¿Podemos solucionar problemas de la vida real haciendo teatro?

16 de julio de 2015
16 de julio de 2015
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Hay un momento, cada mes, en que a Manuel le cae el mundo encima. Es el día en que consume los datos de su tarifa y se desconecta de sus amigos. Esa es su tragedia vital. Pero un día apareció por su instituto un responsable comercial de Google y les propuso una tarifa irresistible. El chaval llegó a casa y pidió a su familia que cambiaran el contrato. Y así fue. Pero la felicidad duró tan solo unos días. Al poco tiempo las condiciones de la oferta empezaron a aflorar.
Esta historia ocurrió sobre un escenario y llevaba por título ‘Mercaderes de datos’. La pensaron, escribieron y representaron la veintena de asistentes al Taller de teatro foro sobre cultura digital de Medialab Prado, en Madrid.
La intención no era artística. Era una forma de buscar una solución a un asunto de su vida real. El grupo de investigadores y docentes escogieron un tema al principio del taller: el derecho de propiedad de la información en internet. Después, durante dos meses, buscaron documentación y elaboraron un guion para plantear esa cuestión en una obra de unos 25 minutos. Entonces se llevó al escenario sin grandes trajes ni escenografías.
Aquí la dramatización no tiene nada que ver con el entretenimiento. Es una forma de presentar el dilema de una forma más corporal en lugar de plasmarla únicamente mediante palabras habladas o escritas.
El público intervino después. Era parte de la obra. Los asistentes preguntaban, subieron al escenario y plantearon nuevas situaciones. Pero la trama siempre tenía que seguir dentro de unos cauces realistas. La historia comenzó en una ficción para poner en situación a los asistentes pero la finalidad de este tipo de teatro era hallar soluciones a problemas reales. Que del escenario saltara a la calle y las instituciones.
«La aportación del público proporciona nuevas ideas y posibles soluciones al problema que se plantea», explica la coordinadora del taller, Inés Bebea. «Los participantes saben que no pueden dar soluciones mágicas. Muchas veces, incluso, pueden organizarse en grupos, trabajar juntos unos minutos y luego hacer propuestas conjuntas».
El taller se inspira en el Teatro del oprimido y el Teatro de la escucha, según Bebea. La primera metodología nació cuando, en los años 60, el dramaturgo Augusto Boal planteó en su libro Juegos para actores y no actores que los individuos podían utilizar el teatro como una forma de descubrir y reflexionar sobre las relaciones de poder y la opresión que se producen en su sociedad. En la representación se ponían todos los elementos de análisis sobre la mesa y de ahí podían hablar sobre cómo enfrentarse a esa situación en su vida real. La segunda, el Teatro de la escucha, surgió en España e «incorpora técnicas de análisis actualizadas a las sociedades más complejas en que vivimos hoy».
Este tipo de pedagogía teatral es «una forma de volver a la corporalidad de los conceptos teóricos», especifica Bebea en un café de Madrid.
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Unos meses antes organizaron en Medialab otro taller en el que se propusieron reflexionar sobre la tecnología de un modo más emocional y sensorial. «Muchas personas sienten una barrera hacia los medios digitales porque no tienen mucha capacidad de abstracción. Pero esto puede resolverse si bajamos los conceptos a la tierra», indica la ingeniera de telecomunicaciones y actriz de teatro social. «Una de las sesiones consistió en abrir un ordenador para ver y tocar todos sus componentes».
El Taller de educación digital crítica incluía ejercicios de expresión corporal, juegos colaborativos, lecturas en común y pedagogía teatral. «Estuvimos reflexionando sobre la soberanía, la libertad y el almacenamiento de los datos. Al principio trabajamos desde el cuerpo y evitábamos las palabras».
En esta investigación desde la expresión corporal enmarcaron las tecnologías en su contexto histórico, social y antropológico. Internet y los aparatos digitales, a veces, se imaginan como un mero asunto de cables y componentes. En absoluto es así. «El primer tema que vimos fue las infraestructuras de telecomunicaciones. El nombre que le damos crea un imaginario colectivo que puede llevarnos a conceptos equivocados», comenta Bebea.
«Hablamos de ‘la nube’ como el lugar donde almacenamos la información. Preguntamos qué evoca una nube y todos hablaron del cielo, de volar, de invisibilidad… Pero ¿qué pasaría si lo llamáramos la cueva? Quizá pensaríamos que es un lugar oscuro, inhóspito. La palabra ‘nube’ alimenta la ingenuidad del usuario y le hace olvidar que ahí se acumulan todos sus datos. Muchas de estas metáforas provocan imágenes erróneas. Para hablar de estas cosas no hace falta tener conocimientos técnicos. Esta es la intención de utilizar la pedagogía teatral».
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