Mientras las ciudades siguen vibrando sin detenerse, hay una parte de los territorios, a este y al otro lado de la frontera, que ve sus tierras pisadas por personas con mucha menos frecuencia que la de las urbes. Un grupo de arquitectos pensó que esos lugares ‘abandonados’ podían ser mejorados a través de la investigación y la acción en el terreno.
The Campboards, que así se llama ese proyecto de investigación recuperación de entornos rurales, nació en un entorno rural. Todo comenzó cuando los arquitectos del estudio Aixopluc fueron a pasar un fin de semana a una casa en Porrera (Tarragona), donde habían vivido de 2009 a 2012. «Llevamos a tres músicos amigos. Allí debían ensayar y grabar los primeros trazos de una canción en la que uno de ellos estaba trabajando. Antes de irse, hicieron un pequeño concierto en la bodega de casa. Para adecuar acústicamente la casa utilizamos cartón», explica David Tapias, uno de los protagonistas de la experiencia.
Los cartones aportaron el nombre mediante el juego de palabras que sumaba campsite y cardboard. A la vez, se dieron cuenta de que la experiencia era replicable con otros músicos, con otras actividades y con otros entornos alejados de la gran ciudad. «La idea es compartir conocimiento en y sobre entornos rurales, abandonados, olvidados, sin aparente interés», dice Tapias. «A la vez mejoramos esos lugares, desarrollando nuevos modos de hospitalidad».
Sus creadores definen The Campboards como «una pequeña comunidad que intercambia refugio por conocimiento. Invitamos a una persona a pasar unos días en uno de nuestros campamentos comunales. A cambio, generará un conocimiento específico sobre esta finca», cuenta Tapias. La suma del conocimiento de cada visitante contribuye a una nueva lectura e interpretación del entorno de Porrera. «Es un proceso continuo en constante transformación. Nos permite, a la vez, crear una pequeña red de personas con preguntas y miradas comunes, que nos ayudan a vivir mejor».
The Campboards ofrece a sus visitantes refugio y víveres. «Estos son totalmente desmontables y no dejan huella. Además, los campboarders se encuentran a su llegada con los utensilios necesarios para su confort producidos haciendo equipo con gente del lugar», cuenta Tapias.
La búsqueda de estos arquitectos es la de la regeneración de espacios rurales abandonados. Creen que una mirada ajena, la de otros profesionales que nunca han pasado por allí, contribuye a reimaginar ese espacio desconocido. «Invitamos a personas que entendemos que, con su trabajo, aportan un conocimiento significativo que ayuda a mejorar la vida del ecosistema en el que habitan, y que creemos que disfrutaran de la estancia en un lugar salvaje», dice el arquitecto.
Los promotores de la iniciativa avisan de que la idea tiene fecha de caducidad. Una vez que se hayan interpretado las 23 hectáreas de la finca pública de Porrera, cogerán sus cartones y buscarán otro sitio. «Los refugios estarán allí cinco años, después nos iremos a otra parte. Estamos buscando nuevos emplazamientos».