Tendemos a sobrestimar el pasado, a subestimar el presente y a infravalorar el futuro. Por eso no hay películas de ciencia ficción en las que los avances tecnológicos mejoren el mundo sin alguna contraprestación moral, psicológica, económica o social.
Esto no tiene nada que ver con la realidad ni con un análisis racional de la situación, sino que viene dado por una inclinación psicológica posiblemente espoleada por la selección natural: solo prosperamos si consideramos que las cosas no están bien o no pintan nada bien en el futuro y, en consecuencia, nos ponemos manos a la obra para mejorar las perspectivas. De no ser así, nunca habríamos abandonado las cavernas.
Esta tendencia, naturalmente, también salpica nuestros juicios estéticos. Así, lo clásico tiene un marchamo inherente de mayor calidad que lo contemporáneo, lo vintage que lo hi-tech, la literatura escrita por personas muertas que la escrita por personas vivas.
Por esa razón, no tardaremos ni una fracción de segundo en adherirnos a cualquier crítica negativa a propósito del estilo literario de un tuitero mientras vindicamos la maestría que desplegaba con el lenguaje algún autor entronizado por la crítica, como Shakespeare.
Sin embargo, tampoco las cosas son tan sencillas en este campo estrictamente lingüístico, y los mantras de que cada vez exhibimos un vocabulario más escuálido son generalmente exageraciones que no superan el análisis estadístico.
Venga. Comparemos al bardo con un tuitero medio.
Más palabras que nunca
Desde que Jack Dorsey lo creó en marzo de 2006, y lo lanzó en julio del mismo año, en Twitter ya se han escrito más palabras que en todos los libros impresos hasta la actualidad. Esa marca, de hecho, se superó en solo dos años. Ya se mandan 500 millones de tuits al día. Eso quiere decir 6.000 tuits por segundo. Cada día se produce suficiente contenido en Twitter para llenar un libro de 10 millones de páginas.
El problema de Twitter es que nació desde la brevedad: los mensajes tenían que ocupar menos de 140 caracteres (salvo hilos) y se escribían casi siempre a vuelapluma. Es decir, que tanta palabra no significa necesariamente riqueza de lenguaje.
De hecho, una ojeada al vocabulario que se usa en Twitter nos hará creer en pocos minutos que el vocabulario online se ha degradado extraordinariamente, y que Shakespeare se revolvería en su tumba de conocer la existencia de Twitter. Sin embargo, hemos dicho que en Twitter hay más frases que en toda la literatura universal… ¿desde cuándo puedes hacerte una imagen fidedigna de la literatura universal en solo unos minutos?
Para analizar de forma más fiable cómo se expresa la gente en Twitter echemos mano del big data. Si comparamos el vocabulario en inglés de Twitter con el Oxford English Corpus (una recopilación de casi 2.500 millones de palabras de fuentes modernas que van desde textos periodísticos a novelas) descubriremos que apenas hay diferencia. De hecho, de promedio, las palabras de Twitter son más largas que en el resto de medios: 4,3 caracteres en lugar de 3,4.
Max Liberman, profesor de Lingüística en la Universidad de Pennsylvania, calculó la longitud media de las palabras de Hamlet (3,99 caracteres) y la de Twitter (4,80). Abunda en ello Christopher Rudder en su libro Dataclismo:
A quien tuitea no le queda más remedio que ser conciso y, si nos paramos a pensarlo, la limitación de caracteres en realidad explica el porqué de esa longitud de palabras ligeramente mayor. Cuando se dispone de un espacio restringido para trabajar, usar palabras más largas implica dejar menos espacio entre ellas, es decir, desperdiciar menos caracteres.
Mayor vocabulario
Tampoco parece que la riqueza lingüística en Twitter sea reducida, como se cree popularmente, y puede estar mejorando la escritura de muchos usuarios. La densidad léxica en Twitter es similar a la que encontramos en una revista.
De hecho, en algunos casos los tuits muestran una riqueza de vocabulario extraordinaria. Basta con que un tanto por ciento muy reducido de usuarios escriban de ese modo para que ello sea el equivalente a miles y miles de libros de enorme riqueza de vocabulario.
En la versión inglesa de Orgullo y prejuicio, de Jean Austen, encontramos más de 6.000 palabras diferentes. Esto no supone un problema para casi ningún lector que haya sido escolarizado, porque no usar determinadas palabras cotidianamente no significa que no se conozcan sus acepciones. Esto es lo que se llama vocabulario pasivo, y cualquier persona normal puede poseer uno de 30.000 o 50.000 palabras.
Sin embargo, las palabras de muchas novelas no son las mismas que se usan en Twitter, y aquí sí que se puede lanzar una crítica legítima. Porque Twitter, en general, contiene menos cantidad de palabras raras, entendiendo «raras» como un híbrido entre palabra antigua y palabra inusual. En Twitter se generan continuamente nuevas palabras y expresiones a una velocidad que ningún diccionario puede recoger aún, de modo que no estamos hablando estrictamente de riqueza de vocabulario, sino de usar menos términos de museo.
También las estructuras de las oraciones son más sencillas en Twitter que en las obras de Shakespeare. Esta simplificación en la construcción del lenguaje es particularmente nociva cuando queremos concebir pensamientos sugerentes, evocadores, poéticos y complejos en determinados sentidos. Pero también una construcción abstrusa, en muchas ocasiones, no es producto de un pensamiento más complejo, sino una forma de adornar un pensamiento simple menoscabando la claridad expositiva.
Menos en la ficción, de hecho, este juego pirotécnico es peligroso porque trata engatusarnos con una retórica demasiado persuasiva y hacernos creer que lo que en realidad no tiene sustento. En esto debemos invocar a George Orwell, que decía que la principal ventaja de hablar y escribir con claridad es que «cuando hagas una observación estúpida, su estupidez resultará obvia incluso para ti». O Montaigne, cuando decía que una prosa incomprensible suele ser fruto de la pereza antes que de la inteligencia.
Por consiguiente, si bien hay individuos que disfrutan de lo críptico, se solazan en la búsqueda del sentido, en la poética de lo inexpugnable, todo ello no deja en mal lugar a Twitter ni tampoco a las generaciones venideras. Porque las palabras concebidas con ceros y unos también son diversas, dinámicas y más extensas. Aunque no estén cubiertas del polvo valetudinario de los siglos.
Siendo totalmente respetuoso con el autor, este artículo en realidad no ofrece nada. Por suerte, para analizar calidades literarias tenemos a académicos que se han pasado una vida entera analizando el tema desde una perspectiva que va más allá de la pura estadística de comparar a los millones de usuarios de Twitter con un solo escritor de una época concreta. No habla de cuestiones tales como la relación entre esas palabras tan bien medidas en su extensión, ni de las formas y filigranas que se pueden hacer con ellas, por no hablar de cómo expresan ideas universales, asimilables para humanos no sólo de distintas regiones geográficas, sino de distintas regiones temporales. Sigo a este articulista y suelo compartir sus criterios, pero en este caso, creo que este artículo no vale para nada.
Totalmente de acuerdo. El dataísmo olvida demasiadas cosas. Muy importantes. Que la lógica informática se esté apoderando del mundo no significa que tenga razón.
El contenido del artículo no responde al título. El lector se espera una comparación de la calidad de lenguaje de Shakespeare con la calidad de lenguaje de un twittero, o, al menos, de la calidad de lenguaje de Shakespeare con la calidad de lenguaje de otros expertos en escritura de su época. Un libro que recoja millones de intervenciones hechas en Twitter valdrá la nada misma comparado con un libro de Shakespeare o de cualquier autor de calidad, sea clásico o actual. Algo claro, sin pretender devaluar nuestra época, es que la calidad de lenguaje de Shakespeare sin duda alguna era mucho mejor que la de los hablantes comunes de su tiempo, así como la calidad de lenguaje de un buen escritor de nuestro tiempo es mucho mejor que la de un twittero promedio. Eso lo sabemos sin necesidad de que lo avalen estudios de universidades prestigiosas ni de recurrir estadísticas ociosas. En últimas, el título pretende insinuar que la calidad del lenguaje de un escritor clásico se homologa con la muy baja calidad de escritura de un hablante promedio de nuestro tiempo. Por eso el artículo solo puede ser calificado de malo, ya que tal aseveración no se puede sostener, y porque el título es una estafa.
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[…] http://www.yorokobu.es/shakespeare-tuitero/ […]