Silicon Valley ha pasado de ser una meca intelectual para los amantes de la tecnología a perfilarse como un destino turístico en crecimiento. Cada vez más personas viajan a San Francisco para caminar por las mismas aceras que Steve Jobs o Mark Zuckerberg. Tras mucho trabajo de marketing, muchos consideran aquel valle como el lugar más creativo del planeta y acuden a él buscando inspiración. Conscientes de ello, un buen número de agencias de viajes ofertan tours de varias horas para acercar al público a las sedes de los gigantes tecnológicos.
La adoración a Silicon Valley y la tendencia a mitificar las anécdotas que rodean la gestación de las grandes corporaciones lo sitúan en el camino de convertirse en una especie de retiro espiritual. De hecho, igual que no sólo las personas con intereses religiosos o artísticos visitan las catedrales de Roma, a Silicon Valley comienzan a acercarse públicos ajenos al mundo de la tecnología: «En realidad, no es sólo para trabajadores tecnológicos, sino que interesa a todo tipo de personas del mundo de los negocios», asegura Caesar Cypriano, guía de la empresa Tours by Locals.
Cypriano cuenta a Yorokobu que comenzó a organizar estos itinerarios en 2013. Desde entonces, el número de turistas pertenecientes a la industria de la alta tecnología se ha ido igualando a los que proceden de otros campos. El interés va más allá de lo técnico, y el público habitual oscila entre los 18 años y cerca de los 50.
Sin embargo, respirar el mismo aire que los gurús de la innovación no sale barato: Tourist by Locals ofrece recorridos de nueve horas para seis personas por más de 500 euros. Algo más caros son, por ejemplo, los itinerarios de Golden Horizon, que además ofrece recorridos privados con furgoneta para grupos cerrados: ocho horas que se pagan a más de mil euros.
Los precios se olvidan si de lo que se trata es de pararse a la sombra de los mismos árboles y tomar café en los mismos locales que las personas que dedican las horas del día a intentar parir ideas millonarias. Cypriano cuenta que los lugares más deseados son los edificios de Google, Apple, Facebook y Stanford.
El turismo en Silicon Valley se alimenta a sí mismo. Algunos de los emplazamientos más disfrutados resultan perfectos para fotografiarse en ellos y poder compartir la imagen a través de las redes sociales, por ejemplo, el parque de las estatuas, frente al edificio de Google. Android bautiza cada nueva versión de su software con el nombre de un dulce y en aquel jardín campan el panal de abeja, la piruleta, el pan de jengibre o el sándwich de helado.
El cartel con el símbolo de Me gusta de Facebook también supone una parada fotográfica obligatoria. La imagen con un dedo gigante a la espalda cosechará, aunque sea por inducción, un buen capazo de me gusta. Consciente de la potencia del fenómeno, Michael Liedtke publicó en el portal Skift un artículo que venía a ser una suerte de guía de viaje para empollones en la que relataba la historia del lugar.
El mito del valle del Silicio, bautizado así por la aglomeración de empresas ubicadas allí dedicadas a la tecnología y las computadoras, empezó cuando la Universidad de Stanford dedicó unos terrenos de su propiedad para que los graduados se afincaran allí y trabajasen en innovación. Gracias a eso, dos estudiantes, David Packard y William Hewlett, acabaron fundando la empresa Hewlett-Packard.
No obstante, entonces corrían los finales de los años 30 y ellos sólo eran dos licenciados trabajando en un garaje del 367 de la avenida Addison. Nadie sospechaba que en aquella zona acabarían creándose aparatos que cambiarían el rostro de la sociedad occidental. Unas cuantas décadas después, en 1976, nació Apple Computer. En el 2066 de la calle Crist Drive, Steve Jobs y Stephen Wozniak trabajaron en la creación del primer ordenador personal.
También en un garaje de la avenida Santa Margarita nació Google en 1998. Y en 2004, Mark Zuckerberg convenció a unos amigos para zambullirse en Silicon Valley, en la calle Jennifer Way, durante el verano y desarrollar esa máquina de socialización e histeria llamada Facebook.
Sin embargo, en realidad, los tours no incluyen el acceso a los edificios donde actualmente se localizan las empresas. Así lo advierte la empresa San Jose Silicon Valley Tours en su web: «No podemos pasar dentro de las corporaciones… Pero podemos llevarte a lugares que están abiertos al público, como la tienda de empleados de Apple, el Museo de Historia de la Computadora o a una cafetería corporativa».
En resumen, son itinerarios por fachadas de diseño, museos y alguna tienda de suvenires carísimos. Como en un viaje a Tierra Santa, todo lo que hay no está visible y, aun así, muchos esperan que el lugar transmita alguna enseñanza o les contagie la virtud y la creatividad. En este rollo telúrico tecnológico cobra relevancia el papel de los bares del valle: «Podrá obtener una excelente degustación de la vida de alta tecnología cuando cenemos en una cafetería corporativa o en un lugar de encuentro de los capitalistas de riesgo», prometen en la web.
Esta vuelta de tuerca de los destinos de interés nace de un cambio en los sistemas de creencias, gustos y aspiraciones del mundo occidental. A las preferencias clásicas de acudir a ciudades marcadas por hitos históricos o políticos o embellecidas por el arte y la arquitectura durante siglos, ahora se suma un interés por los negocios y la innovación. Del deseo de ver las huellas de la historia en mayúsculas, pasamos a la devoción por perseguir el rastro del éxito de pequeños individuos.
La mayoría de visitantes proceden de EEUU y Asia, aunque también se dejan caer algunos europeos. El guía de Tours by Locals augura buen futuro al turismo tecnológico: «Si está bien promocionado, con los medios de comunicación adecuados, sin duda crecerá. Es una tendencia nueva, una manera muy única de hacer turismo».
Sin embargo, al anarquista experto en encriptación Moxie Marlinspike el lugar no le resulta tan atractivo. En una entrevista con Wired dijo: «Pensaba que Silicon Valley sería como una novela de William Gibson y, en cambio, es un conjunto de parques y autopistas llenas de oficinas».