La nevera… ¡Ay, la nevera! La nevera nos ha liberado de la compra diaria de los productos perecederos. Nos permite conservar en condiciones aceptables muchos alimentos durante semanas, durante meses… ¡Qué gran invento!
La pena es que para disponer de esos 70 kilogramos de utilidad constatada haya sido necesario emplear unos 700 kilos de materiales, incluidos los metales y la energía empleados en su fabricación, los hidrocarburos de sus piezas plásticas, el papel de sus embalajes, el combustible utilizado en su traslado, el vidrio de su casi eterna bombilla… En una estimación utilizada por los expertos, en promedio, solo un 10% (y no siempre, por eso es un promedio) de los recursos consumidos para fabricar la mayor parte de los bienes que utilizamos se transforma en el bien que llega a nuestras manos. El 90% restante se convierte en residuo.
Y teniendo en mente esa maldita proporción —90/10— todo cambia: los 100 gramos de nuestro móvil ocultan 900 gramos de residuos; el kilo y medio de nuestra bolsa de basura diaria, 13,5 kilos; los 1.500 kilos del coche…, 15.000 kilos. Pese a estar todo el día hablando de la productividad, el ser humano no ha avanzado mucho a la hora de emplear eficientemente los recursos disponibles. A la vista de las últimas decisiones en materia de legislación laboral, además, se podría decir que interesa más cómo hacer más productivo al trabajador que al resto de los factores de producción, como las materias primas o los procesos de fabricación.
El origen
Con ser grave la falta de productividad, todavía es más preocupante cuando se sitúa en su contexto. La proporción del 90/10 tenía un impacto determinado cuando el consumo masivo de bienes se circunscribía a las zonas más desarrolladas (Norteamérica, Europa Occidental y algunos países concretos —como Japón o Australia— diseminados por el planeta). Pero no está de más recordar que en las economías emergentes viven varios miles de personas que anhelan —legítimamente— niveles de vida y consumo similares a los que ¿disfrutan? sus congéneres de las regiones más favorecidas, niveles de vida sobradamente conocidos gracias a la ubicuidad de los medios de comunicación.
Y para completar el cuadro, no está de más recordar las prácticas derrochadoras de recursos llevadas a cabo por sectores económicos concretos y que se plasman en lo que se conoce como obsolescencia programada que el documental televisivo Comprar, tirar, comprar tan contundentemente muestra. Partiendo del ejemplo del grupo Phoebus, integrado por los principales fabricantes de bombillas del mundo que, entre 1911 y 1924, trabajó en la sombra para reducir la vida útil de las bombillas a 1.000 horas (se habían fabricado ya bombillas que duraban más del doble), la directora y escritora Cosima Dannoritzer pasa revista en su película a una serie de productos —desde impresoras y medias hasta baterías de equipos electrónicos— fabricados de tal forma que no resistan (o lo hagan menos) el paso del tiempo, obligando al consumidor final a desprenderse de ellos para comprar otros nuevos.
El presente
Mientras las sociedades mantuvieron un cierto equilibrio con la naturaleza, los residuos no constituyeron un problema grave, aunque no debe perderse de vista que la actuación humana siempre ha afectado a la biosfera, desde la quema de arbolado de épocas remotas (y no tan remotas) para ampliar las zonas de pasto para el ganado hasta la minería con sus inevitables secuelas de escombreras y lavaderos de mineral a la vera de los ríos. Las Médulas leonesas no son otra cosa que restos de montañas destrozadas por los romanos a golpe de inundaciones para obtener oro.
Con la industrialización, especialmente en su fase más avanzada —caracterizada por el consumo masivo—, el equilibrio se rompe definitivamente y los residuos se convierten en un problema, quizás uno de los mayores que tiene planteada la sociedad actual.
Aunque se trata de un problema global que, cada vez más, exige planteamientos multinacionales, puede comprobarse su magnitud con los datos referidos a nuestro país. Según una estimación realizada por el consultor Alfonso del Val, con datos referidos a 2007, en España se generaron ese año 924,3 millones de toneladas de residuos de los que, aproximadamente, la mitad (448,9 millones) consistieron en residuos gaseosos. Dentro de un planteamiento completo del problema, es necesario considerar no solo los residuos sólidos y líquidos y, por tanto, ‘visibles’, sino también los gaseosos, ‘invisibles o menos visibles’ pero que también influyen en el medio. De hecho, incluso, debería considerarse, en opinión del citado consultor, la energía liberada, por ejemplo, en forma de calor o luz, que también alteran el medio en que vivimos bajo la forma de calentamiento o de contaminación lumínica.
La cifra bruta —los 924,3 millones de toneladas— representa, aproximadamente, 60 kilos por persona y día, cantidad muy superior al peso de nuestra bolsa de basura doméstica, según señala Alfonso del Val.
Además del volumen, es preocupante la tendencia. En una estimación similar anterior, correspondiente a 1999, y realizada en ese caso por el Ministerio de Medio Ambiente, se situaba el volumen de los residuos generados en España en 610,4 millones de toneladas, es decir, un crecimiento del 51% en solo ocho años.
La magnitud de estas cifras indica que sí, que ya hay un problema con los residuos, como periódicamente constatamos cuando circulamos junto a un vertedero; cuando una marea algo más fuerte de lo habitual deposita en nuestras playas cientos, miles, de envases de plástico; cuando una situación anticiclónica persistente impide que llueva y sobre nuestras ciudades más pobladas pende una boina, un hongo venenoso de color parduzco.
El futuro
Hace casi medio siglo, el Club de Roma (un grupo integrado por científicos y políticos), comenzó a plantearse si el crecimiento económico iba a encontrar, en algún momento, su límite. Un informe encargado por el Club al MIT (Massachusets Institute of Technology) y titulado, precisamente, Los Límites del Crecimiento, publicado en 1972, predecía que si se mantenía el aumento de la población, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales, la Tierra llegaría al límite del crecimiento en el siguiente siglo.
La primera crisis del petróleo (también en 1972) hizo que saltara a primer plano uno de los condicionantes citados en el informe, el del agotamiento o la escasez de los recursos naturales.
El paso de los años y el mayor conocimiento científico del funcionamiento de nuestro planeta han puesto de relieve la importancia de otro de ellos: la contaminación. La biosfera tiene su propio modo de producción en el que no existen residuos, porque la naturaleza se encarga de ir reciclando todos los que genera manteniendo las condiciones que hacen posible la vida. Pero eso no sucede con los modos de producción de nuestra civilización, y cuyos residuos —especialmente los más peligrosos— no puede reciclar la biosfera y los va acumulando.
Ambos condicionantes –—a escasez o agotamiento de los recursos (provocada en gran medida por la ineficiencia mostrada por la proporción 90/10) y la generación de unos residuos que la biosfera no puede asimilar— son, sin duda, importantes obstáculos para conseguir un modelo de crecimiento sostenible. Y sobre ambos es preciso actuar.
La primera dificultad surge de la oposición del propio sistema industrial, reacio a cuestionar un modelo productivo —el actual, basado en el consumo masivo—, razón por la cual va aceptando medidas parciales que no ataquen la raíz del problema mientras se mantiene la ineficiencia en el uso de los recursos.
El caso de España es paradigmático. Desde la Unión Europea llegan (y se trasladan a nuestra legislación) iniciativas y directivas sobre los productos químicos, los residuos, las emisiones de CO2, el ruido, la sostenibilidad, el cambio climático. Como consecuencia de ello, la situación va cambiando poco a poco y… quizás demasiado lentamente. No hay que olvidar que nuestro país, además, tiene en su haber un buen número de llamadas al orden en forma de expedientes comunitarios y de multas por incumplimiento de normas medioambientales. Recientemente, el diario La Vanguardia recordaba que el Gobierno actual se encuentra asediado por expedientes en materia de planificación de ríos, saneamiento de aguas residuales y polución en las ciudades, entre otros.
Además de las presiones por parte de la industria, una de las razones que subyace a la poca disposición por parte de los Gobiernos españoles a la hora de proteger el medio debe buscarse en los propios españoles. Según ponía de manifiesto un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) realizado hace dos años: “…la conciencia medioambiental de los españoles se caracteriza por su debilidad. De hecho, si consideramos al ciudadano ecológico como aquél en quien concurren no solo el cumplimiento de las obligaciones legales ambientales, sino también un cierto número de virtudes morales y disposiciones prácticas hacia el entorno, puede afirmarse que el ciudadano ecológico español —todavía— no existe”.
Y para llegar al ‘español ecológico’ el mejor camino posible es la educación y a una edad cuanto más temprana, mejor. Según Alfonso del Val, “la importancia de iniciar el cambio de modelo de consumo por la educación deriva de que no existe una masa crítica de adultos con conocimientos suficientes para modificar ese modelo. Lo ambiental es complejo, al igual que lo es conocer el modo de producción de la biosfera, y, sin embargo, son temas que pueden integrarse sin mayores problemas en los planes de estudios”.
De hecho, el propio Del Val participó en un proyecto en este sentido hace ya 30 años en el barrio de Ansoain, en Pamplona. El proyecto consistió en sustituir una parte del currículo educativo por una serie de enseñanzas prácticas y teóricas que permitían a los niños conocer el modo de producción de la biosfera de una forma integral: reciclando residuos, fabricando compost, cultivando un huerto, utilizando energía fotovoltáica…, y todo ello sin una distinción entre trabajo intelectual y manual, ni de una distinción del trabajo por sexos. Los resultados fueron evaluados y, según recuerda Alfonso del Val, con unos resultados magníficos. El proyecto, sin embargo, no tuvo continuidad al ser atacado desde instancias oficiales aduciendo que los cambios en el currículo de enseñanza eran ilegales.
Actualmente, y aunque sigue habiendo iniciativas esporádicas similares, para la gran mayoría de estudiantes, el medio, la ecología y la bioesfera son algunos apartados aislados en sus currículos escolares. El ciudadano ecológico español aún no ha nacido, aunque algunos se empeñen en decir que reciclan sus basuras cuando, como mucho, solo separan los envases en una bolsa aparte.
Nuevas basuras, viejos problemas
El desarrollo tecnológico y el imparable flujo de equipos electrónicos que terminan en manos del consumidor (móviles, ordenadores, navegadores, terminales de videojuegos…), con vidas útiles que, con frecuencia, no superan los 4 ó 5 años, genera como contrapartida un elevado volumen de residuos que, solo en el ámbito de la Unión Europea, se estima que podría alcanzar los 12,3 millones de toneladas para 2020 y que, según los informes que maneja la UE, solo un tercio de ellos se trata adecuadamente, terminando los dos tercios restantes en vertederos o centros de tratamiento que incumplen las normas dentro o fuera de la UE.
La frase “Los centros de tratamiento que incumplen las normas dentro y fuera de la UE” encubre una de las más flagrantes ignominias de nuestra sociedad que exporta, como equipos de segunda mano, la chatarra electrónica que termina en basureros de los países más pobres. Así, y según estimaciones de la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA), llegaron a países como Ghana, Nigeria y Egipto 35 toneladas diarias de televisores en color con un precio de 40 euros.
En el caso de España, y según datos de la AEMA referidos a 2006, se ponían entonces a disposición de los consumidores 11,7 kilos per cápita de productos electrónicos cada año de los que, finalmente, solo se recogían 3,9 kilos y solo se reciclaban o reutilizaban 2,5 kilos.
Ante la magnitud del problema, el pasado mes de enero, el Parlamento Europeo aprobaba una ambiciosa propuesta para renovar la directiva sobre tratamiento y reciclado de productos electrónicos que obliga a los países de la Unión a reciclar, a partir de 2016, el 45% del total de los equipos que se vendieron en los tres años anteriores, porcentaje que aumentará hasta el 65% en 2019, independientemente de las ventas de nuevos aparatos.
Anillos de basura
¿Qué sucede cuando un artista mete las narices en la basura? Pues que siempre descubre algo. El fotógrafo y director chino Wang Jiuliang lo hizo y, pacientemente, recorrió durante año y medio los alrededores de Pekin (Beijing, China) buscando los lugares donde los pekineses depositaban sus basuras. Encontró más de cuatrocientos. Cada vez que descubría un nuevo vertedero, colocaba un marcador amarillo en un mapa de Google Earth y, al cabo de un tiempo, descubrió que entre la cuarta y la quinta carretera que circunvala la capital china se formaba un nuevo anillo, en este caso de basura, que se bautizó como el Séptimo Anillo.
Las fotografías y vídeos de Wang Jiuliang se convirtieron en un documental, Pekin, asediado por la basura (Beijing besieged by trash), donde, según recogió The Guardian en una entrevista, el artista no quería mostrar únicamente montañas de basura, sino la relación de esta con el entorno y, así, en sus fotografías se recogen vacas o cabras ‘pastando’ en los basureros; invernaderos donde las verduras se riegan con agua contaminada de un vertedero cercano; carreras serpenteadas por bolsas de excrementos procedentes de aviones, barcos y trenes que son empleados como abono por los agricultores de los campos colindantes o los inevitables inmigrantes de las provincias vecinas que rebuscan entre la basura en pos de un pedazo de metal aprovechable…
El documental, concebido inicialmente, según Jiuliang, como una reflexión sobre los problemas que trae consigo el consumismo, se ha convertido en una disección de los devastadores efectos sobre el medio que provoca el modo de producción masiva que caracteriza a las sociedades actuales.
Fuente infografía: Alfonso del Val
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Luis Palacios es editor de Digimedios
Gráficos: LuisB
Foto: Wikimedia Commons