Hará cosa de tres semanas, la guerra de patentes entre Apple y Samsung/Android/Google vivía su enésimo episodio, esta vez en territorio estadounidense. Si en la batalla de Seul el resultado fue favorable a Samsung, el conflicto en la corte federal de San José, California, determinó que el gigante surcoreano debía pagar 1.000 millones de dólares al estadounidense Apple. Aún cabe recurso.
Por el camino, un tribunal alemán y otro holandés dieron la razón a Apple, uno japonés falló a favor de Samsung… En total más de 50 juicios en diez países son escenario de esta Guerra Mundial de las Patentes y no parece que en un futuro vaya a celebrarse una conferencia de Postdam o un tratado de Versalles que finalice con los litigios.
Desde su vuelta a primera línea, Apple ha tenido conflictos con Nokia, Motorola, HTC, Proview Technology, Mirror Worlds LLC…, generando montañas de dinero en costas y, según varios analistas, frenando la innovación con juicios que cuando se pronuncien de manera definitiva sobre los modelos lo más probable es que hayan sido sustituidos por una versión posterior.
“Hay una necesidad real de eliminar todos estos inútiles gastos en pleitos”, explica Ian McClure, alto cargo de Intellectual Property Exchange International Inc., flamante empresa situada en Chicago , “y transformar esas pérdidas a fondo perdido en recursos que aceleren la innovación”. Esa es precisamente la idea que subyace detrás de IPXI, que podría ser definida como un mercado de bolsa para los derechos de uso de patentes.
En un caso hipotético, un fabricante quiere producir 100.000 unidades de un determinado tipo de tableta y le interesa un modelo de pantalla específico que está dentro de la lista de tecnología patentada de IPXI. Ese hipotético fabricante deberá adquirir entonces 100.000 contratos de Unit Licence Right™ (ULR™) de esa pantalla y, si tras producirlas, quiere hacer más, deberá volver a la bolsa de IPXI a por más ULRs. De momento IPXI tiene 34 miembros, incluyendo Sony Corporation of America, Ford Global Technologies, JP Morgan Chase, Palo Alto Research Center, 7 universidades y 3 laboratorios.
El cómo IPXI otorga valor a estas ULR es un proceso complejo con el que pretende crear precios que reflejen de manera justa la demanda del mercado tecnológico. En el artículo The value of a IP as a commodity, el propio McClure explica que el equipo de IPXI realiza un “estricto análisis legal y del mercado” de cada ULRs para después sugerir un precio inicial para los potenciales compradores de tecnología. Como en una IPO (oferta pública de venta de activos financieros), una campaña de promoción sirve para crear un precio de mercado inicial que “refleja algo similar a un royaltie razonable a pagar por esa tecnología”. Las ULRs pueden ser “consumidas” por el comprador o revendidas en un mercado secundario que también gestiona la empresa.
Una opinión diferente tiene Gene Quinn, presidente y fundador del website de información sobre patentes IPWatchdog. “Las guerras de patentes son muy saludables para el mercado y la innovación”, asegura Quinn, “si las compañías pudieran simplemente copiar lo que hacen las otras no tendrían que innovar”. Para este abogado de patentes del bufete Zies, Widerman & Malek el bloqueo de patentes fuerza a las compañías a innovar mediante métodos creativos y, con el tiempo, “se darán cuenta que pueden hacer más dinero cooperando y creando un oligopolio”. “Aquellos que claman que las guerras de patentes son malas para la innovación simplemente no han estudiado las batallas de patentes del pasado, que vienen desde la guerra de patentes en las máquinas de coser”, sentencia.
Un modelo lejos de las patentes
IPXI podría englobarse dentro de lo que se llama la Open Innovation. “Este concepto, nacido del mundo de las patentes, fue ideado por un profesor de la Universidad de Berkley llamado Henry Chesbrough”, comenta Josep LLuis Sánchez Brugarola, experto en innovación vinculado a empresas como Infonomia, “que se dio cuenta que en un proceso de Investigación+Desarrollo las empresas acaban generando miles de patentes y que, de estas, solo un 10% les sirve ahora y para su negocio actual”, impidiendo el 90% restante que otra empresa use ese conocimiento. Chesbrough observó que había otras compañías capaces de licenciar su conocimiento y explotarlo en forma de patentes, “sacando mucho dinero de ahí”.
Sánchez cree que en el presente y en el futuro se va a un nuevo modelo de economía basada en las ideas donde la patente no es tan importante. “Cuando la velocidad es clave y sabes que tu idea la puede estar teniendo otro en otra parte del mundo en este mismo momento”, explica, “no te planteas patentar sino salir al mercado lo antes posible”.
“Hay una revolución sutil en la forma en la que se gestiona el conocimiento”, reflexiona Sánchez, que pone como ejemplos otros modelos de poner precio a lo que uno sabe. Modelos como Innocentive, una web donde a un lado una empresa plantea un reto determinado y cuanto estaría dispuesto a pagar por ello, y al otro una serie de científicos dispuestos a resolverlo; o YouNoodle, una base de datos de start-ups para que las compañías que busquen un determinado tipo de conocimiento puedan ponerse en contacto directamente con estas pequeñas compañías. “Saben que hay mucha gente joven generando conocimiento en el mundo”, explica Sánchez, “para la que el tema de patentes es mucho menos preocupante”.
Con todo este panorama resulta irónico observar al gurú de la manzana mordida diciendo en 1996 “we have always been shameles about stealing great ideas”. Y luego observar una comparativa entre los dispositivos de la alemana Braun y los nuevos de Apple. Parece que fastidia más cuando te lo hacen que cuando eres tu el perpetrador.