‘Todo es una mierda’: el arte de la vida cotidiana

Si una rosa tuviera otro nombre no dejaría de ser una rosa. Todo es una mierda (Everything Sucks!) es una serie de Netflix vitalista, aunque el título parece sugerir que es cine de autor que invita al suicidio.

La serie retrata con humor y drama las tribulaciones de niños, adolescentes y adultos en una pequeña localidad de los Estados Unidos que tiene por nombre Boring (que significa ‘aburrido’) durante 1996.

Sin embargo, la serie no es un ejercicio nostálgico compuesto de momentos del cine y la televisión de la época. La propuesta se aleja de las intenciones de producciones como Strangers Things. La diferencia entre un ejercicio de nostalgia y una historia ambientada en una época por necesidades dramáticas está en el uso de las referencias.

La nostalgia recupera canciones, hace alusiones constantes a personajes famosos, películas, series de televisión y hechos que en su momento quizá no tuvieron tanto eco. Esto no ocurre en Todo es una mierda, aunque en algún momento se cuela un tema musical más o menos reconocible.

Una serie para adultos

Aunque los verdaderos protagonistas son los niños, no es una serie infantil. Hablan de sexo y drogas y toman alcohol. Pero los guiones escritos por Michael Mohan (que también los dirige) y Ben York Jones (que interpreta un papel secundario) no tienen intención pedagógica: nadie expone discursos de advertencia ni acaba en un hospital ni muere tras una borrachera. Por esto no sería recomendada por asociaciones de padres. Y está bien que así sea. No por esto es una serie sórdida ni gamberra.

Mohan y Jones pretenden crear un fresco de la juventud temprana. La falta de sentido moralizante propicia el naturalismo de los actores niños. El público asistente como intruso a la intimidad y los momentos vergonzosos de los menores y los grandes hitos del paso a la adultez. Las expectativas del primer amor. El primer desengaño. La primera decisión adulta. La primera responsabilidad con uno mismo y con los demás. Los sueños de futuro.

Los protagonistas y sus tribulaciones

Los protagonistas principales son Luke (Jahi DiAllo Winston) y Kate (Peyton Kennedy). Luke actúa ante su madre como un equilibrado y autosuficiente adolescente capaz de quedarse en casa solo durante días mientras su madre trabaja como azafata de vuelos transoceánicos. Lo que ignora la madre es que a Luke le duele el abandono del padre al que conoce por cintas VHS que grabó a modo de diario.

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Lo primero que cualquiera diría de Kate al verla por primera vez es que parece que no ha roto un plato. Podría pasar totalmente desapercibida si no fuera porque su padre es el director del instituto.

Ella tiene un secreto que, de revelarse, posiblemente alteraría su vida diaria: es lesbiana. No era fácil declararse homosexual en 1996 siendo alumno de secundaria y viviendo en una pequeña localidad. (Por desgracia, en el presente quien afirma ser gay o lesbiana en un instituto corre el riesgo de sufrir acoso y agresiones).

Justo un año después Ellen Degeneres reveló que era lesbiana a Time y a Oprah Winfrey. La confesión causó revuelo. Su personaje en la telecomedia Ellen también salió del armario consiguiendo un hito: que un personaje protagonista fuera homosexual.

El público conoce el secreto de Kate. Sabe qué duro es tener trece años y no contar con una persona de absoluta confianza como apoyo. Kate no lo tiene fácil aunque cuenta con un padre enrollado. Un nada estricto director del instituto cercano a los alumnos y sus problemas, pero un tanto ingenuo. El personaje del padre es un acierto del guion: no es una figura que provoque temor ni un estricto practicante de una religión. Con todo esto, Kate aún teme confesar a su padre que es lesbiana, aunque desea hacerlo.

Una virtud de Todo es una mierda está en que el secreto de Kate no estalla. Así evita la serie conducir al personaje por una senda trágica y trillada. Los guiones mantienen la atención del público con el retrato de los momentos más que con sorpresas o falsos suspenses.

No hay aquí excesos ni puntos de giro grandilocuentes que colocan a los personajes frente al abismo cuando se tiene 13 años. La vida misma con su rutina es un abismo. De alguna manera, Todo es una mierda sigue el tono y la estructura de la novela americana rural con Matar a un ruiseñor como ejemplo. Las páginas hilvanan recuerdos más que sugerir una estructura.

El público adulto (sobre todo quienes rondan la treintena) se reconocerá en los protagonistas de Todo es una mierda. «Así éramos», dirán. «Así vivíamos».

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