Fernando Higueras: el arquitecto que vivió bajo tierra

8 de febrero de 2016
8 de febrero de 2016
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Cuando Fernando Higueras contaba a sus alumnos que vivía en una cueva bajo tierra le solían mirar con perplejidad. Ahí, delante de ellos, estaba un genio, conocido por hacer edificios inconfundibles como las Viviendas para el Patronato de Casas Militares o la Corona de Espinas. No se creían que un arquitecto renunciara a la oportunidad de lucirse con su propia casa.

Pero Higueras no era como otros arquitectos. «Él iba siempre por libre», rememora Lola Botia, quien fue su pareja durante 20 años y actual responsable de la Fundación Fernando Higueras. «Cuando finalmente visitaban el espacio entendían por qué. No sientes claustrofobia. Te sientes mejor que en un apartamento donde te da un sol de justicia. No te tienes que proteger de nada y de nadie. No te van a construir delante jamás. No molestas ni te molestan los vecinos».

Antes de que los arquitectos se llenaran la boca con palabras como sostenibilidad, Higueras ya pensaba en ello de forma casi innata. «La temperatura es casi constante entre 16 y 26 grados. En invierno no pasas frío, solo necesitas un apoyo mínimo de dos radiadores en el cuarto de baño. Miras hacia arriba y solo ves el cielo y los árboles». Estar bajo tierra minimiza la exposición a las condiciones climáticas.

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Más adelante, Higueras acabaría llamando su casa el Rascainfiernos. «Fue el nombre que dio a una propuesta que presentó para la zona cero un año después del derrumbe de las torres gemelas». Mientras los demás luchaban por construir hacia arriba en un alarde falocéntrico, él había hecho lo opuesto, dirigiéndose hacia el centro de la tierra.

En su apogeo, su hogar estaba lleno de cuadros y esculturas. Había pinturas de Antonio López y Sorolla. Las hiedras se adueñaron de la casa bajando desde el jardín y llenando el salón.

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En el año 2000, Higueras cerró su estudio de Avenida América, vendió sus cuadros y trasladó su espacio de trabajo al Rascainfiernos adquiriendo su aspecto actual.

Higueras «decía que había que volver a las cuevas». No signficaba encerrarse en la oscuridad. Se trataba de aprovechar los preceptos de nuestros antepasados que profesaban la sostenibilidad por necesidad y uniendola a la búsqueda de la luz cenital que traspasa las claraboyas del rascainfiernos y lo convierte en una forma mucho más sostenible de vivir. Unas lecciones de vida que vuelven a ser vigentes.

Planos cortesía de la Fundación Fernando Higueras.

10 Comments ¿Qué opinas?

  1. Jeje, mi despacho también es una cueva-bunker insonorizada bajo tierra. Lo llaman el cuarto de las cucarachas (en plural!) . Lástima que no tenga claraboya con luz cenital, ni solución arquitectónica para ello.

  2. Mi despacho donde me encuentro y donde debería estar currando también es una cueva-bunker insonorizada bajo tierra. La llaman el cuarto de las cucarachas (en plural!). Lástima que no tenga claraboya con luz cenital. 🙁

  3. Dice esto que os cuente algo bonito… Este hombre es el arquitecto de la barriada de pisos en la que vivo desde que nací, y del instituto al que va cada día mi hermano.

    Tenía una premisa, por cada m2 de zona construida debía haber un m2 de zonas comunes.

    La barriada se llama Ciudad Aljarafe, está en Mairena del Aljarafe (Sevilla) y es de las pocas construcciones visibles desde la capital hispalense si se mira hacia el mar de chalets que se extiende a este lado del Guadalquivir.

    Sin duda alguien a quien recordar

  4. En vuestro artículo no hay referencia alguna a la ubicación de la casa o siquiera a la procedencia del arquitecto. En la página de la Fundación tampoco. Creo que sería interesante mencionar si el susodicho era español, chileno, mejicano…

  5. Y además seguro que se duerme genial porque no te invaden las ondas electromagnéticas de las redes móviles o de wifi de los vecinos…
    Qué gran visionario!
    Enorme Fernando Higueras, uno de mis arquitectos favoritos desde siempre.

  6. En mi pueblo Villacañas (toledo), existe ya desde hace tiempo, este tipo de viviendas, llamadas silos. Los habitantes de este pueblo llevan viviendo en ellas más de un siglo. Actualmente solo quedan unas cuantas conservadas por el Ayuntamiento de Villacañas.

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