‘Reigns: Her Majesty’: transformando Tinder en un videojuego

12 de febrero de 2018
12 de febrero de 2018
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«Es la gamificación definitiva del romance. El Pokémon Go del amor». El creador de Black Mirror, Charlie Booker, definía Tinder con esta frase en una entrevista para el diario The Guardian publicada en 2016. También aseguró que la app de ligar «provoca la expectativa constante de que siempre hay algo mejor a la vuelta de la esquina». El guionista y creador quería dar un titular con gancho, pero no iba desencaminado.

Tinder tiene varias mecánicas de videojuego. Primero, como si fuera un juego de rol, el usuario debe configurar un perfil dentro de la red social, un avatar para venderse. Después, la aplicación le muestra una lista de personas para que decida si está interesado o no en ellas.

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Deslizando el dedo hacia la derecha sobre la pantalla del teléfono, señala que está interesado en la otra persona. Deslizando hacia la izquierda, indica lo contrario. Por último, Tinder tiene victorias y derrotas: si dos usuarios muestran interés mutuo, se produce un match (¡éxito!); si la atracción no es correspondida, solo hay silencio.

La parte que más pesa es la de red social, pero el esqueleto de videojuego está ahí y engancha a los usuarios una media de 35 minutos diarios, según un estudio firmado por la consultora financiera Cowen and Company.

Aunque Tinder no arregla todos los problemas relacionados con el cortejo (empezando por los tíos pesados y babosos y terminando por los tíos babosos y pesados), hay que reconocer que ha ayudado a fijar un detalle de nuestra vida cotidiana que puede pasar desapercibido: deslizar el dedo por la pantalla del teléfono móvil para expresar rechazo o aceptación ya forma parte de nuestro lenguaje. El videojuego Reigns: Her Majesty utiliza esta forma de interactuar con la pantalla táctil y la transforma en un videojuego para smartphone (o sea, en un juego con intenciones puramente lúdicas).

Reigns: Her Majesty está protagonizado por una dinastía de reinas. El objetivo del juego es gobernar y mantenerse en el trono el mayor número de años posible con cada una de las reinas. Para tener éxito en esta tarea, hay que mantener contentos a los poderes religiosos, militares y sociales. Para que la reina sobreviva, ninguno de ellos puede estar demasiado contento ni demasiado enfadado con la corona. Si la reina muere, su hija la sucede y la historia vuelve a empezar, aunque conserva algunos logros de su madre y sus abuelas.

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En cada partida, el juego nos muestra diferentes situaciones en la pantalla para que la reina decida cómo gestionarlas: un conflicto entre campesinos, una guerra con un país vecino, una plaga en la ciudad o la construcción de una torre, por ejemplo. Cada decisión afecta de forma diferente al país. Algunos movimientos agradan a la Iglesia pero desagradan al Ejército. Otros suponen un importante gasto económico, pero contentan al pueblo. Otros hacen feliz a la población, pero enfadan a religiosos y militares por igual.

Todos estos veredictos se ejecutan de la misma forma: vemos la cara de un consejero en la pantalla y hacemos swipe hacia la izquierda para escoger una opción; o hacia la derecha para escoger la contraria. Y así, con la misma facilidad con la que se escoge un potencial ligue, se dirige un reino.

Un juego como este tiene, necesariamente, una fuerte carga política. Reigns: Her Majesty es la secuela de Reigns, un juego de 2016 con una premisa idéntica, pero con una dinastía de reyes. La guionista de la secuela es Leigh Alexander, una de las periodistas más importantes de la prensa de los videojuegos en Estados Unidos. Alexander fue una de las muchas víctimas del GamerGate, un movimiento reaccionario que desde 2014 intentó frenar la aparición de voces femeninas y feministas en el mundo de los videojuegos con campañas de acoso selectivo.

Este fenómeno fue apadrinado por Breitbart, el medio de comunicación de extrema derecha que acompañó a Donald Trump hasta la Casa Blanca. La periodista aprovecha los breves diálogos del juego para hacer una divertida crítica al GamerGate y a sus iteraciones posteriores, como las marchas de Charlottesville.

Estos movimientos están retratados en Reigns: Her Majesty como una secta de hombres con cabeza de serpiente. Los hombres serpiente piden permiso a la reina para celebrar «reuniones terapéuticas con antorchas», están muy preocupados por la «libertad de expresión» y luchan contra la discriminación hacia los hombres que suponen espacios no mixtos como, por ejemplo, los conventos de monjas.

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El guion de Alexander consigue que rechazar las ridículas demandas de los hombres serpiente sea muy divertido. Sin embargo, no siempre es posible. Uno de los aspectos más interesantes de Her Majesty es que ser fiel a tus principios puede llevarte a la tumba. Si no coincides con las ideas de la Iglesia y el Ejército, juegas con la tentación constante de darle largas al cardenal. Sin embargo, si no haces algunas concesiones a la Iglesia en cada partida, lo más probable es que te acusen de bruja y termines en la hoguera.

Hay muchas formas de morir: por ser demasiado piadosa y por no serlo en absoluto; por tener un ejército demasiado poderoso y por no tenerlo; por gastar mucho dinero y por ser ahorradora; por ser popular y por no serlo.

Las reinas deben hacer malabares para tener contentos a todos los poderes y mantenerse en el trono. El juego aprovecha así una idea recurrente en los videojuegos basados en tomar decisiones para emocionar y enganchar al jugador: obligarle a tomar decisiones desagradables y sacudir su sistema de valores. Vamos, igual que Tinder.

 

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