Suiza es el país de la neutralidad y el queso. El lácteo tiene agujeros; la neutralidad también: orificios en forma de incógnitas y paradojas. El país helvético lleva 500 años siendo neutral, sin participar en conflagraciones. O, visto de otro modo, medio milenio sin acumular rencores ni enemistades bélicas. Aquí, un agujero del queso: pese su paz perpetua, Suiza dedica un gran despliegue de medios y de mentalidad a la seguridad.
Y sus habitantes figuran entre los más armados del planeta: las armas de fuego en manos de los ciudadanos suman más de dos millones y medio en una población que solo ronda los ocho millones. Sin embargo, la tasa de criminalidad es ínfima. ¿La explicación de ambas paradojas? La seguridad es un hecho cultural muy arraigado en el que la primera ley es el autocontrol; esa es la visión que desliza el fotógrafo Salvatore Vitale en su trabajo How to secure a country, con el que obtuvo el premio Photography Grant 2017.
Vitale se sumergió en el interior de la seguridad y el control de fronteras del país alpino y fotografió casi todas sus aristas. El tema le permitió explorar en sus inquietudes creativas más intensas: «Estoy muy interesado en la comprensión de los sistemas y su naturaleza, en las intersecciones entre las historias personales, la política, el desarrollo cultural y tecnológico», cuenta.
En 2014, la confederación celebró un referéndum para poner fuertes límites a la inmigración. Los ciudadanos rechazaron la medida, pero, a partir de ahí, Vitale comenzó a reflexionar sobre las estructuras ideadas con el objetivo de «proteger» los estados, y sobre los estados mentales que las sustentan. «Entre 2014 y 2018, emprendí una investigación visual para descubrir los principios subyacentes para que un país como este evolucione, exista y perdure».
La plasmación a través de imágenes era un método práctico para hacer tangibles «los fenómenos sociales, políticos y psicológicos que suelen ser invisibles y un tanto esquivos, pero que se materializan a través de procedimientos y protocolos», señala.
Vitale se guiaba por un arsenal de preguntas: «¿Cómo son capturados los individuos por el Estado y los actores privados dentro de los complejos de seguridad? ¿Cuáles son las consecuencias incalculables para nosotros de los rastros de nuestra imagen y de nuestros datos? ¿Quién tiene el poder de definir los riesgos buenos y malos y quién se beneficia de ello? ¿Cuánta libertad como ciudadanos estamos preparados para sacrificar en pos de nuestra protección?», enumera.
Su objetivo lo obligaba a sumergirse en un mundo habitualmente oculto. Debía «rastrear y visibilizar las complejidades que se encuentran detrás de las industrias de seguridad suizas». Es decir, mostrar los espacios y la tecnología que se emplean para erradicar algo imposible de erradicar: la posibilidad de la incertidumbre.
El mayor desafío: acceder con una cámara a los órganos inmunológicos de Suiza, siendo, además, extranjero, de Sicilia. «Primero necesitaba crear una confianza a mi alrededor. Comencé a colaborar con el Centro de Estudios de Seguridad en ETH Zúrich», recuerda. Allí pudo conocer mejor la diversidad de áreas que componen el sistema y planear sus próximos pasos.
Esperar es una virtud indispensable en fotografía. Ya sea en los documentalistas que se agazapan en la sabana para que la vida salvaje se manifieste, o en quien, como Vitale, pretenda retratar lo menos salvaje que pueda concebirse: el empeño humano por someter el azar.
La paciencia obtuvo recompensa, logró un acceso a la Guardia Fronteriza Suiza: «Fue un excelente punto de partida, ya que operan en varios campos, desde la migración hasta el contrabando; desde las casas de aduanas hasta las unidades caninas de drogas».
Pese a que no todas las instituciones le abrieron sus puertas, sí percibió una vocación de transparencia. Como explicitó el autor en una entrevista en ASX, la seguridad constituye una suerte de patrimonio cultural para los suizos.
Hubo, no obstante, algunas limitaciones. «Sabía que mi enfoque me llevaría a ceder cierto grado de libertad. Lo acepté. En algunos casos no usé algunas fotos; en otros, no pude entrar en ubicaciones específicas; pero, con esas excepciones, tuve la suerte de encontrar personas colaborativas. Lo importante era generar confianza», detalla.
El propio concepto de seguridad sirve para dotar de una envoltura sencilla, asimilable y comunicable (esto es: tranquilizadora) a una complejidad difícil de abarcar; lo más fácil es desconocer completamente en qué consiste realmente. Por eso, en el proceso, a Vitale le sorprendió «todo». Pero hubo descubrimientos que sobresalían: «Algo realmente inesperado fueron algunas conexiones entre agencias, instituciones, sectores públicos y privados», reconoce.
Por ejemplo: «Me encontré fotografiando robots en un campo de entrenamiento militar y, al mismo tiempo, sumergido en un búnker militar que albergaba un moderno -y de algún modo, futurista- centro de datos. Puede sonar ingenuo, pero todavía estoy muy fascinado por el ingenio de las relaciones de poder que se dan», explica.
Las fotos de Vitale muestran de cerca estos tejidos y, a pesar de lo aséptico de muchas de las imágenes, en segundo plano, empieza a intuirse que la «seguridad» es, en realidad, una suma de engranajes de responsabilidades individuales y humanas. La posibilidad de lo arbitrario, de pronto, se revela. Quizás, el mayor objetivo de un sistema de seguridad es parecer poco vivo.
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