El día que el mar se abalanzó sobre la tierra y una ola gigante arreó a la central nuclear de Fukushima, la vida de Japón, y del mundo entero, volvió a cambiar. El terremoto dejó un agujero al descubierto. Un pozo de información y desinformación que ha podido causar, quizá, más daño aún que el propio desastre nuclear. Este es el mayor descubrimiento de algunas personas que, cada mes, van a Fukushima a medir la radiación. No tienen miedo. Lo que les asusta es el desconocimiento. Porque sus investigaciones, ante todo, eso es lo que muestran. Que la ignorancia y la desinformación solo lleva a tomar decisiones desafortunadas.
El 11 de marzo de 2011 tembló la tierra. Luego se levantó el mar. Después se produjeron unas explosiones en la planta nuclear Daiichi y la confianza de la población se vino abajo para siempre. El gobierno intentó tranquilizar a la población pero utilizó la técnica equivocada. Las mentiras no calman. Alarman.
La incertidumbre se apoderó del país. De su pescado, su fruta, el agua de sus grifos, el aire de su respiración… Desarmados de confianza, unos optaron por irse, otros por quedarse y la mayoría por buscar la información que nadie les dio. Eran ingenieros, programadores, científicos… De varios lugares del mundo, pero muchos vivían en Tokio. “No creíamos lo que decían los medios ni el gobierno japonés. Fuimos formando pequeños grupos de personas interesados en reunir datos sobre la radiación de Fukushima. Algunos de nosotros teníamos instrumentos de medición y empezamos a ir a la zona”, cuenta el ingeniero de sistemas Joe Moross.
En muy pocos días esos individuos se conocieron en la Red y, un mes después del accidente, estaban constituidos en una organización de voluntarios, sin ánimo de lucro, llamada Safecast. Su intención era “generar una base de datos de información útil y fácil de manejar sobre radiación destinada a fines científicos y educativos”, explica Moross en la sede de Tokyo HackerSpace, en la capital de Japón.
En un principio se centraron en los niveles de radioactividad de Japón, por la urgencia de conocer el peligro real de la contaminación producida en Fukushima. Pero pronto descubrieron que estos datos, y la calidad del aire en general, es un tema de importancia vital en todo el planeta, y, ahora, la organización va incorporando información de todas las zonas del mundo.
Safecast proclama desde el primer renglón de su presentación que se alejan de cualquier tinte político. No se manifiesta ni a favor ni en contra de la energía nuclear. No apoya a ningún gobierno ni a ninguna ONG. Lo que pretende es “recopilar información precisa sobre los niveles de radiación de un lugar para que las personas puedan tomar sus propias decisiones”, explica el ingeniero.
“Pensamos que la información debe ser precisa, fácil de comprender, bien visualizada y muy accesible. Nuestra labor es, básicamente, hacer un buen diseño de datos y una información bella, teniendo en cuenta la responsabilidad social que conlleva y partiendo de los principios de apertura y transparencia. Queremos empoderar a la población. Invitamos a todos los individuos a participar en este proyecto global de medición y ofrecemos toda la información en abierto para que la usen libremente”.
Este proyecto resulta muy útil en la actualidad, pero todo su potencial está depositado en el futuro. “Hoy sabemos muy poco sobre la repercusión real de las radiaciones. No conocemos en qué medida exacta provoca cáncer u otras enfermedades. Eso lo descubriremos después de muchos años de investigación y para ello necesitamos empezar a recoger datos ya y que todo el mundo pueda acceder libremente a ellos”, especifica este ingeniero, que dejó sus trabajos en automatización y percepción ambiental, para dedicarse a tiempo completo a Safecast.
Para que el proyecto avanzara buscaron ayuda en la web de financiación colectiva Kickstarter. Reunieron el dinero necesario para producir instrumentos de medición basados en la placa arduino y los repartieron entre miles de habitantes de Fukushima que se ofrecieron como voluntarios para medir los niveles de radioactividad.
En un año ya hay más de tres millones de puntos de lectura en todo el mundo. La información se reúne y se muestra en los mapas y documentos que Safecast ofrece de forma abierta, gratuita y en licencia CC0 (cede la obra al dominio público y permite a cualquier persona copiar, modificar, distribuir y producir la obra, incluso con intención comercial, sin necesidad de pedir permiso). Su objetivo, según dicen, es crear una base de datos que ayude a conocer más este tema. Hasta ahora ningún organismo recogía estos datos y los modelos de medición que se utilizaban fueron diseñados hace más de 20 años.
Los colaboradores de Safecast, desde distintas partes del mundo, han ido desarrollando en este tiempo varios aparatos de medición basados en la placa arduino. La mayoría de los que había hasta entonces solo contabilizaban los rayos gamma y, con esa información, es imposible determinar dónde se encuentra el foco de contaminación radioactiva. Los gamma viajan largas distancias y no dan pistas de su punto de origen. Los nuevos dispositivos, en cambio, detectan también los alfa y beta. Estos rayos llevan exactamente a la fuente.
La organización contó también con el apoyo de International Medcom (una compañía ucraniana especializada en medición de radiación ionizante y nuclear). Safecast diseñó el software de los dispositivos, en código abierto, y esta empresa, con sede en Sevastopol, se hizo cargo de la producción. La teleco Softbank y algunos particulares apoyaron también el proyecto con donaciones económicas.
“Estamos realizando mediciones, con GPS, en colegios y espacios públicos para hacer mapas. Los voluntarios que viven en distintas zonas de Fukushima recogen la información y nos la envían”, especifica el estadounidense afincado en Tokio. “Yahoo! muestra esa información en tiempo real en su web japonesa (radiation.yahoo.co.jp)”.
En este tiempo su mayor hallazgo ha sido comprobar que “no existe relación entre el miedo de la gente y el nivel de radiación real de un lugar o un alimento”, apunta Moros. “El miedo y la imaginación llenan los huecos del desconocimiento. Las personas deberían poder encontrar información apropiada sobre la radiación”.
Las investigaciones de Safecast han derribado muchas suposiciones. Por ejemplo, que la capital nipona es un lugar contaminado. “Japón es un país con muy baja radiación. Después del accidente, la radiactividad exterior (fuera de los edificios) en el área de Tokio se multiplicó por tres y, aun así, sigue siendo levemente inferior a la media mundial. Normalmente es de unos 0.2 uSv/h (microsieverts por hora) aunque varía de un lugar a otro. La radiación media del mundo es de 0.27 uSv/h, aunque la mayoría de las ciudades tienen niveles más bajos. Unas cuantas poblaciones con una radiación natural alta, como Colorado o Filadelfia, elevan la media”, dice el ingeniero. “Algunas personas decidieron irse a vivir a Hong-Kong porque pensaban que era más seguro. Lo que no sabían era que la radioactividad en la ciudad china duplica a la de Tokio. Es de 0.4 uSv/h. Y países como India o Irán superan 200 veces la media mundial”.
El ingeniero comenta que “muchas fuentes aseguran que la exposición media antes del accidente era de unos 2.4 mSv/y (milisieverts por año). Un milisievert está formado por mil microsieverts pero la conversión no es tan simple como multiplicar la cifra por las horas de un año porque la gente no pasa todo el tiempo en el exterior. En sus casas y en el resto de edificios la radiación a la que se exponen es distinta. Puede ser mayor o menor, en función de los materiales de construcción y otra serie de factores”.
Moross asegura que el accidente de Fukushima ha resultado menos contaminante que el de Chernóbil. Aun así todo el planeta lo ha notado y hay radioactividad que tardará cientos e incluso miles de años en desaparecer. Otra, en cambio, desaparece antes de lo imaginado. “Nos ha sorprendido la rapidez con la que han disminuido ciertos niveles de radioactividad durante el primer año. En algunas zonas se ha reducido un 50%”, comenta.
“La contaminación se va desplazando. La naturaleza la mueve. El viento, la lluvia… Después de un año la radiación se queda reposando en el suelo y se concentra en ciertas áreas. Los niveles pueden cambiar drásticamente en tan solo unos metros”. Las radiaciones se dejan caer sobre el asfalto y se pegan al cemento. Por eso, en Fukushima, se han reemplazado muchas carreteras por vías nuevas y esto ha supuesto una disminución importante en la contaminación de la zona.
En el cuerpo humano la radiación también se acumula después de comer alimentos contaminados. Pero, según el estadounidense, en 90 días se elimina. Las investigaciones llevadas a cabo desde el accidente revelan que las radiaciones tienen preferencias. Les gusta las hojas secas y oscuras. A menudo se acumulan en plantas como el té, verduras como las espinacas y en setas y champiñones. A los cereales como el arroz, en cambio, los deja en paz.
Entre los elementos químicos derivados de la contaminación radioactiva, Moross destaca el poder nocivo del cesio. Las radiaciones emitidas por estas partículas provocan daños celulares importantes. El estroncio, en su forma estable, puede ser beneficioso pero en su forma radiactiva resulta perjudicial. Se acumula en los huesos y los dientes, y puede provocar cáncer óseo. También incluye el polonio. “Es un metaloide muy radiactivo presente en el uranio. El tabaco tiene una alta concentración de este elemento y, por eso, algunos científicos piensan que éste puede ser el causante del cáncer de pulmón”.
El potasio entra en la lista de elementos radiactivos citados por el investigador. Pero en este caso la radiación no procede de una fuente contaminada. La origina la propia naturaleza. “Un plátano proporciona más radiación que viajar al área de Fukushima”, indica. “La mayor fuente de radiación de nuestra vida procede del potasio”. La banana es un alimento radiactivo por naturaleza y, de acuerdo con Wikipedia, se considera “material radiactivo legítimo” porque, al igual que la cerámica o la arena para gatos, tiene suficiente radiactividad para hacer saltar las alarmas de los sensores que utilizan los puertos y aduanas de EEUU destinadas a detectar material nuclear.
En una realidad paralela a la que ha construido el miedo está la intensidad de la radiación del área de Fukushima. Es, según Moross, 10.000 veces menor a la radioactividad con capacidad para matar a un ser humano. Fuera de los 20 kilómetros de exclusión no hay indicadores superiores a los que presenta la mayor parte del suelo de la Tierra. Sin embargo, la economía nacional y mundial ha borrado a la zona del mapa.
“El desastre económico actual es mucho más grave que el problema de la central nuclear. Eso está perjudicando mucho más a la población. Los médicos jóvenes se han ido. Nadie quiere comprar productos de la zona y no importa que toda la producción se teste antes de enviarla al mercado. No se vende”, indica el especialista ambiental. “Esto los ha llevado a crear una economía local. Es la única forma de sobrevivir porque ahora la única industria que funciona en este lugar es la descontaminación”.