El origen de los dichos: Salvarse por los pelos

Librarse de algo rozando el aro. En el último minuto, se entiende. Por la mínima. No hace falta mucha explicación de este dicho tan popular y que, sin embargo, pocos repertorios de modismos incluían.

Vale, el pelo es importante: adorna, protege del sol y del frío, dice mucho de tu higiene y de tu estilo. Y según lleves el peinado tu vida social puede derrumbarse en un segundo o encumbrarte a lo más alto, a la derecha o a la izquierda del dios Llongueras. Pero, ¿puede salvar literalmente tu vida?
Pues sí. Al menos en la época en la que para ser marinero no se exigía saber nadar. Bastaba con que no te marearas demasiado y te gustara viajar, supongo. Porque la capacidad de flotar y no hundirte no era un requisito necesario para trabajar a bordo.
Así que los marineros de entonces llevaban melenón (o greñas, en opinión de su madre) para que si tenían la desgracia de caer por la borda, pudieran ser rescatados enganchándoles por el cabello. Parece broma, pero no lo es. Eran, literalmente, salvados por los pelos.
La cosa se torció cuando el rey José Bonaparte (1768-1844), más conocido por Pepe Botella, dictó en 1809 una ley para regular la uniformidad y la higiene entre los marineros, por la que se les obligaba a raparse el pelo todos por igual y según el mismo estilo. Aquello provocó las protestas de la Armada, que consideraba a sus cabelleras como su mejor medida de seguridad en el trabajo.
De hecho, hay cartas que atestiguan las protestas que los marineros hicieron llegar al rey alegando que «les puede servir de engancho o agarradero en caso de peligrar su destino en la Mar…».
Fue tal la protesta que se acabó por promulgar la Real Orden de 26 de noviembre de 1809, por la que se relevó de esa obligación de cortarse el pelo a quien así lo desease.
Lo de enseñarles a nadar, ¿para qué?…
 
Fuentes:
El porqué de los dichos, José María Iribarren
Muyinteresante.es

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