‘Quitamales’, bodegones que rescatan de los momentos de bajón

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Escondidas tras las cosas que utilizamos día a día se agazapan, con frecuencia, las buenas ideas. Un bote de detergente, una lata de cerveza, una bolsa de patatas fritas, un paquete de cigarrillos, un bol de ramen… esos bodegones cotidianos en los que no solemos fijarnos pueden ser el detonante de lo que después se convierte en una obra de arte y en una máquina del tiempo que nos transporta a instantes felices y serenos.

El retrato particular de un recuerdo íntimo que va asociado a los objetos que forman ese bodegón y la razón por la que se convierten en representaciones casi terapéuticas.

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A Sandra Fernández, que firma sus obras como Srta. Escarlata, no siempre le atrajeron este tipo de composiciones que tenemos tan asociadas a cocina rancia y oscura de otros siglos. Cuando empezó, hacía retratos, pero los bodegones ya le hacían ojitos. Quizá porque sacar de su espacio los objetos que los forman y ubicarlos en lugares random, inventar nuevos productos, intercambiarles las etiquetas… le parecía un juego creativo muy sugerente.

La chispa saltó después de un pícnic con una amiga que estaba de bajón con la que había quedado para hablar y levantarle el ánimo. Sandra decidió que un par de latas de cerveza y un montón de chucherías serían el acompañamiento ideal para la conversación. Y entre charla y charla, hizo una foto a su amiga rodeada de aquellas cosas que les gustaban. «Una foto muy bonita» que le llevó a crear un fanzine sobre ese día y un recuerdo de infancia asociado a un momento parecido.

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«Y pensé en hacer un bodegón de la foto tan chula que le había hecho a mi amiga; sin figura ni nada, simplemente productos. La idea me gustó mucho y me dije: “Esto ha sido como un quitamales”». Y así nació esta serie.

«Quitamales habla de los pequeños placeres de la vida que, en medio del ruido y las continuas distracciones del mundo, a menudo pasan desapercibidos. Son esos instantes que, cuando nos permitimos notarlos, pueden sanar nuestras heridas, arreglar un mal día, recordar quiénes somos, valorar a nuestra gente y, en general, hacernos la vida más ligera. En este constante correr tras lo ajeno, olvidamos que lo simple y cercano tiene el poder de reconfortarnos, si tan solo lo miramos con atención».

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Sandra es Sandra Fernández cuando trabaja como diseñadora gráfica en la agencia Smartclip, pero cuando pinta e ilustra se convierte en Srta. Escarlata. El nombre artístico no tiene nada que ver con Lo que el viento se llevó. A Sandra le gusta el color rojo, y dentro de los muchos tonos que hay, el rojo escarlata es su preferido. «Es un color que siento que me define mucho por su energía, por su potencia. Casi siempre lo uso, junto con colores superpotentes, en mis obras. Y como tenía 19 años cuando creé mi cuenta de Instagram, pues dije “Señorita Escarlata”».

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Nacida en Sonseca (Toledo), esta joven artista empezó a estudiar Diseño de Interiores, pero lo dejó en el primer curso y cambió esa carrera por la de Ilustración. Comenzó con el dibujo infantil, pero poco a poco lo fue cambiando por un estilo más potente, mucho más enérgico y más personal, donde los colores vivos e intensos mandan. Ella lo ha definido como surrealista, «una fusión de escenarios oníricos con las sutilizas de lo cotidiano», pero sin demasiada convicción.

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«La verdad es que no tengo todavía muy claro cómo es mi estilo, porque llevo haciendo bodegones escasamente un año. Pero sí es cierto que todo lo que pinto no lo quiero representar tal y como es. Siempre intento romper muchísimo el plano y que el suelo o la mesa donde están los productos no tengan nada que ver con la perspectiva», comenta.

«Todo lo que hago está más en mi subconsciente. En cada obra persigo tejer una narrativa que dé forma a un mundo mágico lleno de color, donde la realidad y la fantasía se entrelazan en una danza visual única para contar historias con las que cualquiera pueda sentirse identificada».

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Lo del surrealismo le viene de serie, porque, como ella misma cuenta, buena parte de sus referentes artísticos se engloban en ese estilo o han sido precursores: Dalí, Botticelli, Maruja Mallo, Leonor Fini, Remedios Varo, Magritte, Tamara de Lempicka, Hockney, Basquiat… Pero tampoco pierde de vista a creadores contemporáneos como Miranda Makaroff, María Melero, Mercedes Bellido, Be Fernández, Alai Ganuza, Pezones Revueltos o Álex de Marco, de quien, probablemente, haya cogido el gusto por esa paleta cromática tan intensa.

De todos los formatos en los que trabaja, el lienzo es ahora su preferido. Sobre él ha creado Quitamales, un experimento que le ha servido para perderle el miedo. «Era algo que no tenía ni idea de cómo trabajar, hasta este verano. Y me daba muchísimo pánico porque parece algo como más formal y más serio que, a lo mejor, el papel. Así que me quité muchísimo lastre y me dije, jolín, si yo también puedo hacer cosas en grandes formatos. Después me animé a hacer un mural que me salió para un concurso de un festival de arte urbano. Y cada vez tengo más ganas de hacer formatos más grandes en lienzo».

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Las herramientas digitales las reserva para su faceta profesional y para crear los borradores de sus obras, «porque me parece mucho más fácil. Me cojo el iPad y hago un boceto mucho más rápido que en la libreta porque no tengo que estar borrando y tal. Es más mecánico».

La cotidianidad es lo que más le inspira, asegura. Siempre, tanto en su etapa de retratos como ahora con los bodegones. Ella, más que representación real del objeto u objetos, prefiere plasmar momentos y lo que le hicieron sentir. Instantes que remarca con colores intensos que, afirma, tienen que ver con su propia personalidad.

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«No suelo tener una idea, sino que tengo como cinco, y me voy apuntando en el bloc de notas lo que se me ocurre». Unas zapatillas que alguien calza cuando va en metro o una flor que le llama la atención cuando camina por la calle… cualquier cosa puede servirle de inspiración. «Realmente, las obras que hago son un popurrí de cosas de mi vida. No es que pinte momentos tal y como son, sino que pueden ser una idea que me surgió mucho antes, y tenía anotado que podía quedar bien con X cosas».

«Después del momento de anotación, empiezo a bocetar, y me lío como loca a hacer bocetos porque soy muy perfeccionista —continúa explicando su proceso creativo—. Los bocetos guarros me cuesta muchísimo llevarlos al lienzo, porque necesito que estén casi al milímetro». A veces, para ayudarse, y gracias a las herramientas digitales, coge fotos de aquí y de allá con lo que quiere reproducir y monta un collage que le ayuda a organizar la escena.

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«Acompaño mucho el boceto con escribir texto, porque eso me ayuda a vomitar todo lo que tengo ahí dentro y lo que quiero pintar. Y cuando ya veo la idea muy clara, la paso al lienzo. Y allí, a lo mejor puedo variar el tono, pero tengo ya muy claro lo que quiero hacer».

Quitamales se expondrá en la galería Sara Caso de Madrid a partir del 18 de octubre. «Me hice un listado con mi top de galerías donde me encantaría estar aquí en Madrid. La primera a la que fui fue la de Sara Caso, porque era mi top, ya que trabaja con artistas emergentes, y no es la típica galería aburrida. Fui allí, y les dije que me encantaría trabajar con ellas. Y me respondieron que ya habían bicheado un poco mi trabajo y que estaba dentro. Yo flipé, me resultó superfácil. Y ahí dije que lo tenía que dar absolutamente todo por la confianza que habían puesto en mí y en mi trabajo. Un sueño».

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