Revoluciones, hashtags y overpromise

Uno de los males de nuestro tiempo es la exageración. Especialmente, en el lenguaje y en la forma de comunicarnos, tendemos a ponderar en exceso tanto lo bueno como lo malo. La vehemencia con la que les contamos a nuestros amigos el último restaurante que hemos descubierto o la penúltima serie a la que nos hemos enganchado genera no pocas veces eso que algunos llaman ‘overpromise’. El peligro es pasarse de frenada y dejar de ser creíbles porque, luego, la cruda realidad es muy dura.

Súmese a esta tendencia a la exageración otra sociológica: la de pensar que todos y cada uno de nosotros somos superimportantes, que nosotros somos siempre lo último, que hemos dejado a las generaciones pasadas a cientos de millones de años luz en la escala del progreso y la evolución.
Añádase convenientemente a esta mezcla de exageración y egocentrismo una base de descontento popular, crisis económica y alteración social. El resultado no podía ser otro que el fenómeno del ‘hashtag’ con los que se están autodefiniendo algunos de los acontecimientos sociales que nos rodean estos días. Como en las peores campañas de publicidad, adolecen de un ‘overpromise’ del tamaño de la Catedral de Toledo.

Y es que produce sonrojo la comparativa a la que te llevan los autoproclamados hashtags: #spanishrevolution, #primaveravalenciana, #occupywallstreet…

Probablemente, sea producto de esa volatilidad, de ese pensamiento efímero del que alguna otra vez he hablado. Porque, de verdad, es muy pretencioso que unas manifestaciones de estudiantes (por muy justificadas que estén y que no valoro en el fondo) se intenten siquiera comparar con un momento histórico como la Primavera de Praga, un movimiento que transformó la forma de entender una de las grandes corrientes del pensamiento político del siglo XX.

Posiblemente, sea fruto de la inconsciencia que un conjunto de protestas, articulado en torno al desencanto con una clase política que deja bastante que desear, en términos generales, pueda querer compararse, aunque sea solo autonombrándose revolución, con los girondinos y jacobinos que en la cumbre del absolutismo se atrevieron a jugarse la vida en la Francia de finales del XVIII y que, en medio de tantos momentos brillantes como excesivos, nos alumbraron el mundo moderno tal y como lo conocemos hoy en los campos de la política, la ciencia, la religión, la sociedad…

Visto desde la perspectiva de la comunicación, creo que es un error de bulto. Porque, aunque el efecto inicial pueda ser más o menos potente, con el paso de los días, el mensaje se diluye como azucarillo. Y, cuando se mira con la perspectiva de apenas unas semanas o unos meses, los rimbombantes y pretenciosos nombres y etiquetas que se les dio a estos movimientos no resisten el envite.

Creativamente, por otro lado, dejan mucho que desear si no generan una denominación propia, una personalidad auténtica y ex novo, un mensaje que, como en su día la Primavera de Praga o la Revolución Francesa, las convirtió verdaderamente en mitos históricos, no solo por su entidad y su contenido, sino por su simbología e identidad.

Y lo terrible es que, en el fondo, este fenómeno de ausencia creativa, de impersonalidad, de vanidad, no es sino un reflejo más de la sociedad que se critica. Curiosa paradoja la del ‘overpromise revolucionario’.

Ricardo Sánchez Butragueño es director general de Butragueño & Böttlander

Foto: Thomas Heddon bajo licencia CC.

 

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