Inaugurado en 1999 y visitado por personas tan distinguidas como Jorge Bergoglio, alias Francisco I, cuando todavía era arzobispo de Buenos Aires, Tierra Santa es el primer parque temático del mundo dedicado a la religión. Una delirante genialidad de cartón piedra y fervor místico que no puede faltar en la agenda de todo turista de paso por la capital porteña junto al obelisco, caminito, el Museo Eva Perón, los choripanes y la sede de la CGT.
«Visite Jerusalén en Buenos Aires todo el año» reza uno de los carteles colocados a la entrada de Tierra Santa, un parque temático ubicado a orillas del Río de la Plata. Rodeado de la majestuosidad de los camellos de cartón piedra, la ternura de los pastorcillos de fibra de vidrio, las toscas casas de adobe trucho y las frondosas palmeras de corchopán, al visitante le parecerá estar en el río Jordán.
Por apenas 100 pesos –unos 10 euros al cambio oficial y alrededor de 8 al cambio paralelo– o gratis para algunos elegidos, el visitante, nada más traspasar la boletería, se sentirá trasladado a la Palestina del siglo I pero sin abandonar las comodidades del siglo XX, como los restaurantes de comida rápida, los aseos con agua corriente o las cabinas de teléfono, que nunca se sabe cuándo puede recibirse la llamada del Señor.
Para ello, los responsables del parque no han dejado ningún detalle al azar y han desplegado una puesta en escena de inequívoco aspecto bíblico que abarca desde la señalética hasta la indumentaria de los empleados. Aquella tiene un toque muy secular y estos últimos lucen ropajes talares a la moda que hacía furor en el Oriente Medio de la época o las armaduras propias de los legionarios del ejército romano de ocupación.
Las calles recrean una Jerusalén en miniatura, con sus casas, su mezquita (a la que, como es preceptivo, hay que entrar descalzos), su sinagoga, su templo romano y su iglesia porque, aunque la religión cristiana y más concretamente la católica gana a las otras dos por goleada, el parque está dedicado a las tres grandes religiones monoteístas: la cristiana, la musulmana y la judía.
Cada esquina esconde una sorpresa como capillas dedicadas a Juan Pablo II, a la madre Teresa de Calcuta, a Martín Lutero y a Gandhi. Una gruta con un Sagrado Corazón a tamaño Godzilla, un refugio de franciscanos con cerdos, asnos, ovejas de aspecto mutante y otros amigos del Santo y edificios y escenas relacionados con el Antiguo y Nuevo Testamento.
Entre ellos se cuentan la carpintería de José, la prisión de Jesús, el juicio de Pilatos, la flagelación, la oración en el huerto, Adán y Eva, y, sin ánimo de hacerles un spoiler, un espectacular vía crucis que desemboca en un calvario. Gracias a él los niños pueden comprobar el sufrimiento de Cristo en la cruz con todo lujo de detalles.
A ver. Un segundo, por favor. Atención todos. Antes de continuar con la visita, vamos a ponernos de acuerdo en lo siguiente. Si nos perdemos, quedamos aquí. ¿De acuerdo? ¿Sí? Sigamos entonces.
En Tierra Santa no todo va a ser muñecos de cartón piedra y dioramas a escala 1:1. No, amigos, no. Tierra Santa no es un museo de ninots falleros, sino un parque con la más avanzada tecnología puesta al servicio del proselitismo religioso y de la fe. Ejemplo de ello son las diferentes atracciones en las que autómatas recrean con efectos de luz sonido y locuciones ad hoc, escenas como el nacimiento y adoración de Jesús, la Creación –es aconsejable asistir con colegios de primaria que mostrarán su entrañable humor infantil al ver a Adán y Eva desnudos– y la Última Cena.
Hablando de cenas, como cualquier recinto de este tipo que se precie, Tierra Santa dispone de una selecta variedad de locales de restauración con nombres tan sugerentes como Restaurante Tiberio, Restaurante Armenio Arca de Noé, Pizzería Salem, o el Restaurante Árabe Puerta de Damasco.
Una vez ingerido el pan, la sal y repuestas las fuerzas, es momento de visitar las tiendas de recuerdos para adquirir alguno de ellos –aunque tenga por seguro el visitante que su paseo por Tierra Santa no lo borra de la memoria ni el aparato ese de Desafío Total–, asistir a alguno de los espectáculos de danzas exóticas que se celebran en el ágora del parque y visitar el Muro de las Lamentaciones.
Esta maravilla de la ingeniería ferial es una réplica del original en la que, además de disfrutar de un minuto de introspección y recogimiento, es posible introducir un mensaje escrito en papel entre las ranuras de sus sillares. La organización se compromete a recopilarlos todos y asegura que, cada cierto tiempo, los hace llegar al muro original donde los deposita para que las plegarias sean convenientemente atendidas.
Antes de poner fin a la visita a Tierra Santa es momento de acercarse al anfiteatro romano cercano a la entrada y ser testigo del momento culminante de toda esta experiencia religiosa: la aparición, cual misil surgido de la guarida del Dr. No, de un Cristo de más de veinte metros de altura que bendecirá a los presentes a ritmo del Mesías de Haendel. El hecho se repite todas las horas en punto.
Bueno, pues más o menos, eso es Tierra Santa. Hasta que la Conferencia Episcopal consiga hacer algo parecido España sobre los rescoldos de Terra Mítica, no dejen de visitarlo en su próxima visita a Buenos Aires. Sería un pecado que se lo perdieran.
Podéis ir en paz.
Tierra Santa: Un parque temático como dios manda
