock y menos aún de pop.
Taraka Larson y Nimai Larson vestían a medida de la música. En las mejillas de las dos hermanas de la banda brillaban dibujos de purpurina dorada y plateada. Taraka, con medias sofisticadas. Nimai, descalza. Faltaba el tercero de este trío de Brooklyn. Michael Collins no estaba en el escenario. Quizá por eso el sonido tenía menos cuerda y sonaba más milenario aún en la madrugada del domingo en Primavera Sound.
La ascensión al cielo no era solo una cuestión de agudos. Era la falta de verso en sus temas. Esa profundidad que alcanza la música cuando no se detiene en palabras. Prince Rama repite mantras y cantos en sánscrito. Y no baila como manda el presente. Las hermanas Larson se mueven, de un lado a otro, hacia arriba y hacia abajo, como en las danzas tribales, como los cuerpos en trance que viajan de un estado terrenal a otro muy lejano impulsado por el bit de la percusión.
Prince Rama es la apuesta arriesgada obligada de todo buen festival. Es la música de minorías que te hace respirar en paz porque la dictadura del mainstream no ahoga del todo.
Puede que muchos no lo entiendan y se alejen, con su cerveza, hacia otro escenario. Puede que algunos desconozcan el origen de estos sonidos pero sientan que, al escucharlo, sus pies flotan a 10 centímetros del asfalto. Puede que otros hayan vivido un recorrido similar al que hicieron en su infancia las hermanas Larson y pasen directamente a ese estado de flotación cuyo pasillo surcó, hace milenios, la música.
La infancia de Taraka y Nimai está en una comuna de Hare Krishnas en Florida. Allí descubrieron el túnel que abre la música para pasar de un espacio mental a otro. Luego asentaron bien sus pies en la Tierra y lanzaron cuatro discos. El último de ellos, Shadow Temple, con la bendición de Animal Collective y su sello discográfico.
Y supieron moverse tan bien en el suelo que un día de otoño de 2009, cuando estaban de gira por EEUU, robaron todo su equipo en Filadelfia. Pidieron ayuda a sus fans en su blog y con las donaciones recibidas volvieron a montar campamento.
Créditos de las fotografías: Michael Collins