Si echamos un vistazo al volumen que ocupa el ser humano, advertiremos que casi no somos nada como especie: apenas unos millones de toneladas de masa.
Si Madrid tuviera el tamaño de España (conservando su densidad demográfica actual), por ejemplo, toda la humanidad podría vivir en esta megaciudad. Lo cual nos dice dos cosas. La primera, que la Tierra es mucho más grande de lo que sospechamos, y que no hay superpoblación por falta de espacio, sino por escasez de recursos.
Siguiendo con esta línea: ¿Cuántos cementerios necesitaremos para morir todos? ¿En qué isla podríamos vivir? ¿Cuántas veces nos han dicho que había superpoblación y luego ha resultado que no era así?
Ocupamos muy poco
Somos muy pocos seres humanos. Esta idea pudiera parecer contraintuitiva. Sobre todo si atendemos a las alarmas por superpoblación, o nos encontramos en hora punta en unos grandes almacenes. Pero si tenemos en cuenta que nuestro cerebro no está preparado para asimilar poblaciones superiores a 150 individuos (número de Dunbar), entonces todo adquiere un nuevo sentido. Porque si ponemos las cifras en perspectiva, somos pocos, muy pocos. Toda la masa humana apenas alcanza los 400 millones de toneladas. Es una cifra irrisoria si la comparamos con, por ejemplo, la masa de todos los insectos del planeta.
Para advertir lo que eso supone imaginemos que una ciudad como Madrid hasta adquirir el tamaño de España. Ahora toda España es una gran ciudad con la densidad demográfica de Madrid. Pues bien, en ella cabrían holgadamente los siete mil millones de personas que hay en la Tierra. Y sobraría mucho espacio. El problema de los seres humanos es que no viven en un solo punto, sino esparcidos desigualmente por toda la superficie, hasta el punto de que hay continentes prácticamente vacíos. Como planetas extraterrestres.
Somos tan pocos individuos que, si nos apiñáramos en menos espacio, casi como en una melé de Rugby, todos nosotros cabríamos en una pequeña sección del cañón del Colorado. O, como explica Randall Munroe en su libro ¿Qué pasaría si…?, todos cabríamos en Rhode Island. Incluso si toda la humanidad, apiñada en Rhode Island, decidiera dar un salto simultáneamente:
De media, los humanos podemos saltar en vertical quizá medio metro en un buen día. Incluso si la Tierra fuese rígida y respondiese al instante, solo se desplazaría hacia abajo una distancia menor que la anchura de un átomo.
Otra analogía es la propuesta por Cristina García-Tornel en su libro Compendio general e innecesario de cosas que nunca pensó que le fueran a importar, empleando Tenerife como ejemplo:
Si tenemos en cuenta que la población mundial es de 7000 millones de personas y que cada uno de nosotros ocupa un área de 0,15 metros cuadrados, significa que, si nos juntamos, unos con otros, bien pegados, rellenaríamos un área de 1050 kilómetros cuadrados. Es decir, la humanidad entera ocuparía un poco más de la mitad de la isla de Tenerife.
Irónicamente, los muertos sí que ocupan un gran espacio. No me refiero a los muertos que se incineran, ni tampoco a los zombis, sino a los que se entierran. En un país como Gran Bretaña, por ejemplo, las tumbas están dispuestas en hileras en espacios de 8 metros cuadrados. Una habitación de tamaño medio. Anualmente, en Gran Bretaña fallecen 800.000 personas. Tal y como explica Graham Tattersall en su libro Cómo los números pueden cambiar tu vida, solo que el 30 % de ellos se entierren, supone que anualmente se usan casi 2 millones de metros cuadrados en tumbas (240.000 muertos por 8 metros cuadrados. Es decir, 560 campos de fútbol al año.
El Apocalipsis que nunca llega
Desde hace doscientos años se nos está alertando acerca del exceso de población y de la escasez de recursos, desde que el economista Thomas Malthus publicara sus primeros escritos a propósito de este tema.
Desde entonces, las voces agoreras han ido en aumento, pero siempre se han equivocado en todas sus estimaciones. Por ejemplo, el biólogo Paul Ehrlich, en 1970, publicaba en La explosión demográfica que para el año 1980 unas cuatro mil millones de personas morirían de hambre.Lo que ha ocurrido, sin embargo, es que cada vez hay menos personas en el mundo que mueren de hambre. En 1980, el economista Julian Simon sugerían que en 1990 cinco metales estratégicos subirían estrepitosamente de precio debido a su escasez. Tampoco ha ocurrido, más bien el contrario.
Como señala el psicólogo cognitivo Steven Pinker en su libro La tabla rasa, la razón de que los pronósticos maltusianos se equivoquen tan a menudo reside en que subestiman los efectos del cambio tecnológico. Por ejemplo, los pronósticos de la agricultura del siglo XX se hacían linealmente, pero la tecnología permitió que la agricultura crecieran exponencialmente: usando el mismo terreno, se obtenían más alimentos.
Además, a medida que hay más seres humanos, también hay más incentivos para crear soluciones que combatan la escasez, que a su vez surgen de más cabezas: porque hay más humanos. Es decir, al haber más humanos, hay más incentivos para que surjan más ideas a fin de cubrir su supervivencia, y también hay más ideas porque hay más cerebros pensando en ellas. Hay más ingenieros, expertos en genética, más tecnofilántropos. Como señala el economista Paul Romer en el libro de Pinker:
Todas las generaciones han percibido los límites al crecimiento que resultarían de unos recursos finitos y unos efectos secundarios no deseables si no descubrían nuevas fórmulas o ideas. Y todas las generaciones han subestimado el potencial para encontrar nuevas fórmulas e ideas. Ha sido constante la incapacidad de comprender cuántas ideas quedan por descubrir.
Por ejemplo, hace apenas unas décadas parecía que habíamos logrado obtener el máximo de comida de la agricultura mundial. Parecía que muchas bocas se quedarían sustento. Pero Fritz Haber y Carl Bosch idearon un sistema para fabricar grandes cantidades de fertilizante de nitrógeno inorgánico, multiplicando por diez la eficiencia de la agricultura.
El aluminio también era tremendamente caro hasta que en 1886 se descubrió una forma barata de extraerlo: la electrólisis. Ahora el aluminio es barato y accesible para todo el mundo.
Más personas, más cabezas, nuevos espacios
Actualmente somos siete mil millones de personas. Si las tendencias no se invierten, para 2050 seremos casi diez mil millones. Así que tampoco parece que tengamos otra opción que confiar en las nuevas mentes para resolver nuevos problemas de escasez, tal y como explica Peter H. Diamandis en su libro Abundancia. Con un añadido: que quizá se produce una regulación espontánea. En los países pobres o en vías de desarrollo se tienen muchos hijos porque hay una gran probabilidad de que no todos sobrevivan. En los países más prósperos, sin embargo, la natalidad arroja números negativos.
Quizá el poder de nuevas ideas debido a la presión demográfica mezclado con la autorregulación de la natalidad reconfiguren el mundo de formas que aún no podemos prever. Lo iremos descubriendo sobre la marcha.
En realidad somos muy pocos seres humanos (o tal vez la cuestión no tiene sentido: ¿pocos o muchos respecto a qué?). Tenemos la sensación de que somos demasiados porque, desde los medios de comunicación, nos alertan ante la escasez de recursos para todos. Pero ¿y si se proporcionara un salto cuántico en la eficiencia del consumo? ¿Y si la tecnología ofreciera más energía, comida y cosas en general para saciar a trillones de seres humanos? Entonces seríamos pocos, muy pocos. Y tal vez aún somos un planeta atrasado que no ha llamado la atención de civilizaciones galácticas precisamente por esa razón: porque somos un puñado raquítico de provincianos ocupando una fracción mínima de un planeta minúsculo.
Cuando superemos esa barrera tecnológica y también psicológica, tal vez, y solo tal vez, estemos preparados para colonizar nuevos espacios de hechuras incomensurables. Más allá incluso de la nube de Oort.
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Imágenes: Shutterstock/Pixabay